Una Noche con los Rolling Stones de Patricia Ramos

Una noche a medias con los Rolling, y una madrugada que se prolonga

Jue, 05/23/2024

Acude siempre donde llora

lo que no se debe morir.

Todo se nos vuelve espada

defendiéndonos la Nada.

                                                                                                                                                                                                                                                      Santiago Feliú

 

Del último filme de Patricia Ramos, Una noche con Los Rolling Stones(2023), ya se han mencionado varios aspectos significativos: la naturaleza noble, distraída y abrazada a ciertas ilusiones que ostenta la protagonista, Rita, encarnada por Lola Amores; la reiteración de mensajes vinculados con algunos personajes masculinos; la función de algún plano, actuación o secuencia que refuerzan la atmósfera del filme en unos casos, y en otros la debilitan. Prefiero, por eso, anclarme en otros detalles, y para ello me resulta inevitable agarrarle la mano al poco querido spoiler (necesitas quererte, amigo, así como lo necesita Rita, según su madre). Aquí se hablará, entre otras cosas,de un final asumido por la protagonista y de otro que nunca llega: abrigo de manera contraria al primero; el segundo me lo invento.
Estoy inclinado a pensar que la tesis central del filme es la necesidad de mantener la ilusión, acto que parece necesitar de renovaciones para no desfallecer. Cambios de perspectiva y florecimientos anhelados quedan sugeridos con la fuerza simbólica de varios planos: ese en el que Rita camina por portales de Centro Habana, mientras la escultura Primavera, de Rafael Miranda, se ve al fondo, justo encima de ella (una escena que sigue a su conversación con el veterinario en la Feria de Adopciones, hecho que revitaliza emociones necesarias), o ese otro en el que se muestra el horizonte oceánico al revés (el montaje indica que Rita es la observadora, pero en primera instancia es el espectador). La protagonista porta un aura de ingenuidad insistente que se vale de la curiosidad por lo que puede deparar el azar, y hacia las secuencias finales del filme, su radio de acción para fantasear queda delimitado: es aquí, a esta ciudad (este país),a donde pertenecen sus deseos de cambio. Entre personajes que tienen en venta o permuta su casa, un hijo seguro de que su lugar, por el momento, está en Argentina, y un concierto histórico que se avecina, Rita encuentra sus razones para profundizar en su entorno, a su manera.Aplaudo su sentir, pero no lo comparto del todo. Sospecho que eso que busca (que nunca está del todo claro, algo muy válido) se agita en su imaginación solamente, hecho plausible hasta que se cae en la cuenta de que casi se podría llegar a ese puntoy estancarse, aunque sea fértil el estancamiento, empujado por unas circunstancias ominosas que no nos deja de otra (tiemblo al recordar el final de Brazil, de Terry Gilliam; ¿imaginamos para transmutarnos la realidad por placero por obligación?).
Hay parlamentos importantes que pronuncia Aurora (énfasis en el nombre) ante Rita: “No te quejes. No te quejes más, que pierdes energía; hay que tener fe en el Orden Superior, Rita. ¡Hay que tener fe!”.Más adelante, en la escena en la que el dulce personaje anuncia su muerte (“yo tengo planificado morirme sin darte lucha; si uno quiere, uno puede”), se alternan planos de la madre y la hija, con dos practicantes de taichí (énfasis en el país de origen de este arte marcial), ambos vestidos de rojo (¡énfasis de nuevo…!). Esta conjunción de elementos no creo que se haya dejado el azar. ¿A qué hay que tener fe, amén de un Orden Superior? Y sobre todo: ¿qué se necesita para renovarla? ¿Nuevos encuentros? ¿Nuevas desapariciones?
En una de las secuencias, casi al final del filme, se escuchan las voces de Rita y Andrés en over, mientras aparecen los asistentes al concierto de camino al evento. “A mí me han dicho idiota por quedarme a vivir aquí”, comenta Rita, y en el mismo plano donde surge la frase, una suerte de puente es enfocado luego de que unos grupos pasen por él, gracias a la manipulación de la profundidad de campo: el símbolo no se agota con el paso de un espacio a otro como esa otra vía para seguir viviendo (no meramente existiendo), o en los ansiados progresos que a lenta velocidad se logran con el paso de los años; el puente, en el contexto de la película, podría ser la evidencia misma del trazo de un punto A al B de la que se alimenta la esperanza.El concierto de los Rolling Stones alimentó ilusiones, la creencia en posibilidades. Ocho años después, calibro los resultados de la ilusión.
La película termina y Rita todavía no va con Andrés al evento; ha decidido donde volcarse. Tiene su final, que es lo mismo que decir algún comienzo. Pero, ¿y el otro sentir? La vida se respiraría mejor con la ilusión, pero si para algunos (para mí) ese aire se les vuelve de repente emponzoñado, mantener el espejismo se vuelve contraproducente.Habrá que seguir fantaseando con que los cuatro dinosaurios de Metallica vengan un día, a ver si escucho “EnterSandman”en vivo (y de verdad), o para hacerle honor a mi adolescencia, bandas como AvengedSevenfold (la otra no la menciono, por decepcionante). Sé que no soy el único. El puente. ¿Dónde está mi puente?