Manuel Pérez Paredes

Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte II)

Mar, 04/27/2021

Y nacionalmente estaban ocurriendo cosas importantes también, como el ciclón Flora.

Sí, ese es un dato adicional que se puede incorporar al análisis de aquel contexto y que no ha sido valorado. Pero regreso por un instante a 1961 para hacerte una asociación con este momento del huracán Flora. Cuando los realizadores y promotores de P.M. le presentaron a Alfredo la película, para exhibirla en una sala de cine, luego de haberla transmitido por la televisión, habían transcurrido treinta días de la invasión de Playa Girón. Yo puedo pensar, desde la lógica que los movió a actuar, que fueron inoportunos, que aquella no era la circunstancia adecuada para su plan, pues aquel era un momento nacional que podemos calificar de marchas y de himnos. Después de Girón podía ocurrir la invasión directa norteamericana, y la Base Naval de Guantánamo era una zona de altísimo voltaje para la provocación en aquellas semanas.

Pero lo que sucedió con el Flora sí que no estaba previsto. La dulce vida se estrena el 23 de septiembre de 1963, cuando nadie podía imaginar el cruce del huracán por nuestro territorio.

El filme de Fellini era una de las diecinueve películas que ese año se estrenaron procedentes de países capitalistas, hecho que respondía a una política de amplitud y diversidad del ICAIC en su programación. Esa diversidad y amplitud no era la que sostenía Blas como dirigente político, ni otras corrientes de pensamiento que consideraban que el país tenía que estar acerado en su condición de fortaleza sitiada y no debía darle espacio a un debate con ideas y ejemplos como los que transmitían Buñuel en El ángel exterminador, Lautaro Morúa con Alias Gardelito, Pasolini con Accatone o Fellini con La dulce vida. Hoy puede parecer ridículo todo esto que estamos hablando, pero en aquellas circunstancias no lo era.

Ahora, el 3 o 4 de octubre, entra el Flora al país, hace aquel lazo dentro del territorio entre Oriente y Camagüey, y mueren mil y tantas personas en pocos días. Añádele las decenas de miles de viviendas que desaparecieron y la destrucción generalizada en todos los órdenes, en fin: un desastre natural como nunca hemos tenido. El gobierno trasladó su sede para Bayamo (Fidel estuvo allí y en buena parte de las zonas afectadas). Las imágenes registradas eran terribles, espantosas, son las imágenes que hicieron posible que Santiago Álvarez realizara Ciclón, su primer gran documental.

Hubo tres días de luto nacional. Terminado el luto, la vida volvió a la normalidad, y junto con esta, regresó La dulce vida a los cines. Y aquellos que estaban en contra de la política de amplitud y diversidad descolonizadora del ICAIC, porque la consideraban contraproducente con sus ideas acerca de las necesidades e intereses de la Revolución, se percataron de la presencia de ese factor adicional, que les cayó del cielo, y les favorecía para el debate. La exhibición de la película resultaba accidentalmente oportuna para sus puntos de vista. Estamos hablando del mes de octubre y la polémica comienza el 12 de diciembre.

No tengo duda en darle al Flora su cuota de contribución al momento en que se inició la polémica sobre la política de exhibición del ICAIC. Blas, en uno de sus artículos de respuesta a Alfredo, recordó los efectos del huracán y puso en boca de Fidel comentarios sobre el heroísmo de los hombres que se enfrentaron al huracán sin la presencia de escritores que narraran artísticamente el suceso. Era algo que venía gestándose, preparándose, y el momento y el lugar lo decidiría la coyuntura política. La carta a la sección "Aclaraciones", de Severino Puentes, fue la chispa. Él era un actor de la televisión de la época, que terminó marchándose del país, pero que en aquel momento estaba muy preocupado porque consideraba dañinas aquellas películas, no educativas, en particular para los jóvenes a los cuales, según su opinión, podían desviar.

Hay otro aspecto que uno se pregunta: ¿por qué esa polémica no tuvo lugar en el interior de la dirección de la Revolución y estalló públicamente, en la prensa, y durante un par de semanas? Incluso tú y yo recordamos, y los que la hayan leído recordarán también, que fue creciendo en aspereza, y progresivamente se decían cosas durísimas.

