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Luciano Castillo: “No pudiera vivir sin el cine” (Parte III)
¿Cuáles son tus influencias tanto cubanas como foráneas en cuestiones de escritura sobre cine?
Siempre reconozco la influencia en el ámbito nacional del desaparecido Alejandro G. Alonso, quien firmaba como AGA sus críticas en Juventud Rebelde. Lo respetaba muchísimo y siempre estuve atento a cuanto escribía porque confiaba en su criterio sustentado en una sólida cultura. Si bien no dejo de venerar la prosa de Guillermo Cabrera Infante por cultivar la crítica de cine como una forma de literatura, aunque discrepo con él porque pecaba al contar el final de muchas películas, incluso las de suspenso. Es algo que reprocho a menudo a algunos críticos de la revista catalana Dirigido por, que considero la mejor de habla hispana.
Respecto a los foráneos, ya mencioné al colombiano Luis Alberto Álvarez, el magisterio de André Bazin, sin olvidar al español Ángel Fernández Santos, quien escribía brillantemente y constituye un ejemplo para todo aquel que pretenda incursionar en este territorio. Tuve la oportunidad de conocer en el Festival de Mar del Plata al uruguayo Homero Alsina Thevenet, implacable en sus juicios y de admirables críticas y ensayos. ¡Fue el descubridor en América Latina del genio de Ingmar Bergman!
¿Cuál es tu película cubana, esa que no te cansas de ver?
La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea, un clásico no valorado justamente en su momento y que considero una obra maestra absoluta de la primera a la última imagen.
¿Y el documental?
Por primera vez, de Octavio Cortázar. He perdido la cuenta de las ocasiones en que lo he visto y lo disfruto como la primera oportunidad, como también Now!, de Santiago Álvarez.
¿Quién es tu director preferido del cine clásico estadounidense?
Billy Wilder, Billy Wilder y Billy Wilder. No se puede ser crítico —y mucho menos cineasta— sin conocer o revisitar su filmografía completa; aún sus películas menos apreciadas constituyen lecciones.
Quién te gusta más, ¿Bergman o Tarkovski?
Los admiro a los dos aunque algunas de sus obras no hayan llegado a cautivarme como a otros colegas, tal vez por limitaciones mías. No me ruborizo en admitir que también olvidé la cantidad de veces en que vi Solaris para descifrar su enigma desde que viajé expresamente desde Camagüey al cine capitalino América para verla en su estreno.
¿El cómico de tu preferencia?
Buster Keaton… sin olvidar a Chaplin, por supuesto, ni la eficacia de Louis de Funés.
¿Y tu western es?
Mujer pasional (Johnny Guitar), de Nicholas Ray, en igualdad de trascendencia en mi cinefilia que A la hora señalada (High Noon), de Fred Zinnemann, sin menospreciar la contribución del italiano Sergio Leone con Érase una vez en el Oeste.
El cine de gángsters
El padrino, de Francis Ford Coppola; Alma negra (White Heat), de Raoul Walsh; y Caracortada (Scarface), de Howard Hawks.
En cuanto al cine negro
Es uno de los géneros que siempre disfruto, tanto los clásicos como las versiones contemporáneas. Podría citar El halcón maltés, de John Huston, o Detour, de Edgar G. Ulmer, pero sin desacreditar al Melville de El samurái.
El melodrama
Los mejores años de nuestras vidas, de William Wyler, pero cómo no citar Enamorada, de Emilio Fernández, y la grandiosidad viscontiana de Rocco y sus hermanos, melodrama por antonomasia.
Tu musical
Cantando bajo la lluvia, dirigido en estado de gracia por el binomio Stanley Donen-Gene Kelly. Ningún otro transmite esa sensación indefinible con que uno sale después de verlo por enésima vez.
El terror
El exorcista, de William Friedkin, y el efecto provocado por la fantástica Muertos vivientes, de Don Siegel.
En cuanto al cine de aventuras
Los cazadores del arca perdida, con la que Spielberg dividió el género en antes y después de este título, aunque no dejo de reconocer el influjo del ritmo trepidante de El hombre de Río y Las tribulaciones de un chino en China, realizadas por Philipe de Broca.
¿James Bond, Indiana Jones o Ellen Ripley?
Prefiero la intrepidez de Indiana Jones y la determinación de Ripley para sobrevivir en sus enfrentamientos con los aliens, que lo infalible de James Bond.
El cómic en el cine
Sin tratar de suscribir las polémicas declaraciones de cineastas que tanto respeto como Scorsese y Coppola, aunque trato de ver todas las versiones por disciplina, mencionaría la saga de Batman, pese a su irregularidad.
Tu dibujo animado
La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata, que me impactó muchísimo desde que la vi; sin embargo, admito la existencia de otros largometrajes en esta categoría que también me gustan y no podría citar en orden preferencial.
Algunas películas que para ti reflejen mejor el cine dentro del cine
El ocaso de una vida (Sunset Blvd.), de Billy Wilder; Ocho y medio, de Fellini (¡incrementa sus valores con el transcurso del tiempo!); y La noche americana, de Truffaut.
El documental extranjero que más te ha impactado o simplemente te gusta
El fascismo corriente, de Mijail Romm; The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer, y existen muchos otros que ahora no recuerdo. La memoria me falla en el caso de recordar los documentales porque en esta categoría me interesa en primer término el tema abordado más que la forma en que es tratado.
Tu actor y actriz del pasado
Marlon Brando y Anna Magnani, dos de los más grandes en la historia del cine, reunidos por primera y única vez por Sidney Lumet en la pantalla en su versión de El hombre en la piel de víbora.
¿Qué es el cine para Luciano Castillo?
Una pasión incontenible que me hace vivir a plenitud. Quisiera poder definirlo con mayor precisión y la belleza de este arte eterno de tantas muertes anunciadas —como lo han logrado tantos cineastas en sus intentos, y cuyas frases trato de coleccionar—, pero prefiero que me sorprenda siempre, capacidad que han perdido, lamentablemente, muchos de sus admirados creadores.
Mi primer amor —que no me ha abandonado del todo— fue el teatro. Disfruto la música al extremo de no poder trabajar sin escucharla, pero creo que no pudiera vivir sin el cine.
Recuerdo que la única vez que estuve ¡16 días! sin ver una película fue en aquel verano de 1988 en el transcurso del viaje que comenté a la RDA. No podía pagar el precio para ver una película aunque fuera en alemán y, al regreso, lo primero que hice, en cuanto dejé el equipaje donde me hospedaba, fue correr al cine Riviera para ver el tardío estreno de una copia en blanco y negro de El bebé de Rosemary, de Roman Polanski.
Un consejo para los críticos de cine en ciernes
No acostumbro mucho a aconsejar por carecer de vocación para arar en el mar. El viejo refrán de que “El que no oye consejos no llega a viejo” ha sido olvidado, pero rememoro aquel de mi infancia que decía: “Picando güevos se aprende a capar”. Por eso, lo único que recomendaría —aunque después no lo hagan— sería tratar de ver cuanta película puedan y planificar un tiempo para asistir regularmente a las funciones de la Cinemateca donde quiera que se encuentren. Al fin y al cabo, no todo está en el “paquete” semanal.
A diferencia de muchos que pretenden hacer cine e ignorando obstinadamente más de un siglo de historia, cuántos grandes cineastas han atribuido su formación a las salas oscuras de la Cinemateca. Algunos, como Bertolucci, la consideraban como una verdadera escuela, como también sus predecesores del movimiento de la nueva ola francesa, nacido en aquellos milagrosos espacios donde Henri Langlois proyectaba las películas que había logrado rescatar.