NOTICIA
De la ignominia a la redención
El oficial y el espía (J’accuse, 2019), último estreno del director franco-polaco Roman Polanski, es una película sobre la verdad como premisa ética, puesta por encima de cualquier creencia social o tendencia política. Se basa en el controvertido caso Dreyfus, que a finales del siglo XIX inspiró la carta de Emile Zola publicada en el periódico L’Aurore, que defendía la inocencia del acusado y arremetía contra la casta político-militar por tergiversar los hechos que llevaron a un veredicto inculpatorio. Yo acuso —aquel alegato ético del escritor— se convirtió en uno de los textos fundamentales del periodismo moderno y hoy se erige como título original de esta cinta que ha triunfado en Venecia (gran premio del jurado y premio FIPRESCI) y en los César (mejor director, guion adaptado y vestuario).
Polanski instó a su amigo e investigador Robert Harris a escribir una novela sobre aquel suceso, que daría paso a un guion a cuatro manos, la tercera colaboración cinematográfica entre ambos creadores. La historia del capitán francés de origen judío Alfred Dreyfus, declarado culpable de espionaje a pesar de la falta de pruebas, despojado de su rango militar y condenado a cadena perpetua en la isla del Diablo, fue apenas el leitmotiv. Aunque respetando los acontecimientos históricos, Polanski se adentra en este thriller desde códigos completamente diferentes de las estrategias propias del género, empezando por el desplazamiento del protagónico. La cinta no se centra en el personaje de Dreyfus (Louis Garrel), sino en el del coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), líder de la unidad de contrainteligencia que descubrió al supuesto espía. Una vez emitida la condena, Picquart encontrará nuevos elementos que lo conducirán a comprender la injusticia cometida y la corrupción del sistema al que ha servido con honor y convicción. A partir de entonces comenzará su lucha por probar la inocencia del presunto culpable.
Si de códigos antitradicionales hablamos, no puede dejar de mencionarse el tono del filme, uno de los elementos más desconcertantes. Habituados a relacionar el tema del antisemitismo con narraciones que explotan la emotividad, el director impacta con un filme que apela a la razón en lugar de al sentimiento, que conmociona, no desde el desborde melodramático, sino desde la abstracción reflexiva. Crea esto un efecto de distanciamiento emocional que Bertolt Brecht describió desde el teatro, y que logra en el espectador un proceso de implosión analítica, más que de explosión sentimental. Comienza partiendo de la selección temática: se aleja del sufrimiento del acusado y de su lucha por la salvación, para adentrarnos en los conflictos del acusador y en el trayecto moral de su exculpación y reivindicación.
Como es habitual en su cine, Polanski no recrea arquetipos, sino que nos ofrece al héroe de carne y hueso, un hombre que reconoce sus errores, que actúa según el sentido de justicia que en su opinión le corresponde a un oficial que ama y defiende su profesión. Siguiendo su objetivo, el cineasta refuerza la gelidez de los diálogos y de la interpretación del protagonista, un Jean Dujardin que se aleja de toda la ligereza de sus personajes anteriores como fiel exponente de la comedia francesa.
El sentido de contención como premisa dramatúrgica del filme trasmite la sensación de una bomba de tiempo a punto de explotar… ese silencio sospechoso que precede al estallido. Incluso la música desaparece, abandonando su sentido de apoyatura emocional al interior de la narración: Polanski no ha pretendido manipular desde el sonido, sino apelar al raciocinio. Ha reservado a Alexandre Desplat —uno de los mejores autores de banda sonora en el cine contemporáneo— para los créditos finales, donde, sin perder la contención con que trabaja el filme todo, deja que el autor despliegue su talento y exorcice nuestros demonios a través de sus acordes.
La filmografía perturbadora e inteligente de Polanski nos demuestra, una vez más, que no busca la emoción momentánea sobre un tema, sino la generalización conceptual, la reflexión profunda. Sus historias son apenas pretextos para generar una reflexión más trascendente.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)