NOTICIA
Pocas veces puedo ser yo
Pibi y Emilio pertenecen a dos generaciones distintas. Acaso por ello insisten en una cercana y acalorada amistad. Pibi, que en realidad se llama Polibio, tiene casi cuarenta años. Aun cuando está enterado del linaje griego de su nombre, no está conforme. De ahí el apodo de Pibi, traído por los pelos —aunque mejor que Polibio—, piensa él.
Emilio frisa los treinta. Su nombre es, de igual forma, un reajuste entre amigos debido a su disgusto de estar inscrito en el registro civil como Emiliano. Cree que es una denominación para alguien mayor, aunque un militar y político romano se haya llamado Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano, conocido también como Escipión el joven. Emilio sabe de la existencia del personaje histórico. En fin, para casi todo el mundo, son Pibi y Emilio. En otro tiempo eran como el aceite y el vinagre. Pero ahora son uña y carne, pues descubrieron un interés en común: los libros, el cine, el arte en general.
Hace dos o tres años en la casa de Pibi, luego de haberse leído El alma de las cosas (Editorial Acuario, 2017), de Leonardo Padura, sostuvieron una discusión a media mañana sobre el autor y su libro. Hoy vuelven a encontrarse, ahora en la morada de Emilio, para charlar sobre La película de Ana (2012), de Daniel Díaz Torres. Emilio le recordó a Pibi otra presencia inevitable para que el diálogo fluctuara como debía ser: el té verde. El café, amén de intensificar una querella intelectual, ya es un problema. Los amigos no consideraron, como la otra vez, una pedantería gustativa el tomar té. “El café se ha encarecido, como casi todo”, recuerda Pibi. “Para mí, está sobrevalorado, como muchas de las películas que te gustan”, le contesta Emilio para espolear a su acompañante.
Pibi: Bueno, hablar de gustos cinematográficos contigo es el nunca acabar, porque lo que llamas clásicos y joyitas del momento responden a lo que tú crees conforma la historia del cine. Lo otro, como el western, el terror, el cine de artes marciales… en fin, es para la mayoría, según tus apreciaciones. Y, tú como espectador, no te consideras del montón.
Emilio: En cuanto a lo primero no es tan así. Yo veo lo más que puedo, pero tengo mis preferencias…
Pibi: Hijo, como las tiene todo el mundo.
Emilio: Sí claro, pero no me puedes negar que mis preferencias son muy atendibles.
Pibi: A diferencia de las mías, ¿no?
Emilio: En parte. Al menos sé discernir entre géneros y hasta formatos.
Pibi: Ay Emilio, si hasta el otro día tú decías que la animación era un género, cuando siempre ha sido un formato de realización.
Emilio: Un desliz de apreciación, Pibi. Total, si todavía por ahí hay quienes creen que la crítica es un género literario. La crítica se encuentra en otras modalidades escriturales e incluso en el discurso oral y….
Pibi: No me vayas a dar a una clase ahora de lo qué es crítica o no.
Emilio: Está bien, maestro.
Pibi: No soy maestro de nadie.
Emilio: Pero como me echaste en cara aquel desacierto en relación con la animación, merezco destacarme en otro apartado no muy distante de lo que, en rigor, tú y yo hacemos en estos precisos momentos.
Pibi: Esa manía tuya de querer hablar como escribes…
Emilio: El que puede, que lo dejen gozar ese privilegio.
Pibi: ¡Dios mío!... Mira, Emilio, olvídate un poco de los géneros y otras clasificaciones. Es mejor centrarse en la película y se acabó. Esa manía también tuya de estar buscando pasados referentes, a qué te recuerda lo que estás viendo, que si es una mezcla de esto y aquello… A veces me cuestiono, si en realidad tú disfrutas una película.
Emilio: Pues claro que la disfruto. Mi actitud no desdice de mi aptitud para con el séptimo arte.
Pibi: Pero ten ese primer encuentro con el audiovisual con cierta ingenuidad, sin esa carga de cuanto sabes sobre cine.
Emilio: ¿Crees que ya se puede, querido? Luego de haber visto muchas obras maestras, no puedo, simplemente no puedo… y te aclaro que no soporto la palabra audiovisual.
Pibi: No la soportas, pero es acaso más abarcadora que cine. Y te recuerdo que soy mayor que tú.
Emilio: Sí, sí. Cuando tú veías por primera vez La Bella y la Bestia de Disney, yo tenía que conformarme, desde la barriga de mi mamá, con la reposición en el canal 6 de la machista y artificiosa Pretty Woman.
Pibi: A veces no sé por qué doy pie para estos encuentros.
Emilio: Sobre los términos audiovisual y cine pudiéramos discutir otro día. Mira, ve tomando té que se te enfría… Y das pie para estos encuentros porque te gustan, niño, te gustan. Ni más ni menos.
Pibi: En fin… La película de Ana, de Daniel Díaz Torres es de lo que quiero que hablemos hoy.
Emilio: ¿Por qué es la última o porque hay un aniversario cerrado en relación con el director?
Pibi: Sí y no. Caramba, eso no viene al caso, me tocaba escoger una película cubana y seleccioné esa.
Emilio: Yo me hubiera inclinado por su documentalística. Por cierto, ¿se ha analizado ya?... Habrá que preguntarle a Luciano Castillo y a Mario Naito. Luego los llamo.
Pibi: ¿No te gusta la obra de ficción de Díaz Torres?
Emilio: Hacerse el sueco la disfruto. Alicia en el pueblo de Maravillas está sobrevalorada por todo lo extracinematográfico que pasó, tú sabes.
