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Respetables películas serbias al cine Acapulco
Había cine en Serbia en fechas tan tempranas como los años diez y veinte del siglo anterior, cuando el país, independiente de los otomanos desde el XIX, decidió integrarse, junto con otros territorios balcánicos, al Reino de Yugoslavia. Después de algún desarrollo cinematográfico, interrumpido por la Segunda Guerra Mundial, Serbia pasa a formar parte de la República Federal Socialista de Yugoslavia, y en ese entonces se produce la primera oleada de películas reconocidas internacionalmente mediante el cine de partisanos, que contaba la épica de la lucha antinazi, entre otros se recuerdan títulos como El sol está lejos (1953) o El último puente (1955) esta última en coproducción con Alemania occidental.
A la recreación épica se consagró también La batalla de Neretva (1969) que incluía los más populares actores de Yugoslavia en un elenco internacional donde destacaban los norteamericanos Orson Welles y Yul Brynner, y el italiano Franco Nero. Sin embargo, en los años sesenta y setenta predominó un cine rupturista, crítico y a veces experimental, que algunos llamaron la ola negra del cine serbio, concentrada en aspectos complejos y oscuros de la realidad, con filmes muy aplaudidos internacionalmente y que hoy constituyen lo mejor del patrimonio fílmico nacional: Tres (1966) y Encontré gitanos felices (1967), de Aleksandar Petrovic, llegaron a estar nominadas al Oscar; mientras las provocativas películas de Dušan Makavejev se inscribían entre lo mejor del cine de vanguardia internacional: Inocencia sin defensa (1968) y W. R.: Misterios del organismo (1971).
La república socialista conocida como Yugoslavia terminó desintegrándose tras una serie de guerras entre los estados o las etnias que integraban la federación, pero a finales del siglo XX, el cine conoció un auge insospechado a través, sobre todo, de los filmes dirigidos por Emir Kusturica, quien ganó dos Palmas de Oro en Cannes (en 1985 por Mi padre está en viaje de negocios, y en 1995 con Underground) y un León de Plata de Venecia, a la mejor dirección, por Gato negro, gato blanco (1998). Con el nuevo milenio, el cine serbio se mantiene más atento a las articulaciones genéricas, que al cine de autor, aunque este último nunca ha desaparecido del todo.
Con el siglo XXI, Serbia volvió a ser un Estado independiente tras la separación de Montenegro, y su cinematografía ostenta una notable diversidad genérica que se aprecia, por ejemplo, en el thriller sicológico La trampa (2007), en el muy polémico filme de horror autoral Una película serbia (2010), o en la comedia de tema gay Desfile (2011), las tres devenidas referencias insoslayables para el cine serbio contemporáneo.
Para inaugurar la jornada de cine serbio en el cine Acapulco se eligió la película de tema pacifista, o más bien antibélico, Érase una vez en Serbia (2022, Petar Ristovski) que se ambienta dos años después de concluida la Primera Guerra Mundial, cuando Dine y Cone, contagiados por el espíritu de libertad y progreso que sentían, regresan al ruinoso pueblo natal Leskovac y luchan por la evolución y el adelanto. Los matices de comedia, drama y romance, y el espíritu general de la obra, permiten recordar un filme cubano como Lista de espera (2000) de Juan Carlos Tabío, en la cual el progreso de un espacio también depende del esfuerzo común para mejorarlo.
Drama criminal realizado en blanco y negro, Cristal índigo (2023, Luka Mihailović) presenta una trama que se desarrolla en cuatro días en torno a Vuk, un treintañero que regresa desde la prisión, a vivir junto a su hermano menor, al cual intenta llevar por el buen camino y salvarlo de un medio amenazante y difícil. Mientras tanto, Vuk intenta adaptarse a la sociedad y descubrir por qué fue liberado dos años antes de cumplir su condena. El título se refiere a los niños índigo y cristal identificados por la espiritualidad New Age como los encargados de propiciar la evolución espiritual del mundo, cambiar el pensamiento tradicional y liderar la era espiritual de Acuario. Poco que ver con estas lindezas coloridas tiene el filme Cristal índigo.
