Lucía

13 grandes carteles del cine cubano… y otros añadidos

Jue, 09/17/2020

Una de las más recientes encuestas para determinar lo mejor del cine cubano consultó a 100 participantes, elegidos entre cineastas, críticos e historiadores, que decidieron responder al llamado de la Cinemateca de Cuba para seleccionar lo mejor, no solo de la producción cinematográfica nacional, sino también de los carteles que acompañaron los 60 primeros años del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. 

Porque todo el que conozca aproximadamente el cine cubano sabe que la significación cultural del ICAIC trasciende la producción de filmes y abarca otros terrenos artísticos como la música y la gráfica. 

Para reconocer una parte de los grandes aportes de los artistas de la plástica y el diseño, la encuesta mencionada seleccionó, en primer lugar, el tríptico de Lucía, creado por el pintor, dibujante, diseñador y fotógrafo Raúl Martínez, célebre sobre todo por aquellas obras con protagonista colectivo, en las que ilustraba el entusiasmo, el optimismo, la utopía de un futuro de concordia, igualdad y progreso. 

Raúl Martínez colaboró excepcionalmente con el ICAIC, siempre para promocionar filmes nacionales. Entre sus mejores carteles se cuentan los diseñados para el largometraje documental David (Enrique Pineda Barnet, 1967) y para los largometrajes de ficción Desarraigo (Fausto Canel, 1965) y el mencionado Lucía (Humberto Solás, 1968), un cartel que se transformó en un símbolo tan poderoso y transcendental del nuevo cine cubano como el propio filme aludido. 

Aparte del intenso colorido pop, los tres rostros de mujer, correspondientes a las protagonistas del tríptico, se apresan en recuadros, aunque la linealidad del límite entre uno y otro recuadro se rompe con una espiral verde y azul en el fondo, además del frecuente añadido pop de flores resueltas en colores brillantes, pero no tan brillantes como los rostros de las tres mujeres. La tercera Lucía, correspondiente a la época revolucionaria, ocupa un área ligeramente mayor que las dos anteriores. 

Según cuenta Luciano Castillo, director de la Cinemateca y compilador de los resultados de la encuesta, el diseñador más mencionado por los especialistas fue Eduardo Muñoz Bachs, autor de varios carteles que identificaron en la memoria colectiva a varios filmes cubanos o extranjeros. En especial, el minimalismo de Niños desaparecidos le ganó un buen lugar en la encuesta, en la que figura Muñoz Bachs también como el autor de los carteles que acompañaron el documental Por primera vez, de Octavio Cortázar; Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea; y Aventuras de Juan Quinquin, de Julio García Espinosa.

El diseñador Ernesto Ferrán figura en la lista con el cartel creado para Fresa y chocolate, codirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, mientras que otro pintor, Servando Cabrera, fue recordado por su obra alusiva al filme Retrato de Teresa, de Pastor Vega. El también experimentado diseñador Alfredo Rostgaard aportó su ingenio al cartel que identificó el documental Now!, de Santiago Álvarez.

En representación de los nuevos diseñadores quedó en la selección de 13 solo Nelson Ponce con ¡Vampiros en La Habana!, en el cual se recurre a la ilustración inspirada en el filme animado, como ocurre con esos dos ojos caricaturescamente crueles y aceitunados, que resaltan en la negra oscuridad que los rodea. En la letra A, invertida, cuelga una gota, se alude con humor, tanto al líquido vital añorado por los chupasangres como al célebre Vampisol.

René Azcuy figura en la lista con dos obras, realizadas para La última cena, el largometraje histórico de Tomás Gutiérrez Alea, y Rita, a propósito del importante documental dirigido por Óscar Valdés. Azcuy fue también el autor del famoso cartel para el filme francés Besos robados, uno de los más reconocidos entre los producidos por el ICAIC en los años sesenta. Su obra en el cartel destacó siempre por la sobriedad expresiva, la fotografía ampliada de un detalle simbólico, en blanco y negro, con una discreta intervención de otros colores. Así ocurre con los mencionados antes y también con el cartel de Hasta cierto punto, que evoca dos elementos claves, el garfio y la gaviota, en la historia de amor que relata el filme.

La selección de la encuesta sobre los mejores carteles cierra con dos obras de Julio Eloy Mesa para dos de las películas históricas más populares que ha producido el ICAIC: Clandestinos, de Fernando Pérez, y La bella del Alhambra, dirigida por Enrique Pineda Barnet. 

A los elegidos por la encuesta me parece justo agregar la mención de otras tres obras que complementan la selección oficial: La primera carga al machete (Raúl Oliva), ¡Muerte al invasor! (Rafael Morante) y La odisea del general José (Antonio Pérez, Ñiko). En el primero, Oliva se muestra encantado no solo con la ilusión cinética, sino también con el colorido y la estética del Pop Art, y por ello combina estridentemente colores fríos y cálidos (azul, morado, naranja, verde). Esas constelaciones de estrellas anaranjadas rellenan las zonas del cartel que pudieron quedar vacías, mientras que una tipografía recargada y desigual ilustra en grandes y confusos caracteres el título del filme en cuestión. 

El acierto de Raúl Oliva a la hora de elegir lo cinético y lo pop se relaciona con la agresiva visualidad de La primera carga al machete, un filme que recurre, sobre todo en las escenas de combate, a la galopante cámara en mano. La fragmentación del rostro de los protagonistas y los colores muy contrastados son otros de los rubros estéticos que comparten el filme y su cartel respectivo. 

¡Muerte al invasor! es un documental realizado con la rapidez inherente al trabajo de los reporteros de guerra, fue filmado y grabado con urgencia, y de igual modo Morante concibió el cartel alusivo, con la intención de promocionar un filme cuyo estreno debería ser inmediato, para suscribir el patriotismo que le cerró el paso a la invasión mercenaria. 

A pesar de coincidir temáticamente con una parte importante del cartel político cubano de los años sesenta, ¡Muerte al invasor! difiere en términos estéticos por la búsqueda de imágenes alusivas, metafóricas, que trasmiten el mensaje sin recurrir a las obviedades molestas, pues la ronda de mercenarios de papel y el arma que los apunta, y que les “dispara” el título del filme, provienen de una elaboración intelectual que intenta eludir las evidencias. 

El cartel de La odisea del general José intenta, al igual que el filme dirigido por Jorge Fraga, rescatar la esencia de seres normales que los héroes poseyeron. La composición del cartel de Ñiko se acoge, en apariencia, a toda una tradición iconográfica (retrato de busto, con apariencia estatuaria) y a la imagen del líder recio, incólume, perfecto. Sin embargo, la figura del general biografiado se muestra desacralizada, moderna, a partir del colorido típico del Pop Art, mientras que la efigie se enmarca en naranjay el rostro se colorea de verde olivo, en alternancia con detalles irisados en fucsia, azules, amarillos y otros muchos tonos hasta la evocación del clásico arcoíris. Chaleco y corbata también responden a la policromía usada en el rostro, las cejas y el bigote. Y así, la imagen de un mambí, de un héroe, se reinterpreta e ilustra con un colorido bastante inusitado en el ambiente de propaganda reinante en los años sesenta. 

De esta manera, se constata la libertad de creación bajo la cual se pensaron y realizaron los carteles del ICAIC, incluidos estos 13 que la encuesta de la Cinemateca logró remarcar, y algunos más que se mencionan en este texto.