NOTICIA
Sobre la intensa historia de amor de un hombre y un molusco
El Óscar al mejor documental en los premios de la Academia (2020) pudo ser apreciado en la emisión más reciente de Pantalla documental (Canal Educativo). Se trata de Mi maestro el pulpo (My octopus teacher), de Netflix, un filme sudafricano que ha conocido, además del tan codiciado premio estadounidense, otros muchos en importantes festivales.
El año que pasó, la inusual relación entre el cineasta Craig Foster con una hembra de pulpo común en un bosque de algas de Sudáfrica y que documentó con una pequeña cámara fue aprovechada por los cineastas Pippa Ehrlich y James Reed para ofrecer una lección de vida, de amor a la naturaleza (en especial, la fauna marina) y no menos de cine.
Porque no estamos ante uno de esos materiales estilo National Geographic Channel con una proyección más didáctica que cinematográfica. Lo más importante de Mi maestro… es su condición de auténtica obra artística, explayada en rubros como la fotografía, el montaje, la música y la dirección de arte, todo en función de sus valiosos planteos.
Mientras repasamos desde las vivencias del buzo protagónico algunos secretos y misterios de esa otra selva con su no menos brutal ley de supervivencia que es el fondo oceánico, nos enteramos de peculiaridades fascinantes del molusco emblemático: su admirable inteligencia que le permite travestirse de las más increíbles maneras y ensayar tácticas para escapar de sus depredadores (los implacables tiburones), de su privilegiada memoria, de su orfandad, de su múltiple sistema nervioso distribuido en sus ocho tentáculos, del hermoso sacrificio de la madre que entrega la vida para alumbrar otras, de su corta duración (apenas un año), pero sobre todo de su empatía con los humanos, como muestra en escenas de una ternura contagiosa el relato fílmico.
Quienes pensaban que solo el perro, el gato o las tortugas son los reyes de la fauna afectiva, se sorprenderían al entrar en contacto con los hermosos momentos en que el texto cinematográfico ofrece la intensa historia de amor (no otro nombre hay que darle) entre el hombre y la pulpo: dos soledades que se encuentran, se unen, se funden, aprendiendo, enriqueciéndose mutuamente según se aprecia y confiriendo al humano un autoconocimiento y del mundo que le rodea mucho más profundo, curándolo literalmente y preparándolo mucho mejor como padre.
Algunos críticos, aun cuando la recepción ha sido unánime en cuanto a elogios de todo tipo, han alegado cierta manipulación respecto a la imagen. ¿Y qué? No hay que olvidar que pese a su cacareada (y cada vez más cuestionada) “objetividad” toda obra fílmica, incluyendo la non fiction, es un acto subjetivo y como tal admite sus trucos y “puesta en escena”. En cine casi todo vale, y esta vez los cineastas han logrado entregarnos una obra madura, de alto vuelo estético, ecológico, ontológico, que clasifica, además, entre los más tiernos y conmovedores ―si bien extraordinarios― romances que en el séptimo arte han sido.