Matar a Pinochet

Cine chileno: Matar a Pinochet, de Juan Ignacio Sabatini

Jue, 12/24/2020

Luego de una extensa carrera como director de series de televisión, el chileno Juan Ignacio Sabatini lleva al cine el testimonio de Juan Cristóbal Peña, “Los fusileros: crónica de una guerrillera”, basado en la vida de Cecilia Magni, la comandante “Tamara”, una de las principales figuras de la resistencia armada contra la dictadura de Augusto Pinochet, a mediados de los años 80.

Cecilia Magni había sido, junto a Raúl Pellegrin, líder del entonces Movimiento Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), organización paramilitar considerada el brazo armado del Partido Comunista de Chile, que logró cierta autonomía en sus operaciones de desestabilización de la dictadura cuando sus divergencias con la cúpula partidista ―sobre todo ideológicas en relación a los métodos de lucha contra la tiranía de Pinochet― se hicieron irreconciliables.

Matar a Pinochet, filme de marras, no solo muestra los aspectos más relevantes de la vida de Cecilia Magni, sino su vínculo con el atentado contra Pinochet el 7 de septiembre de 1986 ―la denominada Operación Siglo xx―, quizás el acontecimiento histórico más importante durante esos años en Chile, apenas superado por el plebiscito de 1988 que dio fin a la dictadura. Esta acción, que demoró dos años en planificarse, coronaría los objetivos de lucha del movimiento armado.

A propósito del hecho histórico, un par de comentarios: el filme, si bien no niega la participación cubana en la preparación de los guerrilleros y los vínculos del Frente Patriótico con el gobierno de Fidel Castro, descarta la divulgada teoría sobre la planificación del atentado en La Habana. Sabatini se apega al testimonio ofrecido por los propios protagonistas de los hechos, amparado en la afirmación de Guillermo Teiller ―durante muchos años la máxima figura del Partido Comunista de Chile―, quien se adjudicó en 2013 la autoría intelectual del intento de magnicidio.

Por otra parte, el relato omite los modos en que el movimiento revolucionario obtuvo la logística necesaria para llevar adelante el plan ―según fuentes históricas, facilitados por las tropas especiales cubanas y el apoyo de la marina mercante de la isla―, así como las declaraciones de dos desertores cubanos capturados por la inteligencia chilena sobre la supuesta gestación del atentado en La Habana. De esta manera el filme intenta reivindicar un protagonismo nacional que echa por tierra las posibles versiones en torno al debatido tutelaje del gobierno de Fidel Castro.

Aunque esas omisiones hubieran enrumbado el filme por el camino de la polémica, me parece importante destacar el gesto de rescritura que somete a revisión la memoria histórica con una finalidad mayor: la de preservar la trascendencia del hecho como parte del epos nacional y el subrayado en el legado revolucionario de sus miembros más importantes. Desde esta perspectiva lo más medular en la cinta de Sabatini es el punto de vista desde el cual se cuenta el relato, en este caso, el testimonio de la Magni como un personaje que efectúa, desde un no-lugar y un no-tiempo, el acto de evocación del pasaje histórico.

De interés: la fragmentación cronotópica que hace posible entender el discurso narrativo como un híbrido entre la fantasía y el género histórico. La ruptura de la linealidad expositiva en esta película implica sus riesgos, máxime cuando prefiere no usar subtítulos con los cuales orientar al espectador. Concuerdo en que esto último no era necesario pues la evocación se efectúa desde la perspectiva de un personaje testigo-directo. Sin embargo, las líneas que demarcan el entretiempo se diluyen cuando el guion le concede al personaje protagonista una ubicuidad a ratos incomprensible, debido a su condición de personaje muerto.

Cuando el filme se inicia Cecilia ya es la guerrillera asesinada que evoca desde el martirologio junto a Ramiro (Christian Carvajal), su compañero de armas, tres pasajes de su vida: su inserción en el movimiento y las desavenencias ideológicas con la familia; la preparación del atentado y su ejecución; y, finalmente, aunque de un modo muy breve, la operación en Los Queñes, poco después del atentado, que desata la cacería de las tropas militares de Pinochet en la que ambos son capturados y más tarde, asesinados.

En esa mixtura, la edición y un montaje demasiado frenéticos obstaculizan la comprensión del espectador respecto al manejo de los tiempos fictivos, sobre todo en el segmento final de la película. Las secuencias relativas a la toma del poblado de Los Queñes, los días posteriores al atentado y las ejecuciones de los revolucionarios apenas tienen el respiro de la voz evocadora de Cecilia, cuya presencia termina por revelarse etérea, ligada a su función de narradora intradiegética que observa y rememora los acontecimientos que ella misma ha protagonizado junto a Ramiro. En su propósito de esclarecer la delación del comandante Luis Eduardo Arriagada (Bigote) y de qué modo fue ejecutado, Sabatini forja sus “licencias históricas” con las cuales impregna de un hálito poético el acto evocador.

Notable: la dirección de arte en su ejercicio de reconstrucción y representación del ambiente epocal. No hace menos la banda sonora cuando se trata de apuntalar el ritmo narrativo reservado para las escenas de acción. De las actuaciones principales, Daniela Ramírez tiene todo el encanto preciso para dar vida a un personaje singular, y Luis Gnecco siempre se muestra gigante, aun cuando su histrionismo se reduce a papeles más discretos.

Te digo mi nota: 4.

Sabatini sortea con holgura los riesgos que entraña toda transición. Su versatilidad como director de series en la tele, su medio por excelencia hasta ahora, necesita, sin embargo, de un nuevo remache, con la seguridad de saber que hacer cine implica un aprendizaje diferente que deja muy poco resquicio ―siempre que posible, casi nada― a la impronta televisiva.

Cómo no advertir en su ópera prima algunos influjos de Los archivos del Cardenal, serie dirigida por él junto a Nicolás Acuña y también protagonizada, entre otros, por Daniela Ramírez, sobre todo en ese ritmo frenético que abusa del cuadro cerrado y de los cortes discontinuos para dinamizar el relato.

Aun así, discreto y todo en su primer paso, y a juzgar por las preferencias temáticas que conforman su obra, es probable que Sabatini sea una ganancia para el futuro del cine chileno histórico.

(Foto tomada de El País)