Es evidente que ese debate no se reducía, o terminó no reduciéndose, a qué películas debe ver nuestro público y en especial nuestros jóvenes. Lo que terminó revelándose como esencial fue: ¿Qué sociedad socialista queremos crear? ¿Cómo se contribuye a formar, espiritualmente, a personas que aspiramos más completas, cultas y revolucionarias para edificar una sociedad más justa? ¿Creemos sinceramente que no debe haber espacio en las pantallas de los cines para La dulce vida, Accatone o películas de ese tipo, porque dañan, deforman, desvían a la juventud de los objetivos que el socialismo, y en particular el cubano, en sus condiciones peculiares, exige, necesita? ¿O, por el contrario, es preciso evitar que el futuro hombre socialista se convierta en alguien que se forma con los parámetros de una infancia permanente, vacunado contra las dudas y la complejidad de la vida, apoyado en la seguridad que dan las verdades cerradas de los manuales que, como escuché recientemente decir a un amigo, es una seguridad superficial y, por tanto, falsamente formadora de un hombre más pleno?

Hoy, Ambrosio, hablando de este tema en 2010, no hay que extenderse mucho más, sabemos a quién la vida le dio la razón.

Tú en algún momento me hablaste, y quiero a propósito recordártelo, de una experiencia que tuviste en un viaje al mundo socialista europeo. En ese viaje se te acercó alguien, creo que un soviético, y te preguntó: "¿Ustedes piensan seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo?"

Sí, como no. Y aquí retrocedo hasta 1968 porque, en el fondo, estos debates no han terminado, no terminan, pasan a un segundo plano, se repliegan, pero se mantienen como cuentas pendientes y se retoman en el momento en que cada una de las partes considera más oportuno traerlo nuevamente al ruedo, a veces por algo que sucede inesperadamente y lo reactiva. Las raíces de estas divergencias están en la realidad del mundo en que vivimos y en la actitud que se tiene ante ella. Tenemos para rato mientras no se modifiquen sustancialmente, entre nosotros, muchas cosas, desde el punto de vista objetivo y subjetivo.

En 1968 (cinco años después de los sucesos a los cuales me refería hace unos instantes), un año que también se las trae por la complejidad y alcance de sus acontecimientos nacionales e internacionales, Memorias… se presentó en competencia en el Festival de Karlovy Vary, Checoslovaquia; creo que fue en julio. Este fue, si no me equivoco, el primer evento internacional al que asistió el filme.

Ahora, y haciendo un paréntesis que considero necesario, Memorias… no fue, desde el momento de su estreno, el suceso cinematográfico en que se convirtió después, con el paso del tiempo y las circunstancias. Cuando ocurrió el "Mayo del 68" en Europa, según recuerdo, Pineda Barnet, Titón y Julio, estuvieron ese verano en el Festival de Pesaro (Italia); ellos vivieron y nos contaron, la atmósfera europea, post mortem, del Che, las protestas por la guerra de Vietnam, la repercusión de la guerrilla en nuestro continente, la lucha de los negros norteamericanos por sus derechos, y las protestas específicas de la juventud europea. Todo mezclado. O sea, la atmósfera de un mundo que parecía iba a cambiar en más o menos corto tiempo. En ese contexto, una película como Memorias… no fue adecuadamente valorada. Incluso, en algunos lugares, encontró críticas adversas, fuertes. Ese personaje pequeñoburgués, que está juzgándolo todo pero no participa en nada, no era atractivo para un sector del público involucrado emocionalmente en aquel clima político.

Pero fue en Checoslovaquia, en aquel festival, donde la película se evaluó, por primera vez, con una luz más larga. Pienso que el público checo, más los asistentes al evento en aquel momento, julio de 1968, estaban en mejores condiciones de juzgar el alcance de una película que venía de una realidad como la nuestra. Allí fue bien reconocida por la crítica y por el público que la vio. 

Hay que tener presente que es el conflicto de un hombre que duda y marca distancia, porque ellos estaban en un proceso similar al del personaje de Memorias…

Y estaban viviendo una conmoción interna que se conoció como "La Primavera de Praga", que los hacía más sensibles a lo que estaba expresando Titón en esa película. De ahí que el filme haya sido tan importante en el evento. Creo, incluso, que fue la más premiada, compartiendo con otra película que no recuerdo. Eso ocurrió en julio, pero en agosto entra el pacto de Varsovia en Checoslovaquia.

