El laberinto de las lunas

Los colores de la diversidad

Mié, 12/16/2020

Tal vez, como nunca antes, en comparación con festivales pasados, se advierte ahora una presencia sobresaliente de la identidad transgénero en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La discrepancia entre la identidad de género y el sexo biológico vertebran la mayoría de las obras que bajo el rubro “Los colores de la diversidad” disfrutó el espectador durante la edición 42 del espectáculo cinematográfico. Pero la temática en sí no es lo transexual, sino el cuerpo cual espejo sociocultural y político. El cuerpo, continente y contenido de la condición humana, enuncia más de un diálogo con el mundo, pues de él emana, sobre y en torno a él se refiere. No se extrañe entonces las particularidades, no solo de la identidad transgénero, sino de la orientación y el comportamiento sexuales. He aquí varias maneras de adentrarnos en paisajes latinoamericanos disímiles que, sin embargo, describen historias individuales y grupales continuas.

A propósito del cuerpo como enunciado de asuntos concernientes al racismo, la marginalidad, los límites de la tolerancia, la forma de vestir, los conceptos de feminidad y masculinidad… versan el cortometraje brasileño de ficción Perifericu (Nay Mendl, Rosa Caldeira, Stheffany Fernanda, Vita Pereira) y el documental colombiano Paraíso (Santiago Henao Vélez, Manuel Alejandro Villa). La presencia en ambos del fetichismo y lo carnavalesco permiten relacionarlos con los sujetos queers del registro argentino El laberinto de las lunas (Lucrecia Dina Mastrangelo) y sobre todo con Las flores de la noche, de los mexicanos Adrián Omar Robles Cano y Eduardo Esquivel, si bien este último documental establece una analogía entre pasado y presente, rechazo y tolerancia tanto individual como colectiva porque se recuerda que en Mezcala vivió un guerrero indígena muy peculiar que durante las noches, salía travestido a matar españoles.

Si de la cuestión transgénero y sus vínculos con la sociedad y el ambiente intrafamiliar se trata, hay que ver Visibles: historias de adolescentes trans (Juan Carlos R.  Larrondo). En Visibles, sus protagonistas Sofía y Teicuh, comparten sus inquietudes y las decisiones de vivir en la contemporaneidad tal cuales son, así lo heteronormativo y “la normalidad” no se sientan aún en condiciones de compartir un mundo extenso y diverso. Acaso una de la obras más disfrutables sea La felicidad en que vivo (Carlos Morales) acerca del par vejez y comunidad LGBTIQ+. Si el espectador desea ver un documental abiertamente político sobre el color de la piel, la condición indígena y la proyección urbana repárese en la brasileña Donde vuelan las brujas (Eliane Caffé, Roberto Amaral, Carla Caffé).

Especial atención merece de Chile el documental El último día de invierno, donde su directora Belén Ortega Valdés, indaga en la complicada tríada de mujer lesbiana, pobreza y violencia. Ortega Valdés erige un homenaje desde la ausencia de la protagonista referida (Nicole Saavedra Bahamondes) que, gracias al testimonio de los amigos y su familia, y las imágenes donde Nicole solía transitar… exaltan una imagen todavía influyente por meritoria de la persona que físicamente no está.

El mexicano Julián Hernández, más que ceñirse al binomio música-marginalidad, conforma un relato de desafíos alegóricos en Diosa del asfalto, donde cada cual afrontará lo que le toca por decisiones que, antes, marcaron el camino elegido.

El secreto de Julia, de Ernesto Aguilar, parte de algo que pronto sabremos, aunque el director se reserva el conflicto mayor de su protagonista, la cual afrontará el regreso a los orígenes dolorosos y harto responsables de cuanto implica vivir su actualidad. Inconexo, el corto de ficción de Lui Avallos, es de esos relatos fragmentarios, acompañados de individuales flashbacks, que favorecen a uno solo de los protagonistas, como si del otro tuviéramos que reconstruir su vida pasada. Avallos alborota adrede con una relación más platónica que segura, la cual es empuje y también pretexto para repasar lo que las relaciones humanas se han convertido por cuenta del abuso tecnológico.

Vuelve el argentino Marco Berger al Festival de Cine de La Habana con su visión voyerista sobre el cuerpo masculino en El cazador. Sin embargo, existe un intento de salirse un tanto del cine que lo ha dado a conocer en numerosos certámenes competitivos del orbe. Abunda en toda una primera parte de su relato —con la parsimonia característica del llamado plano Berger— el acomodo de sus hombres en el encuadre fotográfico, el recorrido de soslayo por los semidesnudos de sus varones, las miradas de una inocencia lujuriosa… Parece una película de terror. Recuerda mucho la atmósfera de su Plan B (2009). ¿Quién es la víctima aquí, quién es en verdad el que caza? Marco Berger renuncia a la entrega corporal más manifiesta de Un rubio (2019) y va apresando al espectador en un thriller donde la narración, como su banda sonora, simula ser convencional y esperada. Está repleta de elispis. Ello no pareciera preocuparle porque está centrado en su cuidadosa fotografía, un guion con insinuantes alegorías de cuanto sabemos están pasando los personajes y siempre con esos actores que arriesgan todo. Uno podrá decir que los argentinos como los brasileños tienen inmejorables escuelas de actuación. Pero sin un director atento detrás, sentimos que no se consigue una escena, que los intérpretes no convencen… Con las nuevas caras de El cazador se confirma que Marco Berger sabe dirigir actores.

De las doce obras, destaca por cantidad y variedad en primer lugar México, luego Brasil y después Argentina. Contamos casi ocho directoras para una superioridad de la batuta masculina: más de diez cineastas. 

(Tomado del sitio web del Festival de Cine de La Habana)