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Revisitar Madera, 40 años después
Madera (1980), documental de Daniel Díaz Torres, siempre ha sido considerado una de las mejores obras dentro de ese género a inicios de los ochenta del pasado siglo, a pesar de ser un documental desigual en el desarrollo de su argumento y estar muy comprometido con la estética y el tratamiento ideo- temático que regía la producción en el ICAIC de aquella década.
El principal motivo para colocarlo entre los destacados dentro de la filmografía nacional se debe, fundamentalmente, a la conjunción lograda entre edición y sonido en la representación de la tala y aserrado de los árboles como representación de una de las industrias cubana: la maderera. Específicamente, la que se estaba desarrollando en Baracoa.
Jorge Luis Sánchez, coincide con este aporte del film, aunque recalca la contribución del sonido: “… si Madera consigue el disfrute por el lado de las sensaciones, lo es en parte por la excelente concepción sonora”. [1]
Madera se mueve entre el reportaje y la observación. Ubicado dentro de la filmografía de Díaz Torres, tiene mucho de su experiencia acumulada como director del Noticiero Icaic Latinoamericano y comulga con otras obras suyas por la colocación de sus argumentos en el entorno rural.
El Noticiero… está presente en el regodeo verista sobre las labores del leñador cubano y del rudo trabajo que implica. Recuérdese que Díaz Torres se inicia en 1975, y que, desde la década anterior, este espacio, bajo la égida de Santiago Álvarez, ha promovido la creación de monotemáticos como parte de sus entregas. El propio Daniel lo confirma: “Dentro del Noticiero… fue que a mí se me ocurrieron los documentales, por lo menos la mayor parte de los documentales con los que me siento más satisfecho”. [2]
El tema rural aparece en su filmografía cuando comienza a trabajar como asistente de dirección en largometrajes con historias desarrolladas fuera de la ciudad. Tal es el caso de Río negro (Manuel Pérez Paredes, 1977), cuya trama sucede en el Escambray, la misma zona donde se desarrolla la de Jíbaro (1984), su primer largometraje, lugar en el cual había rodado, dos años antes, el documental homónimo que le sirvió de base para su estreno en la ficción.
Madera forma una especie de díptico con Los hombres del río, terminado igualmente en 1980. Ambos se desarrollan en Baracoa; pero en este último sus protagonistas son los manejadores de cayucas, embarcación típica, utilizada en el Toa para la navegación a través de sus corrientes.
La estructura narrativa de Madera es cíclica. Inicia con una introducción que intenta demostrar la importancia de nuestros árboles maderables en la construcción de los ricos palacios españoles, solucionada a través de fotografías trabajadas mediante la truca (un recurso bastante explotado por el Noticiero…). La secuencia de fotos animadas tiene dos objetivos, uno narrativo: trazar una línea desde lo más general a lo particular, la cual termina en un mapa antiguo donde se focaliza la palabra Baracoa, nuestra ciudad primada, donde se desarrollarán los acontecimientos. Este mismo mapa servirá —al final del documental— para cerrar la narración, mediante una secuencia similar a la inicial, terminada en el mapamundi con que dio inicio a la obra.
Pero al mismo tiempo, dicho introito posee una intención ideo-política, confirmada mediante un cartel colocado dentro de una pictografía que reza: “Dicen que parte de las maderas de El Escorial salieron de los montes de Baracoa…”, con lo cual deja establecido la relación de explotación a la que han sido sometidos nuestros bosques, no la admiración de la contribución de nuestras maderas preciosas a la belleza de aquella residencia.
Este propósito le permite justificar, en la segunda parte del filme, la funcionalidad y utilidad del corte de los árboles y el trabajo de aquellos obreros y artesanos para la sociedad cubana.
El primer mérito del documental es la ausencia de entrevistas que lo alejan de ser un reportaje sobre el asunto. Todo lo que ocurre dentro de él está representado desde el modo observacional, una forma de hacer que había quedado atrás, sustituido principalmente por el documental encuesta.
