NOTICIA
La manipulación creciente
Como jugando a las cartas, coloca Mabuse varias fotografías de hombres que baraja hasta quedarse con una al azar. Para el espectador es casi seguro que cualquier otra elección hubiera bastado. El abanico de identidades para elegir, la mirada tenebrosa y la maña para el arte del disfraz presentan a una persona que no solo maquina sino que está dispuesto a protagonizar cuanto está en sus pensamientos.
Cuando otros hacen el trabajo a distancia (robo y homicidios en un tren en marcha), Mabuse se encarga de ejecutar las acciones más cercanas: control de la bolsa, hipnotismo, juegos… Profesor de psiquiatría, es un hombre que emplea su inteligencia para ardides sociales. No le interesa tanto ver perder a otros en una partida como gestionar la mentalidad ajena. Prefiere jugar con el destino de los demás a preocuparse por bienes materiales. Pero puede pensar así porque es un personaje de buena posición económica. De ahí que su accionar comprenda a personas de su círculo de interacción. A propósito, no es casual que la figura del círculo, símbolo aquí de lo caótico y de lo aparentemente irrompible, sea recurrente en la trama de Mabuse. Son los nobles quienes deciden la preeminencia de lo circular. Que no se rompa cuanto es garantía de un estatus. Interactuar con el camino irregular y fragmentario de las clases inferiores no tienta a Mabuse.
La Primera Guerra Mundial ya había finalizado cuando Fritz Lang se interesó en el libro de Norbert Jacques para dirigir Dr. Mabuse: El gran jugador y Dr. Mabuse: El infierno en 1922. Escrita con su esposa Thea Von Harbou, la película se avizoraba y terminó corroborando que sería extensa: cuatro horas en el original. Al dividirla en dos partes se favorecieron los distribuidores y exhibidores, quienes hicieron hasta sus propios montajes. Por eso, muchos años después de su estreno la Friedrich Wilhelm Murnau Stiftung decidió restaurar cada una de las partes en versiones íntegras. Quedaría establecida también la velocidad apropiada para la proyección. Era una cuestión de ajustarse con el aura de la obra.
En esta etapa de la posguerra, Alemania se convirtió en territorio para los placeres fáciles de la multitud. Era sitio a su vez de peleas callejeras, pobreza y prostitución. La película de Lang se hace eco de esto. No solo al testimoniar la sensibilidad de una época, sino por ser un retrato de la manera de hacer cine. No es casual que al estrenarse la primera parte en 1922 se leyera en el folleto-programa lo siguiente: «Después de la guerra y la revolución, la Humanidad, vapuleada y pisoteada, se venga de años de angustia entregándose a pasiones elementales… activa o pasivamente, entrando en el mundo del crimen».
Resulta increíble cómo, aun cuando es una película sobre la tiranía probable (como lo fueron también Nosferatu y Vanina), sea al mismo tiempo un documento verídico de aquella época e incluso de lo que estaba por venir con la figura de Hitler. Es verdad que en la puesta en escena de ambas partes se recurre más a ambientes de marcada artificiosidad que a los verídicos. Mas, esa condición efectista de los interiores (la casa de Mabuse, el teatro de representaciones eróticas donde sobresale la bailarina Cara Carozza), viene a resaltar la atmósfera de pasatiempo a la que aspiraban muchos alemanes y solo un reducido grupo podía disfrutar.
Con el protagonismo de Rudolf Klein-Rogge en el papel del Mabuse ilusionista, telépata y extremista con capacidad para atraer el mal y hacer multitud, este poderoso retrato en blanco y negro, cuya visualidad alegórica del claroscuro es más sobresaliente que los juegos de disfraces y subtramas, condena —como cabe esperar y no siempre sucede— los excesos de un villano a quien se le voltearán sus propios actos.