Paisà

De soldados y civiles colaboradores

Mié, 02/14/2024

Paisà es la cumbre desnuda e intransigente del neorrealismo.

Patrice G. Hovald

 

No sería acertado afirmar que de su Trilogía Neorrealista, compuesta por Roma, ciudad abierta (1945), Paisà (1946) y Alemania, año cero (1948), sea la segunda la menos importante de Roberto Rossellini. Aunque se pueden ver de manera independiente, Paisà actúa para las otras dos como una suerte de bisagra dramática y emotiva de las consecuencias de la guerra. El denominador común es el mismo, pero la mirada sobreviene con distintas variaciones según los protagonistas.

Al seguir por los caminos autorales del cine italiano y volver a ver una película como La Dolce vita de Fellini, uno siente que, apartando un poco las constante fellinianas de sus personajes y contextos, se advierte la exposición de episodios subordinados que ya se ha apreciado en otro director. No hay que salir de Italia para encontrar a ese cineasta que lo había hecho unos años antes con Paisà.

Los episodios podrán verse por separado. Pero el espectador reconoce como se complementan: los estragos de la Segunda Guerra Mundial estaban aún presentes. No fue difícil tampoco trabajar con actores no profesionales y exigirles manifestar un dolor cercano, una confrontación psicológica afectada por la violencia ocupante, la esperanza de los recién llegados que pueden ayudar, cuando no participar de otro tipo de confrontaciones. Abundan las secuencias grises y la combinación con imágenes de noticiarios.

Para no pecar de nacionalista a ultranza, el cineasta se atreve a comenzar el primero de los seis relatos con una chica que se amiga con los estadounidenses después de un desembarco en Sicilia. Ella será testigo como asesinan a uno por el cual ha sentido ya cariño. Cuando los nazis matan al soldado y la muchacha se enfrenta contra ellos y muere, los norteamericanos encuentran los cuerpos. Al no saber lo que sucedido, terminan cuestionando la posición que pudo tener la italiana.

Los contrastes entre el bien y el mal dentro del propio contexto conocido, los límites de la moral. Cuando no hay leyes que respaldan ninguna integridad personal, quedan expuestas las miserias humanas en contraposición de lo que el mismo Rossellini llamó la «inocencia extraordinaria» de algunos de sus personajes, como el niño con más indigencia que cualquier pícaro quien, aprovechando que el nuevo amigo duerme, le quita las botas.

La figura del que ayuda sin esperarse, aunque por qué no esperarlo, representa una carrera crudísima de relevo, donde el compañero adquiere la fisonomía de la Italia destrozada pero con vida para recomenzar. Si bien, como lo sabe Rossellini, no se debiera aspirar a una persistencia vital si se olvida el pasado. Estar en el mundo, confrontarlo, supone participar de una secuencia del día a día, con todos los pros y contras que vivir o sobrevivir entraña.