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Vida oculta: siempre sobrevive el yunque
¿Cómo entender la filmografía de Terrence Malick, un cine expresivo de extrañamientos, de interrogantes sobre la esencia de la condición humana, de la vida toda y el lugar que nos define y ocupamos en la infinitud del universo? ¿Cómo intentar dilucidar ese cine, o al menos aportar algunas directrices de aproximación a esas zonas del discurso fílmico donde toda pretensión de revelado lo torna más escurridizo, camaleónico, sin dudas, más problemático?
Se me ocurre que el cine de Malick no es otro que el de la búsqueda, el de la incansable sed de comprensión, por parte de su realizador, de los modos con que la naturaleza humana se pregunta las razones de la vida, el propósito de nuestra existencia en un mundo que no deja de asediarnos en sus interrogantes más inescrutables. Es el cine que entiende la vida como el plan que Dios tiene para nosotros y necesitamos saber por qué; el de los cuestionamientos que nos vuelve metafísicos y nos convierte en introvertidos ermitaños, en tipos muy misteriosos como el mismo Malick. Literalmente, y en buen cristiano, es el cine que nos deja “echando humo” y nos pone la cabeza mala.
Cuando se estudie la filmografía del norteamericano —que ya es hora— tal vez es posible asimilar que todo su cine es, también, una narrativa del viaje: el de la experiencia de la vida y su finalidad, la madurez espiritual de la condición humana. Orientados en esa búsqueda, los personajes de Malick emprenden un recorrido casi siempre errático mientras sufren por sí mismos el asedio de las interrogantes. Porque son, en su mayoría, seres conflictuados en el reconocimiento de sus psicologías, individuos en constante desequilibrio con la armonía del universo.
Desde Badlands (1973) hasta Song to song (2017) —y esto es solo una hipótesis de trabajo que habrá que desarrollar mejor— intuyo que es justo ese tránsito errabundo por la vida lo que orienta el aprendizaje y les aporta la certidumbre de que los porqués respecto a la existencia humana, sus interrogantes, solo pueden explicarse mediante el ensayo y el error.
A veces, el fracaso contribuye a esas experiencias vitales y nos llegan en la quietud del reposo evocador (Days of Heaven, 1978); o bien desde el asedio de situaciones límite que someten a prueba la moral del hombre, y los reta, obligándolos al tránsito cauteloso, como quien emprende el camino al borde de un precipicio (The Thin Red Line, 1998), ora en la compleja convivencia familiar (Tree of Life, 2011), ora en la vorágine del libre arbitrio que desata el desequilibrio emocional y espiritual mientras se vive en soledad y nos entregamos a las teluricidades del sexo (Knight of Cups, 2015; Song to song, 2017).
Y en cada filme de Malick las interrogantes sobre la vida se intensifican, el plan de Dios es sometido a un brutal cuestionamiento; algunas preguntas suelen responderse en tanto otras quedan en el misterio de lo incomprensible. En cada filme de Malick sus personajes retoman una y otra vez, cual Sísifos tozudos, el aprendizaje de la vida, cuesta arriba, empujando la piedra. Ellos intentan entender el lugar del mundo en su universo, la naturaleza humana en la vida, y en ella a sí mismos.
Tres de los más recientes filmes de Malick han despejado interrogantes respecto a los modos en que sus narrativas de viaje explican la búsqueda de la espiritualidad, al menos, en qué costado filosófico se acoda la mirada del realizador. Tree of Life, Knight of Cups y Song to song dieron las primeras señales que permiten revelar el sentido místico de esa poética, una manera —muy suya— de mirar y entender el mundo.
En Knight of Cups ese sentido místico adquiere un ropaje cabalístico porque el viaje, toda la estructura de la narración, transcurre desde la perspectiva semántica de determinados arcanos mayores —La Luna, El Ahorcado, El Ermitaño, El Juicio, La Torre, La Sacerdotisa, La Muerte―. La vida de Rick (Christian Bale) formula del aprendizaje sus interrogantes y no persigue otra cosa que la redención, la “Libertad”. A ella se llega mediante la comunión con la Esencia, la finalidad no es otra que la transmutación. Pero Rick es todavía un hombre imperfecto, un tipo con muchas virtudes pero “débil” en el pantano del mundo; aún no aprende a volar bien alto sobre él sin tener que salpicarse.
