NOTICIA
Sobre el infinito Roy Andersson
El director sueco Roy Andersson (Canciones del segundo piso, La comedia de la vida), uno de los cineastas contemporáneos más relevantes, vuelve a apostar en su nueva película, Sobre lo infinito (Om det Oändliga, 2019), por la fragmentación del relato. Aunque esta vez de una manera más sutilmente radical, respecto incluso a su filmografía previa, ya signada por lo episódico, por la viñeta, por el relato múltiple.
Desde una puesta en escena muy semejante a la anterior Una paloma sentada en una rama reflexionando sobre la existencia (2014), basada en planos generales, composiciones meticulosas, tonos pasteles y actuaciones gélidas, Sobre lo infinito expande el concepto de coralidad fílmica hasta la casi total disolución de los arcos argumentales conectores que desarrollen conflictos y psicologías. Aquí apenas aparece un cura que perdió la fe, y no sabe qué hacer, e invade de vez en cuando otras historias. Un hombre habla par de veces de un amigo ausente. Una voz en off cronica las diferentes y mínimas situaciones. Resulta el gran narrador-personaje de tales cuadros o viñetas, la gran amalgama que las engarza.
Andersson se consolida aquí como un artista de lo discreto, de lo minúsculo, del gesto, de lo performativo. Un orfebre de la imagen que consigue altos valores visuales en cada segmento, como si la película sola fuera una gran exposición de óleos o acuarelas llamados a la vida por un segundo. Es un cronista de lo absurdo disfrazado de cotidianidad, o mejor: de lo absurdo que puede llegar a ser lo cotidiano. Y de lo cotidiano como reservorio surreal. Y de lo onírico absoluto, como esa pareja que se desplaza entre nubes verdosas sobre una ciudad en ruinas; un espectáculo que ya nadie podría ver, pues la vida parece haber dejado el mundo. La pareja serían dos fantasmas aturdidos y concentrados en su amor, o bien una reflexión tardía de una felicidad pretérita, producto de un fenómeno óptico muy raro.
El pasado se filtra entre las hendijas del relato, diluyéndose en su linealidad temporal. La historia reaparece como un interlocutor de Andersson, de manera mucho más sutil que en Una paloma… Hitler en el bunker, asediado, azorado, burlado por sus oficiales: escena compuesta con el primor y el talento plástico que nunca tuvo el Führer en su juventud de acuarelista bohemio y mediocre. Tinieblas pasteles, densidades cromáticas, caos estetizado hasta la perfección.
Sobre lo infinito puede leerse como el poema que es el texto expresado en off. Una articulación de sensaciones dispersas, engarzadas en una lógica discursiva altamente fluida, sin intentar nunca aherrojarlas en una coherencia argumental de sesgo más prosístico. El personaje-narrador-observador, con trazas de omnisciencia, da testimonio de sus avistamientos invisibles, de su intromisión privilegiada y momentánea en instantes quizás definitorios, quizás insignificantes para las vidas de sus protagonistas.
Andersson prefigura aquí un panteón humano, erizado de dioses y adioses fugaces. Rinde culto a la minucia y la eleva a unas alturas épicas desde su representación magnética, seductora en su hieratismo. Invita a decodificar los planos generales de los que hace gala, a enlazar todos sus elementos escenográficos y humanos como puntos sin numeración de un juego donde saldrá la figura que el jugador desee. Pues puede empezar por el punto que desee, y seguir a voluntad, regresar al trazo de origen, corregir e iniciar una nueva figuración. Siempre saldrá un paisaje humano.
Cada viñeta es parte y totalidad. Realidades que siguen una lógica irreal. Pues Andersson busca captar las ondas expansivas de seres implosionados. Las resonancias de una realidad autofágica, que remonta senderos solo dirigidos hacia el interior, hacia el mundo de las esencialidades. Busca el sentido de la existencia en la puridad de un fugaz sentimiento, de un efímero conflicto, de una respiración leve. Tal vez busque al dios de los pequeños universos.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)