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El seductor por excelencia
Viendo sollozar al Casanova (1976) de Federico Fellini, interpretado por Donald Sutherland, me recordó al personaje literario Don Juan, a quien solo se le presume llorando en un poema de Lord Byron.
Después de su primera aventura, el decidido amante tiene que marcharse de España. Como el arquetipo ibérico, el italiano conoce también del exilio y sospechemos que, influenciado por la literatura, sobre todo por El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630), quiso competir con el protagonista de Tirso de Molina. Aventurero y también diplomático, espía y escritor, Giacomo Casanova (1725-1798) bien pudo adelantarse a la máxima wildeana “La vida imita al arte”.
Acaso no vislumbró en primer lugar cuánto su Historia de mi vida aportaría cual testimonio realista de su tiempo, luego que, por lo descrito en el volumen, su apellido deviniera paradigma del amante. Ya anciano, sin oportunidades e ímpetus para una nueva conquista, escribió estas memorias detalladas, las cuales, con lo que se censuró (y cuanto calló el escritor) han repercutido en lo que se ha dicho sobre él.
Desde mucho antes de hacer su largometraje, a Fellini le resultaba atractivo el personaje histórico. Estuvo al tanto de que en 1960 la editorial Brockhaus, en colaboración con la francesa Plon, recuperaron el manuscrito original que fue publicado por fortuna completo y atento con las variaciones del libertino. Después del éxito de Amarcord (1973), Fellini se entregó a su Casanova.
En los famosos estudios Cinecittà, en Roma, el director italiano rodó una película de más de dos horas de duración. Imaginemos cuanto grabó y tuvo que editar para evitarse la apatía de los censores. Repleta de escenarios vaporosos y nocturnos, se privilegia una puesta en escena preciosista que, sin embargo, no teme revelar a veces el decorado teatral como cuando Casanova navega asistido por un mar turbulento.
De una peripecia a otra, Casanova nos implica con sus placeres carnales y su sapiencia sobre el mundo, en especial la filosofía, las artes y las mujeres. A diferencia de Don Juan, apreciamos a un amante enamorado que sufre por no ser correspondido, aunque se cuida de quedar bien por cuenta de su pico de oro y su pene insaciable y codiciado por toda clase de mujeres. Fellini aprovecha la lectura de las memorias del cazador ardiente y uno, como voyeurista inconforme, ansía saber qué será lo próximo del relato.
¿Unos minutos inolvidables? Pudieran registrase los de la competencia sexual entre el protagonista y un cochero frente a una multitud reunida que desea comprobar si el primero le hace honor a la pujanza de su portañuela. Otros se localizan quizás cuando Casanova conoce a una mujer inmensa que anda con dos enanos. La imagen de ella se le figura difícil al faldero. Pero la atención recae en el misterio que emana de la chica gigante que, en un momento, canta a petición de sus amigos. La canción es nostálgica a más no poder y recuerda uno de los sentimientos más abordados por el creador de 8 ½ (1963).
Al visitar Italia, Francia, España, Casanova aseguraba que era también un peregrino cabal. Podía viajar por motivos políticos y culturales, pero a estos les añadía razones del corazón o mejor, testiculares. Con música de Nino Rota colaborador asiduo de Fellini—, la película, hermosa y penetrante, encauza además a posteriores Casanovas cinematográficos tan llamativos como el de Marcello Mastroianni y el del inolvidable Heath Ledger.