En el mes de octubre tuve que viajar a la URSS como parte de una delegación del CNC, delegación compuesta mayormente por músicos, pero en la que iba una muestra de cine cubano, específicamente Las aventuras de Juan Quin Quín, de la cual yo había sido director asistente. Julio no podía ir. Yo era el único representante del ICAIC en esa delegación que recorrería distintas repúblicas de la URSS. Y estando en Moscú, un día se me acerca un señor mayor para hablar conmigo. No recuerdo cómo entró en el tema, pero en un momento dado, me dispara a boca de jarro: "¿Y en el ICAIC van a seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo? ¿Van a seguir exhibiendo películas como El caso Morgan?". Esta última es una película inglesa, dirigida por Karel Reisz, escrita por David Mercer y protagonizada por Vanessa Redgrave. La peculiaridad está en que Mercer es trotskista, y seguramente con una lupa bien deformada desde un punto de vista ideológico, él estaba en una lista negra. Y este señor que se me acercó, que evidentemente debe haber visto Memorias… en el festival, no solo me estaba preguntando por la película, sino también por la política de exhibición en Cuba, que era monitoreada. El caso Morgan es un filme que fue bien recibido por la crítica, pero no exactamente muy bien recibido por el público.

Entonces, Manolo, el hecho de que ese señor se haya acercado a preguntarte sobre las películas, nos da la medida de la forma de actuar de los funcionarios del cine soviético.

Y que el ICAIC era un organismo visto con una cierta cuota de desconfianza, de sospecha, ya que, supuestamente, no era del todo consecuente con las maneras en que se debía encarar la lucha ideológica en esos años. Pero yo tengo otros ejemplos además de este.

En ese mismo viaje en que converso con este funcionario del aparato del PCUS, asistí a la proyección de Las aventuras de Juan Quin Quín. Como asistente de dirección de la película, me la conozco perfectamente, y mientras la estoy viendo, me doy cuenta de que, en un momento dado, hay un salto de rollo, o sea, que han cambiado equivocadamente las bobinas. Le pido a la traductora que me lleve a la cabina y una vez allí, me aclara el proyeccionista que todo está correcto y que no ha habido ningún error. ¿Y qué descubro? Que al comprar la película, los soviéticos decidieron reeditarla. Entonces, una película en la que Julio juega con el tiempo de diversas maneras, lo mismo hacia atrás que hacia adelante, ellos consideraron que era más correcto hacerla cronológica para proyectársela al público soviético: se adjudicaron el derecho de hacer esa reedición por encima de Julio. Yo, lógicamente, me quedé estupefacto, sin nada que decir hasta llegar a La Habana y contárselo a Julio y a Alfredo, para que se procediera de la manera que entendieran.

El hábito de la censura: "Esta película tiene que ser como yo quiero que sea y no como tú la hiciste".

Claro, y esta experiencia se convirtió en el colofón de la conversación con el funcionario.

Manolo, estamos hablando de 1968, más o menos. Pero demos un pequeño salto y caigamos nuevamente en la Isla, porque tres años después se desarrolló el Congreso de Educación y Cultura, que en un primer momento había sido Congreso de Educación y sobre la marcha se le agregó lo de la cultura, y tú desempeñaste un papel ahí, tú estuviste involucrado en él. 

Te cuento la manera en que fui involucrado. El Congreso, como bien dices, fue en un primer momento de educación, pero pidieron la participación del ICAIC con ponencias en las cuales se abordara el papel del cine como medio que complementa y enriquece la labor del Ministerio de Educación, por lo que alguien del ICAIC debía estar en la comisión que, dentro del Congreso, abordaría el papel de los medios masivos de comunicación. Alfredo me encargó esa tarea y redacté la primera versión de la ponencia oficial. Escribí toda la parte que tenía que ver con la política de exhibición y Julio lo referente a la producción nacional. Finalmente, Alfredo le hizo una revisión de ajuste para presentarla en el Congreso.

Ahora, ese evento es un hecho de nuestra historia cultural del período revolucionario sobre el que se ha escrito y se seguirá escribiendo, principalmente por sus consecuencias negativas para la Revolución, en el campo de la cultura artística. En aquel momento, estuvo asociado al llamado Caso Padilla y lo que lo rodeó, autocrítica en la UNEAC incluida, pues los dos acontecimientos se hicieron coincidir en el tiempo. Posteriormente, en algunos organismos culturales, se produjo la interpretación y aplicación funesta de sus acuerdos, contenidos en la declaración final. Al respecto, se ha escrito bastante en los últimos tiempos al hacer el balance crítico de lo que tú bautizaste como "el Quinquenio Gris".

