Tomás Gutiérrez Alea

Veinticinco años sin Titón

Vie, 04/16/2021

Este 16 de abril se conmemora un cuarto de siglo de la partida del más célebre de los cineastas cubanos. Sorprende que haya transcurrido tanto tiempo, pero es así. Su influencia es tan intensa como una presencia física, porque sus películas nos devolvieron la realidad cubana de una manera inteligente y crítica. No hizo un cine de héroes, sino de personas insertadas en una contingencia, heroica o corriente, sublime o abyecta. Ya se trate de la disipada ciudad nocturna iluminada por los sincopados neones de los night clubs que esconde, en sus tinieblas subterráneas, el horror de los sótanos de tortura; o esa misma ciudad emergiendo de los jirones de la madrugada, experiencia cotidiana para quienes salen a laborar temprano, como los repartidores de leche; o la ciudad central bajo el sol reverberante devenida campo de batalla con el arribo del tren blindado; o el apartamento suntuoso, cárcel voluntariade un desclasado prisionero de sus subjetividades; o la guarida del intelectual preterido, pletórica de libros y objetos raros: el contexto definiendo al individuo.

Delatar a los camaradas o sucumbir a los tormentos del cuerpo físico; amparar a un desconocido a expensas de la propia seguridad; exponer la vida en aras del futuro de miles de personas a las que no conoces y que quizás nunca sepan de tu sacrificio; permanecer en un sitio con el que ya no te identificas, por una recóndita lealtad inexplicable; experimentar las más insólitas peripecias en desigual combate contra el insensible aparato de la burocracia; elegir entre el desarraigo permanente o la vida en perpetua postergación en las márgenes de un proceso social que no te reconoce como coprotagonista: esas son las contingencias y casi siempre implican una elección.

El excipiente dramatúrgico podía ser, indistintamente, el drama ―social o histórico― o la comedia satírica, en ocasiones tensada hasta la exasperación delo absurdo. Las películas de Titón te hacen reír o te transmiten algún grado de inquietud, de angustia, incluso. Pueden gustarte o no gustarte, pero siempre movilizan tu conciencia.

Tomás Gutiérrez Alea nació favorecido por diversos dones. Pudo ser concertista de piano, instrumento que ejecutaba conmaestría de virtuoso, o desarrollar un lucrativo ejercicio de la abogacía en algún bufete de postín, pero al terminar la carrera de Derecho en 1951 partió como argonauta hacia Europa, a estudiar en el Centro Sperimentale de Cinematografia de Roma; singular elección para un joven de clase acomodada que podía marchar a los Estados Unidos a estudiar o perfeccionar estudios en alguna de sus excelentes universidades. Y es que la familia de Titón lo proveyó, además, de una propensión al discernimiento ético que guió sus elecciones. Quería hacer Cine. Cine con mayúsculas, pero no el cine colosal de las megaproducciones; quería hacer cine de arte y cine de compromiso social, entretenimiento que movilizara al intelecto, que instara al espectador a pensar.

Repasemos algunos hitos relevantes en su filmografía. Historias de la Revolución (1960) fue el primer filme estrenado por el ICAIC. Vale destacar la lograda atmósfera de cada una de las tres secciones, las dos primeras, acercamientos a las subjetividades de sus protagonistas, mientras la última se comporta como un gran fresco épico. Con el espaldarazo del público y de la crítica, Titón incursionó después en sendos proyectos de comedia satírica. Primeramente, Las doce sillas (1962), versión libre de la famosa novela homónima de los soviéticos Ilf y Petrov, de la cual existen versiones fílmicas previas y posteriores (checo-polaca, norteamericanas, soviética, alemana, rusa e iraní). Después, La muerte de un burócrata (1966), con guion del propio Titón, Alfredo del Cueto y Ramón F. Suárez. Esta cinta fue un éxito rotundo. Aunque se le han atribuido influencias de Buster Keaton, Charlie Chaplin, el Gordo y el Flaco e incluso de Buñuel, personalmente doy más importancia al influjo de García Berlanga, cuyos filmes Plácido y El verdugo se exhibieron en Cuba poco antes del estreno de La muerte de un burócrata.

