Descansa en paz, Dick Johnson

Ante la muerte y la desmemoria

Mié, 06/09/2021

El espacio Pantalla Documental (del canal Educativo de la televisión cubana, que se transmite los miércoles sobre las 9:00 pm) nos recuerda todas las semanas cómo esa modalidad genérica, menos recurrida que su colega fictiva, está dando pasos de gigante en el mundo cinematográfico. Aunque el documental se tienda a nombrar ahora “no ficción”, justamente la hibridación que procede del otro campo enriquece los niveles semióticos, semánticos y estéticos de muchos de los títulos exhibidos en este programa televisivo, entre los que sobresale el recientemente nominado al Oscar El agente Topo, de Chile; Freedom, dedicado al rockero norteamericano Georges Michael; David Attemborough. Una vida en nuestro planeta, que centralizó la figura del célebre ecologista británico; La vida del arte, develándonos la menos divulgada faceta como pintor del reconocido cineasta David Lynch; o Hilma af Klint: Más allá de lo visible, en torno a la personalidad y la obra de esta alemana pionera en el arte de la abstracción.

Otro presentado hace poco es Descansa en paz, Dick Johnson (Dick Johnson is dead), distribuido por Netflix, que realizara Kirsten Johnson en 2020, quien se acerca a su anciano padre, cuyo nombre integra el del filme, ante la inminencia del Alzheimer, que comienza a mostrar en aquel sus primeros síntomas, tras haber perdido años atrás a su esposa, y madre de la cineasta, por la misma enfermedad.

Lo más curioso y motivador del documental es el tono elegido por Kirsten: la comedia, rozando todo el tiempo el humor negro, al ensayar posibles muertes del protagonista dentro de un proceso metacinematográfico que, mientras se filma, exhibe los pasos previos y ulteriores del quehacer fílmico, algo que también condiciona la rareza, en el mejor sentido, del texto artístico.

Como una metáfora de la otra muerte (la de las neuronas encargadas del almacenamiento de recuerdos y vivencias), a la vez conclusión inevitable de todo, el relato va aproximándonos a posibles desenlaces, desde el objeto pesado que derriba al transeúnte al desprenderse de un balcón, a la caída fatal escaleras abajo, pasando por el infarto, e incluso el propio funeral en la iglesia a la que asiste el padre, quien, socarrona e irónicamente, observa en la realidad los servicios fúnebres en la ficción.

Además de a su progenitor, a la enfermedad inevitable y al deceso futuro, la directora rinde un cálido homenaje al propio cine, no solo por exhibir y revelar los intríngulis del filme en su desarrollo concreto, por lo cual no deja de mostrarlo también en su antigua y primigenia condición, esto es: “fábrica de sueños” —cuando rodeando al actante de efectos animados y lumínicos, se apresta a cumplir sus deseos, por ejemplo, al sustituir, mediante la imagen, los dedos de sus pies deformes por unos normales— y a contraponer planos idílicos, reales o inventados, que atenúan el dolor de lo que inevitablemente se avecina.

Otro procedimiento dentro del denominado autotexto es la presencia de la propia realizadora en el discurso fílmico: aunque a veces en off, se le escucha, al menos, formulando las preguntas a su “objeto de estudio” cuando no aparece en escena, compartiéndola con este. Merece destaque también el riguroso trabajo de montaje, que ha logrado alternar y empalmar la diversidad cronológica, espacial y de tono en el filme (respecto a esto último, no por la impronta lúdica que lo informa deja de aflorar el lado amargo y cruel al que de todos modos remite, pero con mucho cuidado y elegancia, ajeno al morbo que el propio tema pudo generar).

Tan singular puesta en abismo genera un filme lleno de sugerencias y motivaciones que conduce a la reflexión sobre ítems tan complejos e inevitables como los que pulsa desde ese finísimo sentido del humor, no ausente de ternura, sin que abandonemos una sonrisa parecida a la de su carismático protagonista, aquel señor que contempla las posibles muertes a las que pudiera estar abocado y participa en sus reconstrucciones ficcionales de manera divertida, mientras lucha a brazo partido por dilatar todo lo posible también la otra, quizá aun más dolorosa: la de la mente.

Dick Johnson… es una cinta sobre la suplencia de lo inevitable y lo imponderable con la solidaridad familiar y el amor; sobre la necesidad del desapego, de no aferrarse a nada material en esta vida, y, por el contrario, abrazar con fuerza los momentos hermosos y disfrutables que también brinda la existencia, cada vez que lo hace. A la vez, es un filme tan cálido como simpático sobre la manera en que el cine, principalmente desde su modalidad documental, puede ayudar en tal empeño.

Debemos agradecer al espacio que fundara hace varias décadas para la televisión el inolvidable Octavio Cortázar —no hay que decir que es uno de los grandes entre nosotros dentro de esa especialidad fílmica—, y que dirige Tania Castro con guion de Denisse Hernández, asesoría de Omar Fontes y conducción de Alain Pardo Amador, por permitirnos cada semana una cita con lo mejor de este género en la actualidad.

(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 187)