Yo empecé a trabajar en la organización del Congreso el 20 de marzo, en la comisión que abordaría el papel de la influencia del medio social en la educación, en particular, los llamados medios masivos de comunicación. Ese día, o por aquellos días, me enteré que Padilla había sido detenido. En algún momento del mes de abril, nos informaron que iba a ser también un congreso de cultura, extensión que alcanzaría el ámbito de las manifestaciones artísticas. La comisión en la que yo estaba, creció en importancia y volumen de trabajo, y se dividió en dos, que finalmente fueron la 6A y la 6B. Yo quedé en esta última, en la cual el papel del cine sería objeto de análisis.

Pero la composición de los que iban a participar, y participaron en el Congreso, no se modificó porque se le añadiera la palabra "cultural". Siguió siendo, predominantemente, un evento del mundo educacional. Un alto por ciento de delegados e invitados eran profesores, pedagogos, cuadros especializados, y dirigentes del Ministerio de Educación y de las organizaciones políticas y de masas que atendían ese frente. No tengo datos en este momento, pero era menos que mínima la presencia de delegados del sector artístico. Hubo algunos invitados del mundo de las artes o la literatura, principalmente cuando eran creadores que también tenían algunas responsabilidades en organismos culturales.

Este Congreso es otro acontecimiento que hay que estudiar con profundidad en su relación con las circunstancias que estaba viviendo la Revolución, tanto a nivel nacional como internacional. Había terminado el año setenta con un revés emblemático: el de la Zafra de los Diez Millones que se había quedado en ocho millones y medio. Pero no era el millón y medio de toneladas que había faltado por producir, el que nos hacía perdedores. Dada la manera en que se había convertido en un objetivo de la nación, de todos los revolucionarios, ese incumplimiento era de fuerte repercusión psicológica y simbólica. Ahí está el discurso de Fidel, ese 26 de julio de 1970, encarando el problema.

Pero lo que se nos había puesto en crisis, evidente y total, era un modelo autónomo de construcción económica socialista, que no había dado pie con bola, que había fracasado. No puedo ir más lejos por carecer de conocimientos serios de economía de lo que fue todo el quinquenio 1965-1970, pero creo que he expresado sintéticamente cómo sucedió todo. Al entrar en 1971, se impone la necesidad de ir por caminos que podemos llamar trillados, sobre los que se tenían numerosas dudas o reservas por algunos dirigentes revolucionarios; sin embargo, para otros, eran los que garantizaban un margen de seguridad y de estabilidad para recuperarnos y seguir adelante. Íbamos a entrar de lleno en el camino del CAME socialista, como se fue produciendo a lo largo del primer lustro de la década del setenta. En medio de esta situación, no podría ser de otro modo, nos encontramos, una vez más, con la política norteamericana de aprovechar cualquier fracaso, torpeza, o lo que sea, de nuestra parte, para ganar el terreno en su objetivo irrenunciable. La Guerra Fría se manifestaba, en aquellos momentos, con particular intensidad en el campo de la ideología y su expresión en las ciencias sociales y en la cultura artística. Nuestra situación interna les creaba condiciones para su accionar.

Antes, habíamos recordado 1968. Ese año, en octubre, los premios UNEAC de poesía (Fuera del juego, de Heberto Padilla) y teatro (Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat), abrieron un debate que desbordó las obras mencionadas y sembró distancia y desconfianza. Un poco antes, nuestra posición apoyando, con objeciones y preguntas críticas, pero apoyando, la entrada del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, es otro acontecimiento cuya resonancia no se puede ignorar, como antecedente, si queremos ser serios en las raíces del Congreso de 1971. Repercutió de variadas formas en nuestras relaciones con el exterior y también en el plano interno. La dirección de la Revolución se vio en la necesidad de tensarse frente al desacuerdo, la incomprensión o la ruptura de aliados o compañeros que ya no lo serían tanto; también hubo farsantes que se desenmascararon en aquellos momentos. En todo aquello se combinaba honestidad y confusión, pero también deshonestidad, y claudicación.

Descubrir a Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa y cultura de la embajada de México en Cuba, trabajando directamente para la CIA, en 1969, en nuestros medios intelectuales, fue otro de los tantos aportes de la época al endurecimiento defensivo de la Revolución. 

