NOTICIA
La vida es una ficción
En su tercer largometraje, la realizadora francesa Justine Triet (La batalla de Solferino, 2013; Victoria, 2016) propone una inmersión en los desequilibrios emocionales de la psicología humana cuando el prisma con que se asume la vida violenta las fronteras entre realidad y ficción. Por eso Sybil (Virginie Efira), el personaje protagonista, en un estallido de autoanagnórisis, acaba llorando mientras se confiesa como una impostora, cuando en realidad es una mujer que aparenta un equilibrio emocional que en verdad no posee. En la vida de Sybil se plantea una enorme paradoja: siendo ella psicoanalista, que debe lidiar con las psicopatologías de sus pacientes e intentar soluciones a sus problemáticas, no es capaz de hacerlo para sí misma.
A su inconstancia emotiva le precede un rosario de desajustes de personalidad promovidos por su adicción al alcohol, las inestabilidades amorosas del pasado y, en el presente fictivo, un matrimonio que apenas se sostiene como un puerto de refugio, sin involucramientos pasionales. Su regreso como escritora de novelas se verá retroalimentado al asumir el caso de una joven actriz (Adèle Exarchopoulos) tan desajustada como ella, que el decurso narrativo de la película consigue entrelazarlas a la manera de un juego de espejos. Sybil no teme trasgredir la ética profesional para reinventar su ficción y de este modo pretender una rescritura de su propia vida, que terminará en un delirante estallido de neurosis.
Aunque no está a la altura de otras películas que abordan la temática —pienso en Un hombre ideal (2015), la ópera prima de Yan Gozzlan, por ejemplo— la película, como parte de la selección oficial en Cannes, sin dudas resulta una de las piezas filmográficas más interesantes producidas en Francia en 2019, sobre todo porque articula con decoro los giros narrativos de una historia que deja muy poco espacio al ruido diegético, y lo más importante, la presencia de un elenco de actores de primera línea que sostienen con holgura el desempeño histriónico.
Virginie Eifira, Adèle Exarchopoulos, la alemana Sandra Hüller y Gaspard Ulliel están magníficos, aun cuando ciertas escenas de la cinta están de más y determinados posicionamientos de la cámara para lograr el encuadre adecuado consiguen el efecto del extrañamiento.
Lo peor es esa escena donde los acordes de las Cuatro estaciones de Vivaldi sirven como soporte sonoro al filme de Mika (Sandra Hüller), al que Sybil asiste como espectadora, y del que Triet se auxilia para pretender una intensidad emocional que se escurre como el maquillaje de la Eifira mientras sus lágrimas no me conmueven en lo más mínimo. El lector concordará en que es tan aplastante el final de un filme reciente de la también francesa Celine Sciamma con un recurso dramático muy similar (Retrato de una mujer en llamas, hasta hoy su mejor película), que por un minuto pareciera que la Triet lanzaba su filme por la ventana.
Aunque no reedita, a mi juicio, su éxito logrado con su ópera prima, Justine Triet no desperdicia la oportunidad de lograr una historia que no dejará indiferente al espectador. Junto al mencionado filme de Sciamma y su obra toda, así como Curiosa, de Lou Jeunet, Sybil se incorpora para conformar una suerte de trilogía de filmes muy lúcida, que en la producción cinematográfica francesa de 2019 abordaron como tema central el universo femenino, sus problemáticas existenciales y —lo mejor de todo—, el boscaje de sus psicologías.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 181)