Bailando con Margot

A propósito del V aniversario del estreno de “Bailando con Margot”

Mar, 03/02/2021

Tal vez con un poco de demora y cierto empeño renovador, Arturo Santana estrenaba hace cinco años en el Chaplin su ópera prima, Bailando con Margot, con la cual intentaba revitalizar el policiaco cubano al estilo del cine noir norteamericano de la primera mitad del siglo xx. El robo de un famoso cuadro de Romañach, “La niña de las cañas”, la noche del 31 de diciembre de 1958, era el punto de partida para una historia que nos sumergía en las ascensiones y caídas del convulso mundo de la mafia habanera. Pero no solo.

La propuesta de Santana traía como novedad, además de su adherencia al policiaco, otros cruces genéricos en tanto su historia hacía guiños al cine silente, a los filmes de gánsteres y al musical de cabaré, apoyada en un notorio desempeño de la dirección de arte.

El estreno de la película dejó dividida a la crítica y, medianamente, la recepción del público, hasta donde recuerdo, fue bastante generosa. Creo en verdad que el mayor mérito de esta ópera prima es su cuidadoso trabajo en la ambientación epocal, acodada en los efectos visuales, al tratarse de una historia que requería un complejo proceso de producción que apoyara las mudanzas temporo-espaciales según avanzaba la historia.

Vista hoy, a la luz de cinco años, Bailando con Margot no consigue disfrazar esas torpezas narrativas que posicionaron en dos bandos, respectivamente, a detractores y defensores de esta película. El núcleo dramático que implicaba la resolución del enigma en torno al robo del cuadro parece discurrir de un modo bastante escolar que hacía lucir a Aldo (Edwin Fernández) como la caricatura de un Dick Tracy tropical. Con mucho, el encadenamiento de motivos que tienden a resolver las piezas del enigma palidece por su carencia de inventiva, por la ausencia de todo afán que intente sorprender al espectador con una trama en la que lo más llamativo no sea solo su empaque, sino también la solidez de su contenido.

Por otra parte, el guion adolece de una fragmentación pueril de la historia, cuyas subtramas —sobre todo las relacionadas con la relación amorosa de Esteban y Margot, en medio de las rugosidades del contexto mafioso— absorben completamente toda la atención de la película, mientras el motivo dinámico fundamental —el enigma del robo— queda relegado a un segundo plano para resolverse de manera deficiente.

Dos cuestiones más puedo comentar respecto de las turbulencias que agitan la estrategia discursiva de esta película: primero, las falencias de una escritura que transparenta poco ingenio, como bocadillos de historieta que no hacen más que sostener, de puro milagro, los momentos clímax. En esto la dirección de actores intenta emplearse a fondo, pero el desempeño histriónico del elenco principal no hace más que aportes discretos para salvar sus personajes. A Edwin Fernández, Mirtha Ibarra y el ya fallecido Max Álvarez, por ejemplo, parecieron haberles dado personajes carentes de vuelo, mientras que Yeni Soria y Niu Ventura, con todo el atractivo que condensaba la trama, precisaban de mayor complejidad psicológica para desplegar todas las potencialidades de un dueto al que bien se acoplan.

Segundo: las fallas en la concepción visual que tiende a un muestrario monótono de los puntos de vista. Tenemos, por ejemplo, la cámara casi siempre estática en las escenas de teatro mientras se asiste a los espectáculos de las danzarinas de cabaré, cuando lo fundamental era acompañar, con el vértigo de la cámara, la dinámica de las canciones y sus lindas intérpretes; el encadenamiento excesivo de planos medios en el montaje para dar la sensación de continuidad en las acciones del detective dentro de la mansión; la repetición innecesaria de planos generales para anunciar el traslado de la acción a otro ambiente; los abusos del fade como efecto visual para otorgarles mayor impacto a los efectos de una acción determinada como sucede en la secuencia de la muerte del boxeador, o bien del slow motion en escenas de mayor ritmo.

Qué decir del desastroso empeño —un mal generalizado de nuestro cine— de colocar en cuanta película se haga a toda la constelación de actores nacionales que sea precisa, algunos de ellos de grueso calibre, en personajes figurantes que hablen poco o fuera de audio, como sucede en esta película, entre otros pecadillos que casi me llevan, casi, a excomulgar este filme.

Para mal, esta ópera prima es que no sabe cómo terminar. Es ese su problema más acuciante. No dejo de pensar en cuánto texto malogrado mientras llega por fin la resolución del enigma en una escena en la que tres grandes se malogran, o en tanto se pretende otorgarle alguna vis cómica al desenlace final del detective. Casi siempre una ópera prima resulta la carta de presentación de lo que el espectador cinéfilo verá respecto a la carrera de un realizador y, lamentablemente, tengo la honestidad intelectual de decir que esta es un buen ejemplo de ello: hasta hoy, el cine de Santana no ha conseguido superar las dificultades que lastran sus filmes.

Para los estudiosos del género policiaco cubano, sin embargo, Bailando con Margot no deja de ser una película atendible, pero con los pequeños defectillos que a mi juicio he señalado, coincidentes o no con los de la crítica en su época. Digamos que, en parte, Santana cumplía su cometido de oxigenar de cierto modo el olvidado y a veces subvalorado género en el cine nacional, aun cuando tales aires de renovación sobrevinieran, eso creo, un poco turbios.

Hablando en plata, causaron un poco de tos.