Al decidir defenderse de campañas externas y de expresiones internas que consideraba inconsecuentes con la etapa difícil que atravesaba, la Revolución ejercía su derecho incuestionable; pero los que tuvieron la responsabilidad de hacerlo efectivo dentro del Congreso, en el específico debate de la cultura artística, lo hicieron de una manera lamentable y, a la larga, perjudicial para el proceso revolucionario.

No hay duda de que la situación que hemos vivido en Cuba, hasta el momento, ha exigido un permanente sentido de responsabilidad entre los que se consideran revolucionarios en el sector de la cultura artística. Poco o ningún espacio parece existir para lo que sea, se aproxime o se interprete como frivolidad o ligereza, cuando de política se trata. Incluso algo tan serio como el humor o la sátira pasan a ser expresiones delicadísimas, tanto como necesarias, a la hora de abordar la realidad.

Pero hay que extremar la atención y la lucha contra la ignorancia con poder, vestida de intransigencia militante, que hemos tenido, con relevo y todo, a lo largo de estos años. Si estamos de acuerdo con que el diversionismo existe y es un arma sutil de los enemigos de la Revolución, cada vez más afinada y refinada, por el desarrollo de la tecnología y la experiencia que han acumulado, tenemos que reconocer también que es peligrosísimo que revolucionarios incompetentes, y a veces simuladores de revolucionarios, asuman responsabilidades o alcancen posiciones desde las cuales sean los encargados de enfrentar dicho diversionismo. No basta una proclamada, real o amplificada fidelidad y amor a la Revolución, para elaborar o interpretar políticas en el frente de la ideología y en el campo de la cultura. El daño que pueden hacer, y a veces han hecho, es enorme. Errores en la selección de cuadros en este frente se pagan caros y por largo tiempo.

Me he alejado bastante de tu pregunta específica del Congreso porque me ha motivado una reflexión que me disgregó hasta el presente. Regreso de nuevo a 1971, a la Comisión 6B, que es de la que puedo hablar, y, en particular, a lo que en ella tuvo que ver con el ICAIC.

Aquí se discutió nuevamente la política de exhibición de cine extranjero, por el ICAIC, en los cines del país, porque las críticas a la producción nacional no se produjeron. Lo que se pedía era más películas patrióticas, más películas educativas. O sea, que se pedía más, pero no se censuraba lo que se había hecho. Sin embargo, existía un conjunto de ponencias, enviadas por profesores de secundaria básica y preuniversitario de diferentes provincias, en las que se preocupaban del daño que estaban haciendo las películas que se exhibían en Cuba y que venían del área capitalista occidental. O sea, que se estaba disparando contra el cine que el ICAIC compraba, fundamentalmente en Europa, aunque ya se estaban consiguiendo algunas películas norteamericanas, burlando el bloqueo, y también cine latinoamericano.

Pero, de manera general, había entre los pedagogos una preocupación sobre un tipo de cine que, en su opinión, estaba echando a perder el trabajo que ellos llevaban adelante en los centros de enseñanza. Debo decirte que yo leí ponencias que consideré honestas; era la ignorancia honesta, pero también estaban otras en las que se advertía el ataque político que se estaba aprovechando de la coyuntura.

Aquí me desvío otro momento para decirte que antes de la discusión sobre el ICAIC, en otras sesiones, se arremetió con vehemencia, de forma francamente repudiable, contra algunos compañeros o áreas del trabajo cultural. Recuerdo un pase de cuentas realizado por cuadros culturales de la UJC de aquel momento, que la emprendieron duramente contra el equipo de trabajo que había llevado adelante El Caimán Barbudo, en su primera etapa (1966- 1967). Estos ataques eran escuchados por delegados e invitados del mundo de la educación, que no se encontraban en condiciones de formarse un criterio sobre lo que se les decía. Era darle un voto de confianza a aquellos que, desde la tribuna, representaban a la Revolución, sin la presencia allí, para defenderse, polemizar o lo que fuese, de los criticados, que en algunos casos llegaron a ser acusados casi de contrarrevolucionarios.

