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El costado brusco del Guadalquivir
En la zona húmeda del suroeste de España se encuentran las marismas del Guadalquivir. Ese espacio, mucho más amplio y variado en su flora y fauna de lo que algunos creen, facilita la pesca y el sembrado de arroz. Aunque también ostenta cierta atmósfera monótona y confinante ―así ocurre en la mayoría de las islas― que fluctúa entre lo pintoresco meridional y la cultura autóctona.
Alberto Rodríguez (El factor Pilgrim, El traje, 7 vírgenes, After, Grupo 7…) le confirió al paisaje natural del Guadalquivir esa ambivalencia exótica y misteriosa cuando realizó La isla mínima (2014). A un tiempo que justificaba dos géneros (el thriller y el gótico), la exitosa película despertó el interés turístico mundial durante y posterior a su estreno. Rodríguez pareció recordar aquello que escribiera Ortega y Gasset a propósito de sus andanzas y posteriores retratos paisajísticos: “Al revés que en Castilla, en Andalucía se ha despreciado siempre al guerrero y se ha estimado sobre todo al villano, al manant, al señor del cortijo”. En el largometraje de Rodríguez villano se toma en sus derivaciones peyorativas: miserable, indecoroso… hasta aproximarse a la condición de ejecutor, homicida o asesino.
El contexto histórico-social de La isla mínima es el de los años ochenta del siglo veinte. Al morir Franco en 1975, sus partidarios no solo eran cercanos, sino que mantenían un brío que no varió con los cambios sucedidos con posterioridad. Pese a todo, España es diversa además porque recuerda su historia con los más opuestos matices de sus habitantes y acciones. Es cuanto se muestra en el documental producido por Pedro Almodóvar El silencio de los otros (Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018). Quien repare en algunos de los planteamientos de este último entenderá más de una decisión que toman los personajes de la película de Rodríguez.
El contraste de ideologías se remarca desde los inicios de La isla… a través de sus protagonistas. En el avance del relato, de manera directa (palabras, miradas…) o por sus estados, los dos policías van revelando las respectivas posiciones éticas y psicológicas que mantienen ante el crimen y la vida. El adepto de la democracia parlamentaria (Raúl Arévalo) es desconfiado y escrupuloso, al paso que el falangista (Javier Gutiérrez) parece todo lo contrario. No obstante, tras esa afabilidad supuesta, bien sabe disimular la violencia. Ambos son contemplativos del entorno y de la personalidad de cada cual.
Se recurre en el filme a las vistas de pájaro o vistas aéreas, lo que pudiera representar un afán y logro de explayar un hecho local a una dimensión mayor. Tanto se confirma por las repercusiones socioculturales de una España diferente, pero aún motivada en aquel entonces por el nacionalismo a ultranza, el anticomunismo y el catolicismo. Las hermanas asesinadas no se ajustaron a las reglas, querían marcharse del pueblo y, lo peor, eran fáciles, se dice en un momento. Las tomas desde arriba recuerdan aquí la prodigalidad de las aguas: las chicas serán halladas en ellas y habrá que meterse en las mismas para esclarecer lo acontecido.
Para quienes hemos seguido el cine español de los últimos diez años, La isla mínima, con los ingredientes más exigidos de una trama compleja, actores de culto y amén del diálogo entre pasado y presente, asegura que un suspense puede ser a la vez policíaco, político y psicológico. Ello pasa cuando su calidad rebasa cualquier frontera.