Una joven prometedora

Psicopatía de la constancia

Lun, 07/05/2021

Esta vez España ha titulado mejor que Hispanoamérica Promising young woman (Emerald Febbell, 2020): Una joven prometedora es más sugerente que Una hermosa venganza. La película fue producida por Margot Robbie, quien conduce la compañía de producción LuckyChap Entertainment. Considerando a la mujer todoterreno que es Febbell, pues escribe guiones y libros, produce, actúa…, dirigir era lo único que le faltaba. Este año se presentó en grande con un relato social acerca de la violencia hacia la mujer. 

No es el típico largometraje de ponderación de la violencia a lo Kill Bill (Quentin Tarantino), sino más bien de ajuste de cuentas por el ausente a lo Bajocero (Lluís Quílez). Es —o trata de serlo— la radiografía de una mujer que se envalentona por aplicar en persona la justicia. Mas la idea de equilibrar las relaciones de poder en cuanto a género y empoderamiento en la sociedad actual exterioriza un talón de Aquiles demasiado quebrantable: Cassandra Thomas, Cassie (Carey Mulligan), está muy afectada. Un hecho del pasado de una amiga la cambió frente a los hombres, incluso, cuando los piensa.

Lo que veremos en Una joven prometedora ―estrenada recientemente en La séptima puerta― es un raro cóctel de cine negro con desquite (rape/abuse revenge) por cuenta del sacrificio total si es preciso. En un mundo de ventaja varonil, a Cassandra no le queda de otra que hacer las cosas a su modo, pues llevar el fatídico nombre —Casandra y su lastre mítico asumo sea premeditado— implica ya una desventaja que ella prueba acortar de manera literal por plena conciencia. Será preferible, entonces, el mote Cassie. Pero no a secas: Cassie es calculadora, resentida y, “en especial”, psicópata. Por fortuna conocemos al personaje tal cual es, un modus operandi que se basta a sí mismo, no hay necesidad de mostrar de forma lineal cómo ella llegó a ser quien es. Se presenta lo necesario porque por elipsis y flashbacks emergen las provocaciones del actuar presente. 

En consecuencia, resulta interesante cómo la cineasta compone muchas de las escenas, como cuando un extraño se apiada de su supuesta embriaguez y durante el viaje en taxi le pide que vaya con él a su apartamento. Lo que es invitación y aprovechamiento de la situación por uno es a la vez acto de voyerismo del chofer. Ambos, pretendidos especialistas de la seducción y acaso del placer, responden a clisés de la masculinidad machista y heteronormativa. Cassie favorece el estereotipo al supuestamente victimizarse. Estamos en el inicio de la trama y pronto sabremos que esta mujer se lo toma en serio para reconsiderar las pocas variantes de la masculinidad que la acechan.

El espectador pudiera preguntarse por qué Emerald Febbell toma una decisión tan drástica con Cassie. Es que ella no es heroína, sino una mujer rota y sin futuro. Ampararla equivaldría a vanagloriar un desequilibrio que se vislumbra desde un inicio muy misterioso y trágico. De lo contrario, la narrativa de la venganza se pierde por la negligencia de la propia cineasta.