El personaje de Bale nos lanza preguntas como “¿por dónde debo ir, se supone que hay algo ahí para mí, al final?”, al tiempo que su alma —nos dice Malick—, “recuerda la belleza que solía tener en el cielo”. Por eso mira arriba “como un ave joven que ha perdido todo interés en el mundo alrededor”. Desde su singular apreciación del sentido de la vida humana y su lugar en el universo, Rick saca sus lecciones, incorpora nuevas respuestas mientras se encamina a la finalidad del viaje: el descubrimiento de la vida entendida como espera en sí, como el “viaje peligroso” que garantiza la llegada segura al país deseado, a la transmutación del alma. Rick entiende que ese es el plan de Dios y para lograrlo debe aspirar a la unión con la mujer amada. En ella encuentra lo que el mundo no le puede dar: piedad, amor, alegría. Es desde/con ella cómo puede soportar el “tiempo de la espera”, que no es otro que el tiempo en la tierra; esto es, el camino de la oscuridad a la luz.
Esa visión mística de la vida, en la que la transmutación es la finalidad, sostiene la iconografía tarótica. “El Enamorado”, el sexto arcano del tarot, será la experiencia vital del recorrido de Faye (Rooney Mara) y BV (Ryan Gosling), en Song to song, donde el sexo, como parte del aprendizaje, es la vía para el crecimiento del alma.
En esta película el tiempo de la espera aparece condicionado por la negatividad de los excesos y la problematización de la conducta. Aquello que no vemos, que no sabemos, que intentamos descubrir y no podemos nos torna vulnerables, deprimidos, inestables, inconscientes. El libre albedrío de la protagonista genera el caos, desestabiliza su entorno y a quienes les rodean. La idea del renacimiento como experiencia sensorial encamina entonces la evolución del personaje a la positividad del arcano. En algún momento de la película escuchamos: “Sexo, llama de la vida. El amor, perdurabilidad después de la pérdida. El amor, la forma humana divina. La compasión, un rostro humano, piedad, un corazón humano, y la paz, el cuerpo humano”.
De cierto modo estos motivos han estado presentes en sus películas anteriores, pero en Song to song se articulan con más fuerza, son los catalizadores de la estabilidad emocional y espiritual lograda mediante la unión amorosa de los personajes principales. Ellos escapan al cerco que el mundo les ha tendido y sobreviven al descalabro; pero también, como en Knight of Cups, es preciso empezar de nuevo, volver a un grado de equilibrio superior mediante el cambio a una vida simple donde nada pueda interponerse entre los dos. En este proceso de desarrollo de las curvas dramáticas la intencionalidad de cada filme —eso creo— no ha sido otra que la de vertebrar procesos cíclicos de la experiencia humana, de sus aprendizajes, de las distintas variantes en que la óptica del realizador nos invita a entender la finalidad de la vida en el mundo y su armonía con las leyes del universo.
¿Por qué, de cierta forma, en Vida oculta se produce un giro de tuerca, un cambio en la narrativa del viaje, en la “espera en el tiempo” para llegar al país deseado? Porque en este nuevo filme esas problemáticas han desaparecido, las comprensiones son otras, el tiempo de la espera es otro.
En Vida oculta los personajes son seres equilibrados en la unión del amor. Pareciera que, con cada nueva película, Malick emprende un proceso de regeneración de personajes jugando a ser Dios, emulando el trazado del mismo plan que Dios, según el norteamericano, tiene para nosotros. En Franz (August Diehl) y Fani (Valerie Pachner) la comunión es perfecta en su vida apacible, bucólica, en la que es posible sentir, en la perdurabilidad del amor entre ambos, la presencia de Dios. El mito bíblico del Edén perdido es la estrategia intertextual del filme, pero su esencia no deja de tener también una explicación mística, una envoltura tarótica.