Los giros argumentales los define con textos colocados como intertítulos, los cuales funcionan como vocalización de los hombres que, de forma anónima, están siendo protagonistas de su historia: “Con la madera se puede hacer de todo… de cualquier palo, siempre saca usted alguna astilla”, dice Pancho, de la Brigada forestal de Baracoa; “Seguro que de madera se hace cualquier cosa”, asegura Pelayo, ebanista baracoense.
Cada uno de estos paratextos va fortaleciendo el sentido ideo-temático de la cinta, el cual no está alejado de la tendencia populista que va a recorrer el cine cubano en general durante la década del ochenta, inaugurada por Madera. Incluso, el diseño gráfico seleccionado para los créditos y los propios carteles recuerda la tendencia kitsch que también recorrió parte de nuestro cine en ese decenio.
Sin embargo, dentro de esta estructura llena de lugares comunes, y una moraleja aleccionadora [3], sobresale la secuencia filmada principalmente en el aserradero, donde se combina la violencia de las máquinas, el trabajo bruto de los hombres y lo inhóspito del medio, gracias a la cual el fragmento alcanza la dimensión de un poema audiovisual con un tono casi épico, matizado por la inclusión de La cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner.
Si uno tiene presente lo declarado por el director para la concepción de esta secuencia, podría aventurarse a escribir que todo el resto del filme se compuso alrededor de ella: “Viendo el ritmo de trabajo de los que allí estaban laborando en esa zona tan agreste, tan complicada, se nos ocurrieron ciertas ideas vinculadas a ciertos tópicos de la música clásica. Dijimos: Caray, esta arrancada del aserrío en la mañana es algo que casi tiene una dimensión épica”. [4]
Este fragmento, como ocurre en muchas películas a lo largo de toda la historia del cine, es la que sostiene al documental como uno de los más importantes en la historia del género dentro de nuestro país. “… el disfrute por el lado de las sensaciones” que Jorge Luis Sánchez destaca como relevante en el texto, se debió —como escribí arriba— no tanto al trabajo de sonido, como al excelente montaje rítmico conseguido por Julia Yip, apoyado por la fotografía de Roberto Fernández (Luminito), quien consiguió planos realmente hermosos, llenos de vitalidad en la acción, los cuales facilitaron el trabajo de la editora.
Dentro del documental hay varios intentos de lograr asociaciones figurativas entre las imágenes y de conducir la narración a través de una edición subordinada a un tempo musical. Esto último ocurre en el segmento vinculado con la obra del ebanista, durante el cual trata de subordinarse el ritmo de las imágenes al movimiento en cadencia de vals del compás con que el artesano traza los cortes en la madera, alternado con el trabajo de los obreros en el aserrío; pero el resultado no tiene la misma fuerza audiovisual.
Revisitado 40 años después de su estreno, podría ponderársele además el tratamiento ecológico de su argumento, en especial la preocupación por el cuidado de los bosques, remarcado al final. Tema subordinado a su funcionalidad política, al dejar claro que la labor de aquellos hombres en los inhóspitos montes de Baracoa, ya no es para embellecer los palacios aristocráticos, sino para facilitar la vida de los seres comunes, habitantes de esta isla.
Madera obtuvo el segundo premio coral en la edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano realizado en 1980 y fue seleccionado entre los filmes más significativos dentro de la selección anual de la crítica cubana ese mismo año.
Notas:
[1] Jorge Luis Sánchez: Romper la tensión del arco. Movimiento cubano de cine documental. Ediciones ICAIC, La Habana, 2010, p. 254.
[2] “Dossier Daniel Díaz Torres. Apuntes de un hombre de cine”. Cine cubano 191, enero- marzo 2014, p. 14.
[3] La moraleja es resuelta a través de una secuencia que une, en un intento metafórico, la imagen de los niños para quienes se están construyendo cunas, con un vivero de posturas y concluye con una joven que siembra una de ellas, mientras la cámara se eleva en picado y se escucha de fondo la pieza “Así habló Zaratustra”, mítico tema utilizado por Stanley Kubrick para su 2001: Odisea del espacio.
[4] “Dossier Daniel Díaz Torres. Apuntes de un hombre de cine”. Cine cubano 191, enero- marzo 2014, p. 14.