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Titón, un cineasta de culto
“Durante mucho tiempo, cada vez que me preguntaban mi profesión me daba vergüenza decir que era director de cine, pues eso no existía en nuestro país. Al decirlo, muchos pensaban que yo dirigía o administraba un cine, y me preguntaban cuál. Después, tratando de evitar esa confusión, decía que era cineasta…”1.
Encontrando en el cine todas las inclinaciones o expresiones del arte que invadían su espíritu artístico, Tomás Gutiérrez Alea (Titón) se convirtió en uno de los más destacados directores del cine cubano de todos los tiempos. Hoy hacemos una parada para recordar su legado como cineasta de culto y de obligado estudio en el vigésimo quinto aniversario de su partida física.
Alimentado por el neorrealismo italiano, después de una estancia en la escuela de Roma, Tomás Gutiérrez Alea encontró en esa expresión artística la capacidad apropiada para hacer un cine nacional, dada la urgencia de poder mirar y con ojo crítico contar la realidad de la sociedad cubana. Es alimentado de esta corriente que surge el documental El Mégano (1955), dirigido por Julio García Espinosa con su colaboración. Este fue, sin dudas, un documental que marcó un antes y un después en la historia del cine cubano.
Llegada la Revolución, Alea forma parte del equipo que junto a Alfredo Guevara constituyen el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). En el temprano año de 1960 exhibe Historia de la Revolución, primer largometraje de ficción estrenado por el recién creado ICAIC. Asimismo, el primer cartel promocional producido por el Instituto fue para esta película, obra del diseñador Eduardo Muñoz Bach.
Movido por la pasión y la furia de crear un cine verdaderamente auténtico y con una identidad propia, en la década del sesenta dotó a la cinematografía nacional de títulos de gran valor histórico y social. Desde el choteo, el drama, la comedia, se explicaba una sociedad que estaba en constante cambio y los dilemas a los que se enfrentaban los contemporáneos. Muestra de ello títulos como Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata (1966) y Memorias del subdesarrollo (1968).
La mayoría de sus filmes retrata una sociedad en movimiento, manteniendo ese neorrealismo crítico dentro del cine durante toda su trayectoria como cineasta, a partir de una crítica constructiva, realista y, desde luego, con un alto grado de autenticidad. Ejemplo, su filme Fresa y chocolate (1993), convertido en uno de los primeros en tratar la temática homosexual en el cine nacional.
Titón a lo largo de su vida logró la realización de más de 20 filmes, entre largometrajes, documentales y cortos. Mostró una lucidez en resaltar las problemáticas sociales, económicas y políticas del país. Solo basta con volver a su filmografía de los primeros años de la Revolución para darnos cuenta de cuán auténticamente libre fue su cine.
La Cinemateca de Cuba ha dedicado especial atención a la restauración de sus obras, de ahí que se cuente con cinco clásicos de ficción restaurados y un documental: La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, Una pelea cubana contra los demonios (1971), Los sobrevivientes (1978) y el más reciente, La última cena (1976), filme que se pudo disfrutar durante la primera parte del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano; y el documental El arte del tabaco (1974). Volver a Titón es volver a lo real maravilloso de nuestro cine.
Referencia bibliográfica:
1 Fornet, A. (1987). Alea, una retrospectiva crítica. La Habana: Editorial Letras Cubanas.