El sentido de la libertad a la que aspiraba Rick, conseguida después por los protagonistas de Song to song, es ahora el punto de arranque en Vida oculta; en el filme se muestra el equilibrio logrado por la transmutación mientras se espera. Franz y Fani sueñan construir un nido en los árboles, volar como los pájaros a las montañas y nada parece perturbar su simple vida. “Parecía que ningún problema llegaría a nuestro valle. Vivíamos por encima de las nubes”.
A diferencia de los filmes anteriores, la problemática de los personajes ya no es buscar el equilibrio espiritual; ahora el conflicto es mantenerlo a toda costa, incólume contra cualquier amenaza, incluso más allá de la muerte. Fani sugiere una estrategia de resistencia amparada en la fe cristiana: “Dios nos manda lo que somos capaces de soportar” y eso será un aliciente para Franz, a quien ni la tortura ni la guillotina harán quebrantar sus principios éticos: hacer lo correcto, obedecer el plan de Dios.
Uno y otro no son personajes problematizados por sus conflictos, ni por conflictos de otros, sino espectadores resilientes y testigos-víctimas de la fragilidad y miseria humana. Un reo, condenado a muerte, espeta a Franz: “Su Dios no tiene piedad, él nos abandonó. Nos dejó, como hizo con su hijo. Si pudiéramos ver… pero nada. ¿Por qué dar su vida por ellos? Hay veinte siglos de fracaso”. Para Franz nada de eso tiene sentido porque en uno de los diálogos más estremecedores de la película nos aclara que, a pesar de su prisión, es un hombre libre.
Esa convicción explica, de manera brillante, la comunión del personaje con sus principios éticos judeocristianos, que mantendrá incorruptibles al precio de su propia vida. Tampoco teme, con su condena a muerte al renegar de Hitler y los nazis, dejar desamparada a su familia porque tanto él como Fani confían en la posibilidad de lograr, más allá de la vida, la finalidad del sueño que ambos trazaron al inicio.
Excelente: la manera en que Malick no solo da una lección de consecuencia con su mundo temático y su estilo, sino que lo hace con la sobriedad de una narrativa que evita giros performáticos, menos distendida, y más centrada en la exposición lúcida de sus puntos de inflexión. Celebro la psicología de personajes que aportan lecciones de ética en una trama que incursiona en el pasado histórico para reactualizar el debate respecto a las posturas nacionalistas amparadas en la xenofobia, el rechazo social, los falsos patriotismos.
Brillante: la parábola del herrero, como storyline para el desarrollo del filme, condensa todas las posibilidades de acercamiento a la ideología de esta película y desde ahí desentrañar su conflicto ético. No importa las veces que el martillo golpee al yunque, al final este le sobrevive.
Notable: esos ítems que ya son marcas de estilo en la filmografía de Malick. Los acechos de la cámara, menos incisivos ahora, cada vez que sobrevienen —y no solo— a las interrogantes sobre la existencia humana; la perspectiva del intercambio epistolar como estrategia del discurso narrativo para decorar la polifonía en off y desde ella expresar las variaciones ideológicas; la coreografía gestual que se consigue con la fragmentación del raccord, en tanto explora los diversos estados de ánimo en la psicología de los personajes; la relación antitética entre el individuo y su entorno para acentuar la condición de sujeto vulnerable en un mundo hostil.
Te digo mi nota: cinco, a discreción, sin mucho ruido. Porque lo que vale en la cinta es la habilidad con que Malick ha sorteado los riesgos que entraña el abordaje de los mismos temas y el uso de los registros caligráficos que caracterizan su puesta. Los riesgos de la mismidad. Ante cada emprendimiento, es en el conjunto de su filmografía toda, y no en la obra sola, donde asoma la nitidez de su cine de tesis.
Sin embargo, cómo no notar que, con Vida oculta, nos deja todavía una interrogante por resolver: “Vendrá un día en el que sabremos para qué es todo esto. Y no habrá misterios… Lo sabremos, para qué vivimos…” Desconozco con qué se saldrá Malick para responder este enigma —si es que lo consigue— en su próximo filme, si esto fuera, en verdad, su propósito. Vaya uno a saber si tiene una bola de cristal o una línea directa de teléfono para hablar con Dios.
Yo no la tengo.