NOTICIA
Cien años de Fellini
Conmemorar un siglo del nacimiento de Federico Fellini es evocar el universo de un cineasta para quien el séptimo arte era también “circo, carnaval, parque de diversiones, competencia, juego de saltimbanquis”. En sus intentos por explicar la naturaleza de algunos motivos recurrentes en su creación, a veces confesaba que creía ser un payaso augusto, y otras, que prefería imaginarse como un clown blanco.
En alguna oportunidad afirmó que de no haber existido el cine, y si no se hubiera encontrado con Rossellini, habría sido director de un gran circo. Llegaba a tal extremo su fascinación por el ámbito circense, al que atribuía carácter profético y anticipador de su vocación, que desde siempre alimentó la leyenda de que en su niñez cierto día se fugó de su casa para seguir a uno que acampó en su Rímini natal. Amarcord fue en su memoria personal la liquidación de la atmósfera de su ciudad; Los payasos (I clowns), una suerte de ajuste de cuentas con el circo y con todas las historias que se inventara sobre esa experiencia de vida que trascendía la propia carpa.
Basta ver unas pocas fotos de Santos y Artigas, empresarios cinematográficos cubanos devenidos cirqueros, para rememorar al abuelo de Julieta de los espíritus, de enorme bigote, que escapa con la blonda amazona de quien se enamora en la pista y son perseguidos por sus familiares. Intentar describir los pasos de estos pioneros en el cine trae consigo la fanfarria de La marcha de los gladiadores o la partitura con la cual Nino Rota coronó la secuencia final de Ocho y medio: con un látigo en una mano y un megáfono en la otra, Guido, el alter ego felliniano, reúne en un desfile final con toda la compañía a la troupe integrada por sus personajes reales e imaginarios.
Dibujante, periodista, guionista, nacido el 20 de enero de 1920, Fellini es ante todo un narrador y un poeta. Colaboró en muchas cintas destacadas del período neorrealista antes de abordar la realización a la sombra de Alberto Lattuada, con Luces del Varieté (1950), que antecede a su debut en solitario: El jeque blanco (1952). Tras Los inútiles, llegaría a La Strada (1954), que le consagraría mundialmente, y le proporcionó, entre otros galardones, dos premios en el Festival de Venecia y un Óscar en Hollywood. Toda su capacidad poética se halla en esta obra memorable y en sus personajes, llenos de ternura y piedad, con un estilo lírico con el cual expresa sus propios recuerdos, perenne fuente de sus temas.
La trampa (Il bidone) y Las noches de Cabiria confirman la revelación felliniana. Es un hombre sensible que sabe ver la realidad circundante con cierto espíritu crítico. Tal vez por eso Fellini fingió asombro ante la acogida de La dulce vida, que justamente probaba que la finalidad se había alcanzado y dividió su obra en un antes y un después. El relato dramático de La Strada y Las noches de Cabiria, con su sencillez narrativa, es sustituido por el fresco panorámico de La dulce vida y Ocho y medio, que contrastan por su malabarístico rejuego formal.
Este creador integral elaboró sus películas de pies a cabeza: escribió el guion, dibujó los decorados y elementos del vestuario y maquillaje; se sentaba tras la cámara con un ojo pegado al visor, buscaba los tipos físicos exigidos por el argumento, seleccionaba las voces para doblar a sus artistas, supervisaba la música y, finalmente, intervenía en la edición. Según algunos era el único director que “piensa con una mente de 35 mm”.
Condenado como un falsario por unos y aplaudido como un genio por otros, es una de las figuras cimeras de la historia del cine. La crítica señaló a la obra felliniana un profundo carácter autobiográfico, pero es portadora también de una pintura de su sociedad y su tiempo. La Cinemateca de Cuba programa durante todo enero en la sala 23 y 12 —por primera vez en la isla— una retrospectiva íntegra de la obra felliniana, distinguida por temas recurrentes que le confieren una línea de continuidad, en la que cada película refuerza y enriquece su personal visión del mundo y los seres recreados por él.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 171)