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Antonio Pérez "Ñiko"

Ochenta maneras de mirar

Jue, 07/22/2021

“A mediados de los sesenta, me despertó el interés por hacer carteles.

Aunque en realidad no tenía más que la información visual de aquellos tiempos.

Eran imágenes que ponían al intelecto a pensar…”

Antonio Pérez “Ñiko”

 

El diseño gráfico, omnipresente hoy en todas las esferas de la vida, comenzó su impetuoso desarrollo hacia mediados del siglo xix, propiciado por la aparición de la litografía. El movimiento anglo-norteamericano Arts and Crafts, con el liderazgo espiritual del precursor William Morris, sentó las bases de lo que devino un creciente interés por la belleza y originalidad de las tipografías utilizadas en el periodismo y en la aún balbuceante publicidad; a la vez defendió principios éticos como el rechazo a la estandarización industrial en la creación artística y el reconocimiento de su misión social. La síntesis del mensaje, obviamente esencial en un producto que no es un producto sino la noticia del producto, fue un constructo colectivo, al que contribuyeron otros movimientos de las vanguardias artísticas finiseculares.

Ya en el siglo xx, los principios distintivos de estas vanguardias se concretaron en escuelas, como De Stijl (El Estilo), que se mantuvo activa en la ciudad holandesa de Leiden desde 1917 a 1931, o la célebre Bauhaus alemana, fundada en Weimar por Walter Gropius en 1919. Bauhaus incorporó a su plantel a destacados artistas extranjeros, como el suizo Paul Klee y el ruso Vasili Kandinski, quien introdujo las ideas del suprematismo y el constructivismo de Lazar Malévich y El Lissitsky; a este último se atribuye la frase que conceptuaría toda la gestión docente y creativa de la escuela: “Das zielbewußte Schaffen” (“La creación orientada a un objetivo”).

Al término de la Segunda Guerra Mundial aparecieron nuevas escuelas, como la Hochschule für Gestaltung, fundada en la ciudad universitaria de Ulm, Alemania, en 1953. El Manifiesto “Lo primero es lo primero”, de 1964, reaccionó ante el diseño en serie que se imponía en un contexto de eufórico consumismo posbélico y de la cruda guerra ideológica que penetró, inevitablemente, lo que ya se denominaba la cultura de masas. Bajo la influencia de este Manifiesto surgieron numerosas publicaciones centradas en el diseño.

Para concluir esta apurada reseña, hay que citar el llamado pop art, considerado conjuntamente con el minimalismo la última auténtica vanguardia artística del pasado siglo. Sus cultivadores utilizaban los elementos de la antes citada cultura de masas (anuncios publicitarios, historietas, carteles de cine, portadas de revistas) y los resemantizaban para crear nuevas obras que se oponían al elitista arte de las galerías. Se caracterizaron por su osadía, irreverencia, iconoclasia y eclecticismo y produjeron un nuevo estilo con una fuerte impregnación irónica, que recurría frecuentemente a la parodia. La obra de Andy Warhol es paradigmática de este movimiento.

En ese fragoroso contexto surge el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos en 1959. Años fundacionales, esos primeros de la década del sesenta, en los que el ICAIC se aplicó a la tarea de crear un nuevo cine cubano y, a la vez, un nuevo tipo de espectador, más reflexivo. Otrora monopolizada por producciones norteamericanas con un discreto aporte de filmes mexicanos, argentinos y nacionales complementados por un puñado de cintas europeas, con la creación de la Exhibidora Nacional de Películas la oferta fílmica se diversificó. Películas de entretenimiento inglesas o francoitalianas, japonesas “de samuráis” o “commedias all'italiana” integraban un surtido heterogéneo que incluía obras de mayor relevancia artística y complejidad intelectiva, como los filmes de Bergman, Kurosawa, Antonioni, Fellini o Wajda.

Clásicos apenas conocidos por el público cubano, como los del neorrealismo italiano, se exhibieron en las salas de cine y en el espacio Cinemateca de Cuba en Televisión; las nuevas tendencias del free cinema británico, la nouvelle vague francesa y el cinema novo brasilero también hallaron su espacio, así como los filmes provenientes de la mal llamada periferia cultural: indios, senegaleses, argelinos. Y, por supuesto, una avalancha de cine soviético y de las otras cinematografías socialistas: polaca, germano-oriental, checoslovaca, húngara, búlgara, china.

Como el cine y la pelota eran los pasatiempos favoritos de los cubanos de entonces, se hizo perfectamente natural el comentar, discutir e incluso disertar sobre películas tan disímiles como La muerte de un burócrata, La batalla de Argel, Los paraguas de Cherburgo, La dulce vida, la soviética Tigres en altamar o las checas Limonada Joe y Vals para un millón. Se crearon nuevas salas de cine en las poblaciones donde antes no existían y hasta los sitios más recónditos llegaba la magia del séptimo arte a través de la iniciativa del Cine Móvil. Era lógico que esta nueva percepción del cine encontrara complemento en una nueva percepción del cartel cinematográfico: imágenes que pusieran al intelecto a pensar, como acertadamente las calificara nuestro homenajeado.

Antonio Pérez González “Ñiko” nació en La Habana el 27 de marzo, hace ochenta años, y se dedica al diseño desde 1957. Se integró a la tarea de diseñar afiches para el ICAIC en 1968. Lo anteceden en esta labor Eduardo Muñoz Bachs (desde 1960), Morante y Holbein (1963), Antonio Fernández Reboiro y René Ascuy (1964), Rostgaard y Raúl Oliva (1965). Eventualmente, importantes figuras de la plástica nacional colaboraron con diseños para algunos filmes de trascendencia cultural; tal es el caso de René Portocarrero (Soy Cuba), Raúl Martínez (Lucía) y Servando Cabrera (Páginas del diario de José Martí, Retrato de Teresa).

Al conjunto resultante, extraordinario por su economía de recursos, heterogeneidad estilística en el marco de una premisa estética coherente ―que hacía perfectamente reconocibles a los carteles cubanos― y que no excluía conexiones con lo mejor del diseño gráfico de su tiempo, Ñiko aportó creaciones memorables: los carteles para los filmes El hombre de la cámara, Gigi, El diablo por la cola, El sueño del Pongo, Paisaje después de la batalla o Una pelea cubana contra los demonios.

Gracias al interés del Instituto, en la década de los setenta, junto a otros de sus colegas, Ñiko se licenció en Historia del Arte, en la Universidad de La Habana. A partir de entonces alternó la creación artística con el ejercicio de la docencia en Cuba y en México, donde reside desde hace años. Quienes exploren sus travesuras de niño tímido en la web constatarán la lozanía de este artista infatigable. Que llegue a Ñiko y a quienes lo quieren y admiran nuestra felicitación desde La Habana, en este marzo ochenta veces renovado.