Daniel Díaz Torres

Daniel

Lun, 10/05/2020

Pienso en Daniel Díaz Torres y lo primero que recuerdo es su capacidad, o mejor decir su don inigualable, para contar películas. Era la época en que coincidimos, como críticos de cine, en el Centro de Información del ICAIC, algunos de los que por entonces aspirábamos a convertirnos en futuros directores.

Daniel era el único de nosotros que por entonces viajaba a Europa a seleccionar películas para los cines de Cuba y, cada vez que salía, esperábamos su regreso con ansiedad. Como un hechicero alrededor de su tribu, nos contaba, con esa memoria de elefante que siempre tuvo, todas y cada una de las películas que veía, incluyendo las norteamericanas, que eran por entonces como frutas prohibidas para nosotros. Era tal su poder de evocación que, tiempo después, cuando veíamos alguna de esas películas, nos sentíamos un poco defraudados, al comprobar que habíamos disfrutado más la contada por Daniel que la que entonces proyectaban en las salas cinematográficas.

Pienso en Daniel y recuerdo los trabajos y los días en que compartimos habitación en los mejores hoteles y las peores posadas de la antigua provincia de Las Villas, durante los seis meses que duró el rodaje de Río negro, la segunda película de Manuel Pérez. Daniel era el primer asistente y yo, que me estrenaba en esas lides, su aprendiz. Fueron los días en que lo vi reventar de felicidad al recibir la noticia del nacimiento de Danielito, hoy convertido en un extraordinario productor del cine cubano. Después vendría Laurita, la niña de sus ojos, su compañía inseparable, que por azares del destino se llamó igual que mi única hija.

Pienso en Daniel y recuerdo los años que compartimos en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños desde su fundación. Primero como profesores semiimprovisados, y ya después en la Cátedra de Dirección, que él supo dirigir como nadie durante muchos años.

Daniel, como ninguno de nosotros, convertía sus clases en un acto de magia. Había alumnos que prácticamente había que sacarlos de la cama para que asistieran a clase, pero no recuerdo ninguno que faltara a las de Daniel. De la misma manera en que recuerdo su pasión y compromiso con los proyectos de tesis y pretesis de los muchachos, que asumía y asesoraba con la misma entrega que si fueran suyos. Y como olvidar también los largos viajes a la escuela desde La Habana, con Daniel manejando su viejo Lada, y su interminable conversación que a veces nos aterrorizaba a todos, cuando veíamos que se apasionaba tanto con la historia que estaba contando que soltaba sin darse cuenta el timón del auto para enfatizar una frase.

Pero cuando más pienso en Daniel fue cuando sucedió el triste episodio de Alicia en el pueblo de Maravillas, esa sátira cinematográfica que filmó para denostar, con el látigo de la crítica, como decía José Martí, la doble moral, el oportunismo, la desidia, la burocracia, el conformismo, la corrupción, que empezaban a manifestarse en nuestro país. Desde posiciones revolucionarias, él quiso que Alicia... fuera, mediante su humor descarnado, un ejercicio que despertara la conciencia de los espectadores sobre problemas cruciales de la sociedad cubana.

Y también hacer blanco de la crítica a toda la propaganda repetitiva, hueca, retórica, que existía y aún existe en nuestros medios. La burocracia intolerante, que quizás se vio reflejada en la historia y sus personajes, no perdonó tal acto de atrevimiento y aprovechó la coyuntura no sólo para atacar con furia la película, sino también para tomarla como pretexto para hacer desaparecer el ICAIC, bajo la coartada de fusionarlo con otras instituciones.

Fue en esos momentos donde todos admiramos más a Daniel. En medio de aquella tormenta que parecía no terminar nunca, él sufrió y defendió con valentía, desde la ética y el compromiso, las razones que lo movieron a dirigir una película así.

Daniel será recordado como cineasta no sólo por Alicia… sino también por sus extraordinarios documentales, sus noticieros críticos, sus estupendos filmes de ficción. Pero los que tuvimos la dicha de estar cerca de él durante todos estos años, lo recordaremos siempre como el amigo entrañable, el humorista incansable, que siempre estuvo al lado nuestro, en las buenas y en las malas.

Pienso en Daniel y me parece que lo voy a volver a encontrar en un pasillo del ICAIC, oyéndolo contar, con ese vozarrón inconfundible que siempre tuvo, la última película que vio o la próxima quería hacer, con esas ganas incontenibles de vivir que mantuvo hasta su último aliento.

Nota:

Palabras pronunciadas en el homenaje a Daniel Díaz Torres durante el XV Festival de Cine de la Habana en Nueva York, en abril del 2014, cedidas especialmente para su publicación en Cubacine.