Sin restarle importancia al empleo del slapstick (chistes de golpe y porrazo) que puso al personaje interpretado por Salvador Wood en hilarantes y peligrosas situaciones, el estilo general de la película y su corrosiva mordacidad los asocio mejor con los filmes de Berlanga que con los iconos de la comedia silente norteamericana. Pero lo más destacable es la sensibilidad del propio Titón, que logra aquí su primera película auténticamente personal.

Su siguiente filme de importancia es Memorias del subdesarrollo (1968), considerado con razón su obra maestra. Se ha hablado y se ha escrito tanto sobre el mismo que abundar aquí sería incurrir en reiteración. Baste acotar que en el modesto criterio de quien escribe, su final está entre los mejores de toda la historia del cine. Al desasosiego del protagonista, prisionero de sí mismo, se contrapone la tensa espera de la ciudad preparándose para enfrentar una agresión exterior, con los cañones de las antiaéreas recortándose contra el apacible crepúsculo.

La última cena (1976) es otro de sus filmes memorables, sobre el que también mucho se ha escrito. Prefiero destacar Los sobrevivientes (1978), con guion de Titón y Antonio Benítez Rojo. La fábula absurda de la familia Orozco, que deliberadamente se enclaustra a la espera de que la Revolución se extinga, es uno de sus proyectos más ambiciosos; sin dejar de ser un cuestionamiento político, clasista, es sobre todo un cuestionamiento genérico, filosófico si se quiere, a la llamada civilización occidental y su empecinada pretensión de domeñar la naturaleza y someter a la humanidad, sumándola a los haberes de una administración capitalista del planeta. Esta pretensión se vuelve contra quienes la instrumentalizan, que devienen víctimas de un proceso antropofágico (no por casualidad el filme culmina con alusiones al canibalismo).

Con un elenco numeroso en que se hace ostensible las tributaciones de cada intérprete al medio que le es más afín (televisión, teatro, cine), resalto las actuaciones de Germán Pinelli y Carlos Ruiz de la Tejera, por la habilidad con que armonizaron las grotescas situaciones en que incurren sus personajes y la médula patética de unos seres humanos condenados a la extinción o al autoaniquilamiento.

La cinta globalmente más reconocida de Titón llegó un tanto tardíamente. Me refiero a Fresa y chocolate (1993). Esta es, sin dudas, la película cubana que ha logrado una mayor incidencia en un cambio de actitudes en la isla. Con el diagnóstico confirmado de la mortal dolencia que le arrebatará la vida, Titón filmó esta película y la siguiente en colaboración con Juan Carlos Tabío. En Guantanamera (1995) vuelven a aflorar las duras realidades del período especial. En Fresa y chocolate a las rudezas del momento se opone la indeleble belleza de La Habana como símbolo de resistencia ante las adversidades; en la última película de Titón esta función recae en los personajes, abocados a enfrentar con originalidad, humor y decoro los conflictos que la vida les pone por delante. Con este guiño al neorrealismo del que bebió en sus orígenes cierra su filmografía el único realizador cubano compilado por el Instituto Británico de Cine entre los mejores de la historia.

El 28 de enero de 1994, Titón y Tabío participaron en un coloquio en torno a Fresa y chocolate. Uno de los participantes aportó esta confesión: “A mí el cine de Titón me ha servido para entender un montón de cosas que uno vive y que no hace conscientes hasta que alguien no se las organiza. Sus personajes enfrentados a su contexto me han servido para entender cosas de mí mismo en relación con mi medio…”1.

Con esta reflexión despedimos la remembranza de hoy, dedicada al hombre que nos abandonó hace veinticinco años, ese sujeto delgado con el que podías toparte en algún pasillo del ICAIC. Pero está el otro Titón, el que nos legó películas como Memorias del subdesarrollo y Fresa y chocolate. Ese es eterno.

Referencia bibliográfica:

1 Varios autores. (1995). Así de simple 2. Serie Taller de Cine. Santafé de Bogotá: Editorial Voluntad, S.A., p. 104.

(Foto: Archivo Cubacine)