Un documental con alta dosis de suspenso, no tan usual en esa modalidad audiovisual, es Una primavera más (2022, Mladen Kovačević) cuya acción ocurre a principios de los años 70, el momento en ocurrió en Yugoslavia la última epidemia de viruela de los tiempos modernos. La infección se propagó durante todo un mes antes de ser descubierta en Kosovo, mientras que en los hospitales de Belgrado el número de personas infectadas seguía aumentando. El filme adopta algunos códigos del cine de horror, aunque en el fondo se trata mayormente de una edición compuesta a partir de material de archivo, acompañada con el relato del doctor Zoran Radovanovic, la principal autoridad serbia en términos de epidemias, alguien que estuvo al centro de aquellos acontecimientos absolutamente reales. Indirectamente, la película le permite al espectador comparar la situación en la Yugoslavia, más humana, de 1972, con la actual Serbia, una sociedad egoísta y dependiente del libre mercado.
Dramedia de trágicos acentos es Corte, la ópera prima de Siniša Cvetić. En inglés, el filme tiene un título más sugerente: La decapitación de Juan El Bautista, y se refiere a un día especial para los serbios, cuando ellos celebran la muerte del santo que abrió el camino para Jesucristo, según la Biblia. De modo que esta es de esas producciones cuya acción se desarrolla en un solo día, tiempo suficiente para presentarnos un retrato de una familia a la cual tampoco le falta la consabida oveja negra. En la película la historia judía es una referencia, un trasfondo cultural, porque en primer plano están los padres, que le ocultan a Jovan y a los invitados que se van a divorciar, mientras el joven esconde su consumo de drogas y espera en silencio que los extraterrestres lo rescaten de una existencia sin esperanza y sin sentido. El ambiente festivo y el alcohol van empujando a que los invitados y sus anfitriones revelen estos y otros secretos y conflictos.
Con el extraño título de ¿Por qué se arrugan mis pensamientos? se exhibe en el Acapulco el filme histórico-biográfico cuenta los últimos días del príncipe serbio Mihailo Obrenović, un hombre enamorado de su joven prima, y que lucha con su sentido del deber y sus sentimientos mientras se trama una conspiración contra su gobierno para tratar de impedir la liberación de Serbia y de otras naciones balcánicas. El filme cumple con las códigos del cine de época en cuanto al despliegue de vestuario y dirección de arte, además de introducir una reflexión sobre el complicado destino histórico de la nación serbia.
Si la historia de Serbia está marcada por las constantes guerras y conflictos entre naciones vecinas, su cine también patentiza el sistemático tratamiento de tales temas. Tormenta (2023, Miloš Radunović) es un drama bélico ambientado en 1995, cuando ocurrió la limpieza étnica de los serbios, en la entonces llamada República Serbia de Krajina, autoproclamada dentro de Croacia en el año 1991 con una población mayoritaria de origen serbio. Una gran parte de esa república fue invadida por fuerzas croatas en 1995, durante la Operación Tormenta, que expulsó a unos 250 000 serbios que habitaban en Krajina. El filme está contado desde el punto de vista de Ilija, un hombre corriente cuyo único objetivo es proteger y preservar a su familia, el hogar y la aldea donde creció. Él intenta evitar nuevos ataques, y con ese objetivo forma una unidad de sabotaje con el objetivo de destruir a los enemigos que atacan la aldea. La historia de Ilija se entrelaza con las de sus vecinos, devenidos compañeros de armas. En esta batalla por la supervivencia, muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y buscar la salvación en una columna migratoria interminable que se dirige hacia la patria, hacia Serbia.
Tanto Tormenta como Cristal índigo lograron importantes éxitos de taquilla en los primeros meses de 2023, y hasta consiguieron abatir, en el mercado nacional, populares franquicias norteamericanas como Scream VI y John Wick, Chapter 4. Un fenómeno similar está ocurriendo en países cercanos como Italia o Polonia. Todavía hay un mañana, la ópera prima de Paola Cortellesi barrió en la taquilla nacional a Barbie y Oppenheimer, mientras que La frontera verde, de la veterana Agnieska Holland estuvo varios meses en el número uno de la taquilla nacional y fue destronada solo por Los campesinos, una película animada también polaca.