Que se extendían a otras zonas, porque no era solo con el cine. También recuerdo las serias críticas que se le hizo a la labor editorial en las ediciones de teatro del Instituto Cubano del Libro (ICL). Eso se extendía…

Sí, sí. Ahí iba desde la música que se pasaba por las emisoras de radio y televisión, hasta el cine. Hay que tener presente que el ICAIC tenía bajo su protección al Grupo de Experimentación Sonora, en el que estaban Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés y otros, con Leo al frente desde 1968. Eso es algo que debe recordarse bien. Esta fue una estrategia impulsada por el ICAIC para proteger una corriente importante del desarrollo de la música cubana. Incluso, antes del Congreso, hubo un congresillo (reuniones previas de los organizadores del Congreso), donde se discutieron fuertemente estos temas, y entre los dirigentes de la Revolución hallamos nuevamente criterios encontrados en torno a cómo enfrentar la lucha ideológica en el campo de las manifestaciones de la cultura artística. Yo no participé en el congresillo, pero supe que Alfredo tuvo una intervención muy exhaustiva abordando con profundidad la diversidad de las raíces históricas de la cultura nacional. Sus palabras eran escuchadas por un grupo de compañeros con responsabilidades intermedias como cuadros del Partido, el gobierno y las organizaciones de masas. Pero parece que la complejidad de su exposición desbordaba el conocimiento de una parte de los oyentes, y, en un momento, el compañero Belarmino Castilla, que formaba parte de la mesa de dirección, lo interrumpió para discrepar de su intervención.

Las palabras de Belarmino provocaron una reacción de aplausos por una parte de los asistentes, identificados con su punto de vista. Fidel participaba en el congresillo, en ese momento, y dicen que reaccionó deteniendo los aplausos con un: "Belarmino no ha comprendido a Alfredo".

Eso te da la medida del conflicto interno del debate que se estaba produciendo en 1971, momento en que se iba a realizar un cambio importante en el país, tanto en el campo económico como en el ideológico. Por eso, la noche en que se discutió la ponencia del ICAIC (Raúl Roa era el que presidía la reunión), la temperatura estaba altísima. Aquella discusión arrancó muy mal porque, inmediatamente que se terminó de leer la ponencia, se levantó un compañero del Comité Nacional de la UJC, que la impugnó haciendo preguntas; ese tipo de preguntas que traen consigo una crítica velada, porque lo que estábamos defendiendo era la diversificación: descolonizar en el mundo de hoy, a través del cine, es hacer que las personas vean el mejor cine posible con los recursos que tiene el Estado cubano. Eso es lo que permite que los espectadores vean cine japonés (el cine de samuráis se atacaba en las ponencias, aun cuando fuese de Kurosawa), y cine de todas las nacionalidades.

Pero a partir de la intervención de este compañero, comenzó un debate con un Alfredo muy acalorado. Yo, desde mi lugar de secretario, veía con preocupación el desarrollo de los acontecimientos. Entonces, se levantó una maestra de Holguín y planteó sus inquietudes respecto a algunas películas que ella consideraba dañinas; Alfredo le respondió como si le hubiese contestado al dirigente de la juventud, o sea, que le estaba tirando un cañonazo a quien debía tirarle un tiro. Continuaba en ascenso el calor de la discusión; ya estaba Alfredo diciendo que el ICAIC no se hacía autocríticas, porque asumía la responsabilidad con su política de diversidad descolonizadora en las salas de cine, y si la dirección de la Revolución consideraba que era incorrecto lo que había hecho, pues cesaba como dirigente, pero no aceptaba tutelaje de comisiones de organizaciones u organismos. O sea, que estaba todo colocado en términos muy radicales. Discutía como cuando sientes que te están tendiendo una trampa y no como un académico en busca de la verdad, en abstracto: todo era como a muerte y en este caso no a muerte física, sino a muerte en términos políticos.

Cuando la temperatura del debate estaba a punto de alcanzar su clímax, y, sobre todo, con un público que no sabía muy bien hasta dónde se iba a llegar, entró Fidel con un grupo de dirigentes de aquel momento. Pasó al frente, se reacomodó la mesa (yo pasé a la segunda fila), y Fidel, sentado donde antes estaba Roa, comenzó a dirigir la reunión. La aparición de Fidel fue muy oportuna. Y ahí comenzó un debate con las pasiones más atemperadas; se argumentó con más serenidad de ambos lados, y después hubo una intervención de Fidel que está filmada, aunque no se publicó en la prensa de la época, pero existe en los archivos del ICAIC, en la que apoya la política global de la institución, refiriéndose al hecho de que no vivimos en una urna de cristal, que el mundo es muy complejo y hay que aprender a vivir y a luchar en él. Además, expresa su plena confianza en Alfredo Guevara. De esa manera, el ICAIC salió ileso de tan compleja polémica y de un Congreso no menos complejo, también por sus consecuencias, que tú conoces.

(Tomado del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)