NOTICIA
Sebastián Lelio, el desobediente
El chileno Sebastián Lelio (La sagrada familia, 2006; Navidad, 2009; El año del tigre, 2011; Gloria, 2013; Una mujer fantástica, 2017; Gloria Bell, 2019) se consagra en el abordaje de temas referentes a las problemáticas contemporáneas del universo femenino. Si antes el contexto de su país natal le proporcionaba los incentivos para establecer un debate respecto a las dinámicas socioculturales en las que participa la mujer chilena, tanto en los espacios domésticos como públicos, ahora intenta vehicularlas a un espectro mayor, sobre todo porque los temas que direccionaban sus filmes ya poseían la marca de universalidad desde la cual hibridar un diálogo mucho más abarcador.
En sus adentramientos a psicologías femeninas conflictuadas, los filmes de Lelio reparan en la condición de sujeto subalterno de la mujer, casi siempre vulnerable ante las carencias o disfuncionalidades de sus relaciones socioafectivas. Quizás Gloria ―a mi juicio, su película mejor lograda en lo que va de carrera―, con su remake posterior de producción norteamericana, y también Una mujer fantástica sean los referentes más importantes para cartografiar, en el contexto de la filmografía latinoamericana más reciente, las convergencias y variaciones en torno al tratamiento de la mujer y sus problemáticas de ahora mismo.
Con Desobediencia (2017), filme recientemente exhibido en el espacio La 7ma puerta de Cubavisión, asistimos a una interesante mirada que legitima el derecho de la mujer a su libertad sexual cuando las prácticas religiosas mutilan toda posibilidad de emancipación.
Ronit (Rachel Weisz) y Esti (Rachel McAdams) son personajes cercenados por la intolerancia religiosa que ha hecho imposible la consolidación del amor mutuo que ambas se profesan desde la infancia. En plena adultez, el recuerdo de una y otra pervive en la distancia: la primera bajo el amparo de la soledad y el éxito que le permiten la realización profesional; la otra, en la obligatoriedad de salvaguardar las apariencias mientras se escuda en la rutina de un matrimonio impuesto por su educación judía. La muerte del rabino Krushka, padre de Ronit, es el detonante para el rencuentro que permite violentar, otra vez, los límites de lo permisible, como vía de escape a la realización sexual y espiritual de la mujer.
Notable: las imbricaciones dramáticas de un tema abordado desde un profundo compromiso con la ética. Tratándose de los nexos entre religión y libertad sexual, en el contexto del judaísmo ortodoxo, el guion evita la postura crítica para, desde lo observacional, lanzar su apuesta por el acto emancipatorio. Es comprensible el posicionamiento respetuoso y no menos válido con que el punto de vista enuncia los accidentes dramáticos y deja al espectador cualquier camino a la impugnación crítica. Del mismo modo, el muestrario del convivio religioso y sus practicantes, donde queda en evidencia la condición de alteridad de la mujer.
Dany Cohen, en la fotografía, y Nathan Nugent, en la edición, descuellan como los valores fundamentales de la película junto a la dirección de actores. Rachel Weisz, Rachel McAdams y Alessandro Nivola destacan en un elenco que no deja cabida a los desbalances en los desempeños histriónicos.
Excelente: los contrapunteos narrativos que permiten comprender la naturaleza del amor como sentimiento que subsiste y pervive, despojado de la literalidad de los preceptos de la Tora, aun desde la psicología misma de los personajes. Resulta interesante cómo esta perspectiva se enuncia desde la evolución del personaje deDovidKuperman, el discípulo heredero de los ideales del patriarca fallecido. El punto de partida es la escena en la queDovidalecciona a los nuevos aprendices mientras leen el texto sagrado; el clímax, cuando reniega de la carga que supone dirigir la comunidad de judíos mientras decide concederle a su mujer la libertad demandada.
Entre una escena y otra, es quizás Dovid el personaje que más participa de un proceso de transformación rotundo, en tanto comprende que existe un modo de asumir la vida que escapa a cualquier conciliación religiosa y por ello se doblega en paz, con las mujeres y consigo mismo. Quizá por esto lo mejor de la película sobreviene después para coronar, en una escena, esa comprensión de la sublimidad del amor que pervive más allá de todo dogmatorático: Dovid, al concederle la libertad a su mujer, se funde en un abrazo y convida a Ronit a unírseles.
Te digo mi nota: un 4, de 5.
Lo peor de la película: el guion de Lelio y Lenkiewicz, basado en la novela de Naomi Alderman, se interesa por el acto emancipatorio mismo que emana del desarrollo y desenlace del encuentro homoafectivo entre las mujeres, antes que la posible realización amorosa que pudiera emanar de la unión. Como parte de su sustrato ideológico resulta pertinaz y necesario, pero desfavorece las complejidades de un drama que hace palpable sus escasas ambiciones mientras pretende la densidad psicológica. También los necesarios contrapunteos en cuanto a las variaciones en los estados de ánimo de sus personajes, sin que se tornen, en el caso de las protagonistas, demasiado previsibles.
Es por ello que las potencialidades de inmersión en el tema, amén de lo novedoso que pudiera ser para un espectador ajeno a las prácticas religiosas que trata, decaen justo en el segmento final de la película.