NOTICIA
R.S.: el hombre detrás de las iniciales
En tiempos que no soñaba siquiera con escribir una línea sobre el cine, arte que me obsesionaba al punto de crear un entonces modesto archivo personal, no fui el único en experimentar la adicción a la lectura del apartado consagrado al séptimo arte en la sección cultural de la revista Bohemia firmada con las enigmáticas iniciales R.S. Confieso que la perseguía en los estanquillos camagüeyanos por el solo placer de disfrutar los temas abordados por el firmante con tal derroche de amenidad, siempre con el ánimo de suscitar el interés en los lectores, no solo cinéfilos, su premisa irrenunciable. Por supuesto que los recortaba e iban a parar a los files correspondientes. Aún los conservo celosamente.
No tardé en descubrir que el nombre detrás de las dos letras sucesivas en el abecedario era Rodolfo Santovenia y firmaba como tal sus textos en algunas publicaciones, como la revista Romance. Comencé a asediarlo con una correspondencia inmisericorde para saciar mi avidez de información sobre cine, tan escasa en esos años. Hasta que durante uno de mis viajes periódicos a La Habana para ver teatro y la programación cinematográfica, decidí visitarlo en la redacción, situada casi en la esquina de Galiano y Neptuno. Como en Casablanca, fue el inicio de una gran amistad, consolidada a lo largo de más de cuatro décadas.
Santovenia, decano de la crítica y la investigación cinematográfica en Cuba, nació el 11 de marzo de 1929 en La Habana. Ejerció el periodismo hasta especializarse en el ámbito cinematográfico, en el que desarrolló una extensa y fructífera trayectoria. Recibió numerosos reconocimientos por su desempeño en disímiles publicaciones desde la primera mitad del Siglo de Lumière.
Cuanta iniciativa existió por esos años relacionada con el arte de las imágenes en movimiento, contó con su entusiasta respaldo. Así figura, junto a Tomás Gutiérrez Alea, Néstor Almendros, Guillermo Cabrera Infante y Rine Leal, entre los animadores de la primera Cinemateca de Cuba. Cuando tras un período de interrupción de sus funciones, las reanudó en 1955 en el Palacio de Bellas Artes, gracias a la contribución de copias remitidas desde Nueva York por el Museo de Arte Moderno, Santovenia integró su directiva. En el primer ciclo, que comenzó en diciembre, reseñó en el programa de mano uno de esos clásicos: Olympia (1938), de Leni Riefenstahl.
Germán Puig, presidente de esa Cinemateca efímera por la carencia del imprescindible apoyo estatal, calificó a Santovenia como un amigo excepcional por su fidelidad en los momentos más desalentadores. Con él pudo contar enseguida para materializar uno de sus planes: la constitución de una fototeca. Sin insistirle, Santovenia se apareció en la compañía Pelimex, donde el jefe de publicidad era su amigo, y obtuvo cientos de fotografías nuevas para el incipiente archivo.
Él no solo fue uno de los testimoniantes que tuve el privilegio de entrevistar para la redacción del capítulo correspondiente a esta confusa y compleja etapa en el cuatro tomo del libro Cronología del Cine Cubano, sino que en agosto del 2009 fue su primer lector. Por derecho propio figura en los agradecimientos de mis libros, en los cuales fue decisiva su inveterada generosidad para la búsqueda de datos y corroborar informaciones de fuentes no confiables. Bastaba una llamada para que, a la mayor brevedad, emprendiera las pesquisas en su fabulosa biblioteca.
Algo que revelamos Arturo Agramonte y yo en ese libro es que a Santovenia corresponde el mérito histórico de propiciar en el comedor de su casa, con su equipo de 16 mm, una proyección de El Mégano, dirigida por Julio García Espinosa, para varios integrantes de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Ninguno de los asistentes sospechaba que eran testigos de un corto que provocaría la ira policial y mucho menos su condición de ser el antecedente directo del nuevo cine cubano, surgido cuatro años más tarde.
En su reseña, publicada en el periódico Pueblo, Santovenia escribió sobre esta “clarinada a favor del cine cubano”, de incuestionable influjo neorrealista, y concluyó: “Es un intento plenamente logrado, dadas las limitaciones de los medios al alcance de sus realizadores, quienes demuestran, sin lugar a dudas, la fibra entera de que están hechos. Solo armados de tan intenso fervor creativo, es posible dar cima a un proyecto tan difícil”1.
Este miembro de honor de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica desde su fundación, y de la UNEAC, es autor de dos valiosos libros de referencia publicados por la Editorial Arte y Literatura: Diccionario de cine. Términos artísticos y técnicos (1999) y Cinefilia (2016), con el preciso subtítulo “Cosas que siempre quiso saber sobre el cine y no pudo nunca averiguar”.
Santovenia, además, incluía colaboraciones mensuales sobre grandes películas vinculadas con el mar en la revista Mar y pesca y tuvo otra sección fija informativa, “Ángulo ancho” en Cine Cubano, con declaraciones de cineastas y otras personalidades internacionales y noticias del cine contemporáneo. En sus páginas dio a conocer no pocos artículos interesantísimos —en una fecha que internet no existía—, entre estos uno muy revelador sobre la controvertida aplicación del color a las películas en blanco y negro.
Una labor anónima de Rodolfo Santovenia fue su determinante colaboración con la Cinemateca de Cuba. Allí asesoró e intervino directamente en la reorganización del archivo fotográfico del cine internacional, organizó y diseñó su biblioteca y hemeroteca, la colección de catálogos de festivales y donó fotos y libros a la institución. Su archivo también fue la fuente de la cual se nutrió durante muchos años el crítico Carlos Galiano para su programa televisivo entonces semanal Historia del cine.
Con cuánta impaciencia nos reclamaba recibir todos los libros que enriquecían la creciente bibliografía cinematográfica, rara avis en la Isla por tanto, demasiado tiempo. Llevárselos a su casa eran ocasiones extraordinarias para deleitarnos con su compañía y de su derroche de sabiduría sobre el cine de todos los tiempos. Ya nunca será posible que vuelva a recurrir a sus consultas, el lunes 1.o de marzo, a los 92 años de edad, la muerte nos privó de Rodolfo Santovenia, una persona y un profesional de esos a quienes el adjetivo de excepcional es insuficiente.
Referencia bibliográfica:
1 Rodolfo Santovenia: “El Mégano: ensayo neorrealista obra de jóvenes cubanos”. Pueblo. La Habana, jueves 17 de noviembre de 1955.