Pibi: ¿Y La película de Ana?
Emilio: Pasable. La prefiero a la anterior… ¿cómo se llama? Ah sí, Lisanka… y ni se te ocurra hablarme de Camino al Edén.
Pibi: Vamos Emilio, La película de Ana es más que pasable. Esa mezcla de la historia de la protagonista tributándole al largo que construye sobre su Ginette, el personaje inventado de la jinetera, representación de otra representación, es tremenda.
Emilio: Chico, para mí, es otra “comedia cubana de enredos” sobre la realidad cubana, con sus cuotas de crítica sociocultural, por debajo de Adorables mentiras y por encima de Perfecto amor equivocado, ambas de Gerardo Chijona.
Pibi: Esa comparación no me la esperaba. Pero estás en tu derecho.
Emilio: ¡Menos mal que tengo el derecho de comparar y también el de sorprender! Tendría que volver a ver La película de Ana. Pero la recuerdo muy bien.
Pibi: Si confías en tu memoria, bueno… Para mí no es de esas comedias fáciles, donde reinciden los lugares comunes.
Emilio: ¿Tú crees?
Pibi: Estoy seguro. En la simulación de Ana, que es la representación de su personaje Ginette, reside como se sabe, un conflicto ético-existencial que sobrepasaba la mera comicidad amparada en los chistes al uso y las peripecias del disfraz.
Emilio: Puede ser, puede ser. Entiendo que detrás de la representación de Ginette por Ana, se esconde cierta amargura o mejor, esa catarsis que la actriz Ana procura y logra dar en favor de la credibilidad de Ginette. Es el arte imitando a la vida.
Pibi: Claro, porque Ana está vista como una actriz de segundo o tercer nivel y, de pronto, el personaje que aparenta ser la ayuda a comprender otras aristas de la vida. Entonces es, cuando su realidad” y su ficción, se unen para convertirla en mejor persona.
Emilio: Y en mejor actriz, mujer… No precisamente tiene que haber —porque no lo hay— un flirteo con el feminismo. Ni Del Llano ni Díaz Torres se lo plantearon.
Pibi: Pensando ahora en eso que acabas de decir, es una de las películas menos machistas de los últimos años.
Emilio: Yo diría del cine nacional, pues el falocentrismo campea en la mayoría de nuestros relatos fílmicos. Pero bueno, ese es otro tema.
Pibi: Tú sabes que la construcción de la ficción Ginette, a partir de las asociaciones personales e imaginativas de Ana, pudo haberle arrebatado terreno a una habitualidad o normalidad a la imagen de la supuesta jornalera del sexo. Hay momentos, como lo aprecio, que Ana se pone en el lugar de su creación y viceversa y entonces el conflicto no sólo se complejiza sino que se engrandece.
Emilio: Eso pude decirlo yo. ¡Mi reino por esa apreciación!
Pibi: No chico en serio, ¿qué tú crees?
Emilio: Pibi, soy sincero… Tal vez fuera mejor preguntarse: ¿Hasta qué punto la moral es pisoteada por las necesidades cotidianas?
Pibi: Bueno, te respondo que…
Emilio: (LO INTERRUMPE) Un momento. Me he preguntado para yo mismo responderme. ¿Puedo?
Pibi: (RIENDOSE) Pues adelante.
Emilio: Ana empieza pronto a cuestionarse la mediocridad de su recorrido profesional, lo aburrido de su vida y éticamente prueba cambiar su estatus, ya que tiene derechos como individuo y deberes para con su vocación. De ahí el ejercicio de un nuevo rol tan auténtico o tal vez más que la vida llevada. Y la autenticidad de Ana merece defenderse por cuanto es siembra de lo experimentado abierta y calladamente en el pasado y por esas razones valederas que ella decide buscar muy adentro en un presente transitable, pese al costado artificioso de éste.
Pibi: El ejemplo más revelador de lo anterior es la entrevista en la azotea, donde Ana fabula un poco para conferirle verosimilitud a su Ginette y la refuerza luego al rememorar los años duros del período especial. ¿Qué fuera de la imaginación sin lo vivido?
Emilio: ¿Acaso resultará suficiente la cuestión del gozo frente a la obra ajena para escribir o, en este caso, hablar sobre ella?
Pibi: Entonces, ¿es más que pasable La película de Ana?
Emilio: Ay querido, tengo que admitir que me ha empezado a gustar por esta conversación entre ambos.
Pibi: Seamos justos: el guion de Eduardo del Llano evidencia precisamente demasiada ironía y lo ampara una dramaturgia sobresaliente, sobre todo en esa narración placentera por cuenta de una historia tan amena como dura y penetrante para calificar La película de Ana de popular a secas.
Emilio: Obviemos lo de popularidad, efecto extrafílmico, pensemos mejor en una película sobre la supervivencia en Cuba, donde a ratos la simulación, acto de defensa, devora nuestros temores para empujarnos a examinar qué hemos hecho, qué deseamos ser en verdad. Tal vez así paremos de fingir y defender lo que sabemos nos conviene a casi todos.
Pibi: “Yo tengo que vencer el terror que a veces tengo de mi misma. Una se pasa la vida fingiendo para los demás, actuando y mal. Pocas veces puedo ser yo”.
Emilio: ¿Y eso?
Pibi: Uno de los mejores parlamentos que dice Ana (Laura de la Uz) en esta películas sobre mujeres. Con frecuencia, “todo es puesta en escena”; pero en el fondo “se trata de crear, de hacer algo que valga la pena”.
Emilio: Tú hablas de mí, pero cuando te gusta un personaje y una película, me despabilas los cimientos de mis razones críticas.