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¿Para qué quieres ir a Marte?
Cuando el director ruso Yákov Protazánov (1881-1945) estrenó en 1924 Aelita: Reina de Marte, ya Lenin había fallecido y Stalin sobresalía como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. A raíz de la Primera Guerra Mundial el país había perdido territorios y hasta hubo que sofocar guerras civiles por discrepancias internas. Más que una revolución, de lo que se trataba era de reconstruir una nación que se anticipaba como una potencia para territorios vecinos y lejanos.
Bajo ese clima de reformas y conflictos más domésticos que externos, Protazánov, luego de dirigir más de ochenta filmes, entre ellos el celebrado El padre Serguéi, adaptación de 1917 de la novela homónima de León Tolstói, presentó un largometraje mudo de ciencia ficción con más de una lectura sobre los acontecimientos de la Rusia de entonces.
Es de suponer el descontento de las principales autoridades de la Rusia bolchevique ante Aelita… En ese momento del relato cinematográfico en que la reina de Marte decide observar la tierra, donde aprecia fragmentos de la diversidad contextual y de caracteres, no puede ser más “indiscreto” el director en mostrar una situación dura, si no penosa, de niños, mujeres y hombres que se debaten en la supervivencia y el desencanto.
Las vistas panorámicas son muy elocuentes por los contrastes entre la aprobación total de cuanto pasaba y la expresión de los personajes protagonistas y secundarios. En este sentido vale reparar en los parlamentos que apreciamos en la pantalla, donde con frecuencia se sugiere, cuando no se expresa directamente, el disgusto por el presente vivido y, por supuesto, cierta nostalgia por el pasado.
Ese sentimiento al revés por lo que se ha ido representa un elemento indudable de lo utópico, donde el pretérito es básico para pensar en un porvenir que se pretende sea casi equivalente. De ahí que observemos a un grupo conversar y, mientras algunos de sus integrantes aluden a un mejor tiempo, el relato se ameniza con más de un flashback. A la sazón, uno de sus integrantes confiesa: “Sí, había orden en aquella época”. Imaginemos la exaltación para mal ante semejante texto.
Más adelante apreciamos intentos de derribo de un único líder, ese que advertimos en la clausura de puertas y en el control de las mismas. Aquí las mujeres, símbolos del poder, disponen para que Loss, el héroe principal, decida cuál pudiera ser el mejor contexto para vivir en franca libertad, vinculada con la obra emergente pero generosa en pro de la colectividad.
Más que aludir a la revolución, lo que se quiere es provocar a la multitud para rehacer un país. Aelita… en su contenido ideológico es más procomunista que antirevolucionaria. Ahora, molestó en primer lugar su indudable crítica sobre todo a quienes encabezaban los cambios. Luego, su desenfado en recordar que la ciencia ficción parte por gusto y disgusto de un escenario atendible y a veces determinante para los vuelos de la imaginación.
Aelita: Reina de Marte, basada en la novela de Alekséi Tolstói, con esos decorados y vestuarios constructivistas de la autoría de la diseñadora ―y para hoy directora de arte―Aleksandra Ekster, es un referente indiscutible del cine de ciencia ficción, los viajes intergalácticos sin la renuncia a representar ideas sobre cuestiones políticas y sociales. Las imágenes han dicho más que las palabras.