El retiro

Cine argentino (II): El retiro, de Ricardo Díaz

Lun, 12/14/2020

En El retiro (2019), ópera prima del argentino Ricardo Díaz, el personaje protagonista se enfrenta a la disyuntiva de asumir o rechazar los nuevos desafíos que surgen al final de su vida. Es el epílogo una oportunidad a la reconciliación con sucesos pasados,al tiempo que ese acto instaura la posibilidad de entender el futuro, alejado de toda sensación de acabamiento.

En la película, la mirada a los conflictos del adulto mayor disecciona sus vacíos existenciales más acuciantes y los modos en que el sujetoopera sus estrategias de resistencia al cambio, en tanto disimula las necesidades afectivas que no le conceden el éxito profesional.

Rodolfo (Luis Brandoni),médico obstetra, ha dedicado poco más de 50 años a ejercer su labor con el reconocimiento de pacientes y colegas. La llegada de la jubilación implica un parteaguas en su vida personal, pues requiere de un proceso de adaptación para el cual no parece sentirse preparado. Ante la incertidumbre, el camino del ostracismo contra cualquier tentativa que perturbe su rutina será el refugio desde el cual rumiar recuerdos del pasado, atemperar la soledad con las vivencias de un matrimonio cercenado por la pérdida de su única mujer a la que con puntualidad británica lleva flores a su tumba.

Sin embargo, el imprevisto de cuidar al hijo de su doméstica será el detonante para entender las causas de sus carencias afectivas, pues en este punto las tensiones con su hija, de la que vive separado hace muchos años, entran a colación en el discurso narrativo a manera de unmesurado ajuste de cuentas.

El acto conciliatorio, en el segmento final de la película, no solo atiende a la necesidad de estrechar los vínculos paterno-filiales, sino también a la posibilidad de solventar los obstáculosque impiden asumir una nueva actitud ante la vida, al menos, de un modo más digno, sobre todo cuando queda abierta una puerta, desde la óptica del espectador, a que Rodolfo cederá, en algún instante, al acompañamiento de un nuevo amor.

Notable: el guion (escrito por Daniel Cúparo y Fernando Castets, sobre una versión original del propio director) cuida la dosificación de los motivos que enhebran el desarrollo argumental con una carga emotiva dúctily repara en la caracterización del protagonista desde el trazado de las acciones. El relato no pierde de vista su propósito de articular una narrativa de aprendizaje, en la que todo cuanto acontece aporta elementos a la comprensión de la psicología del personaje.

En este punto, se apoya en un recurso muy convencional para apuntalar, sin densidades dramáticas, el sustrato ideológico de la película: las diferencias (inter)generacionales y posturas diversas de asumir la vida presentes en los restantes personajes del filme, siempre opuestos a la perspectiva psicológica que moviliza al protagonista.

De lo anterior, el elemento más notorio ―sin embargo, no ausente de inventiva― es la oposición semántica que favorece el acto reflexivo en torno a una comprensión esperanzadora respecto a la vida aun cuando se tiene la certeza de que se ha arribado al umbral de la muerte. El personaje de Ignacio (Gabriel Goity) es quizás el catalizador más importante en las lecciones de aprendizaje que le permiten a Rodolfo conciliarse consigo y el mundo. Su relación con el pequeño de la criada, cuidarlo mientras la madre está ausente, es también un móvil dúctil a la oportunidad de enmendar las responsabilidades paternales que, a la postre, subsanarán las fisuras pasadas con la hija.

Muy buenas: las actuaciones de Luis Brandoni, Nancy Dupláa, Gabriel Goity y el pequeño Marcos da Cruz. Luis Brandoni asume como siempre el tono justo de un personaje que no exige demasiado, desde el propio inicio del metraje, para que le concedamos toda nuestra atención y simpatía.

Te digo mi nota: un 3, en la escala de 5.

El filme consigue una articulación balanceada en cuanto a ambientación (Darío Ontiveros), dirección de fotografía (Sol Lobatín), edición, montaje (Andrés Tambornino) y dirección de arte (Matías Martínez). Digamos que las correcciones del discurso visual se empeñan en mostrar que todo cuanto vemos, relativo a la composición del cuadro, añaden significación a la perspectiva ideológica en que se inscribe la cinta. Pero lo peor de la película, al menos para quien esto comenta, radica en el didactismo con que a ratos se opera en escenas de escasa creatividad narrativa.

Tenemos, por ejemplo, tres momentos: el encuentro de Rodolfo con una antigua paciente que asistió en el parto, ahora con su hija de veinte años; la de la joven embarazada que sufre de contracciones mientras aguarda su traslado a una institución médica; y, finalmente, la conversación entre Rodolfo e Ignacio, cuando este último adolece en una cama de hospital, en espera de la muerte.

De las primeras, el guion no encuentra una manera más eficaz de resaltar lo que hasta ese instante había insinuado o mostrado: el sujeto en sus paradojas emocionales y existenciales cuando el éxito profesional no suple las carencias afectivas en su desempeño familiar; de la última, la voluntad y el gesto esperanzador de aferrarse a la vida con la emoción en tono menor, que no estremece.

Ricardo Díaz se inicia con buen pie, pero en adelante le recomendaría atender a los excesos y defectos de mesura. 

(Foto tomada de Filmaffinity)