NOTICIA
Retrato personal de un hombre íntegro
Quiero recordar a mi querido compañero y amigo Daniel —nacidos el mismo mes y siendo él, un par de años menor—, en un espacio distinto de lo que es su obra cinematográfica. Quiero evocarlo en su profunda humanidad.
Daniel acompañó a Manolito Pérez en la tarea por parte de Cuba de organizar y continuar con los compromisos asumidos en 1967, en Viña del Mar. Responsabilidad que les encomendó Alfredo Guevara, que supo ver la necesidad de integrar a Cuba a Latinoamérica, que en el cine miraba más a Europa, y que luego continuó Julio García Espinosa.
Era una responsabilidad política muy complicada, ya que los cineastas del continente y del Caribe eran parte de una izquierda latinoamericana diversa y en ella confluían los partidos tradicionales pro-soviéticos, una socialdemocracia progresista, así como la izquierda revolucionaria guevarista, de diversos orígenes y destinos.
Esta fue una de las últimas iniciativas políticas y culturales de una generación que tenía un proyecto colectivo y estratégico, que pensaba en los otros y en el largo plazo.
Era un proceso largo y complejo, mientras nuestro continente sufría profundas crisis políticas que saltaban de un país a otro, lo que originaban tareas desde humanitarias y solidarias a la reflexión política y artística de las cinematografías locales que resistían en sus países, o en el exilio.
El Comité de Cineastas de América Latina se constituye en Caracas en septiembre de 1974, al que se une Daniel, y no resulta curioso que uno de sus primeros documentales sea Libertad para Luis Corvalán, en 1975.
En las reuniones del Comité, pudimos apreciar su inteligencia, su humanidad, su capacidad de diálogo y por cierto su humor. Nunca supimos si el origen de su vozarrón que competía en volumen con el de Manolito, era producto de su sordera, o de ambos.
Era el tiempo en que estrenaba Jíbaro, en medio de las jornadas del VII Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se constituye la FNCL de la que será Miembro Fundador del Consejo Superior.
Una vez más nos auto imponíamos un proyecto colectivo, “con el propósito de contribuir al desarrollo e integración del cine latinoamericano y lograr un universo audiovisual común, además de cooperar con el rescate y afianzamiento de la identidad cultural de América Latina y el Caribe”.
En la Quinta Santa Bárbara, Daniel, siempre fue un protagonista relevante, que tenía la particularidad de no “robarse la película” y a pesar de su fuerza y presencia, sabía de la discreción y del silencio.
Allí pasé con él las circunstancias que rodearon al estreno de Alicia…, me contó los detalles de lo que había ocurrido en su familia. Me emocioné, nos emocionamos, no podía creer lo injusto de lo que estaba ocurriendo. Daniel tenía una fortaleza enorme, pero esos momentos son los quizás contribuyeron a desencadenar esa enfermedad maldita, su cáncer, que se alimenta también con la tristeza y la impotencia. Yo la había vivido en mi país, unos años antes, pero había tenido la fortuna de vencerlo.
Daniel hizo luego otras películas importantes. Pero será el último proyecto colectivo de esta generación, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde lo sentí más feliz y donde pudo desarrollar esa vocación de conversar y compartir sus conocimientos y talentos con la pasión con la que vivió.
Fue muy duro saber de su muerte, porque con él se nos iba un hombre íntegro e imprescindible.
Foto: cortesía del autor