NOTICIA
Palabras que sanan un mundo roto
En su sobriedad anecdótica, a veces al borde de parecer meliflua mientras simula la estrategia visual y discursiva de un famoso programa norteamericano para niños, A Beautiful Day in The Neighborhood (Un buen día en el vecindario, 2019), filme de Marielle Heller, logra lo que muchas veces se torna un imposible: hondura en su apariencia de vaguedad, el convite al diálogo en torno a las complejidades de la psicología individual en sus interrelaciones familiares o profesionales, que se resiste a una experiencia de vida diáfana. De las turbulencias pasadas, las lecciones que enmiendan errores y fracasos, la cabida a la sensibilidad y el perdón.
Así, A Beautiful Day…, sin ambiciosas pretensiones, consigue ser un filme de aprendizaje en torno a la necesidad de educar —cuando no es posible modificar— el carácter de la condición humana.
Lloyd Vogel (Matthew Rhys) aprenderá a doblegar su egolatría, a suprimir las dosis de bilis en su crítica periodística que transparentan un alma quebrantada por el rencor y el odio contra su padre; y en ese proceso, sabrá perdonarle el infortunio a causa del abandono, la infancia malograda en pugna prematura con la muerte.
Y Jerry Vogel (Chris Cooper), el padre, está dispuesto a levantar el puente que allanará el alivio a sus desmanes de antaño, a domeñar del mismo modo su carácter de hombre irresponsable, aun a sabiendas de que dispone de un tiempo breve de vida.
Entre uno y otro, la mediación de un Fred Rogers (Tom Hanks) como buen samaritano socava el entendimiento de Lloyd, la falsa comprensión de que este presentador de televisión de un programa para niños está por encima del bien y del mal, ajeno a las inclemencias de la disfuncionalidad en la vorágine familiar.
Aunque transita por lugares comunes en las problemáticas de las relaciones paterno-filiales con finales hartamente previsibles, tres momentos sublimes hacen que esta película valga la pena. Primero: la comprensión de que aun en el umbral de la muerte es posible la cabida a la reconciliación y a la esperanza de sobrellevar una vida en armonía familiar. Ese diálogo entre Lloyd y el Jerry moribundo en la cama no tiene desperdicio cuando el segundo consigue el estremecimiento en una sola frase.
Segundo: la articulación del aprendizaje como un juego de espejos, en el que el entrevistador intenta cuestionar la imagen de impoluta apariencia del entrevistado. Fred Rogers termina por revelar la verdadera naturaleza heroica que Lloyd advierte en él, aun cuando se reconoce incapaz de asimilarse como tal.
Y tercero, el final: Tom Hanks sentado al piano, mientas alterna los acordes graves y breves de la música, resume toda la angustia interior de la lucha que ha entablado a lo largo de su vida, las tensiones del diarismo que someten a prueba la volubilidad del carácter y la necesidad de mantener el equilibrio cuando nos afectan las problemáticas de la colectividad.
Notable: la estrategia visual y discursiva de esta película imita el programa Mister Rogers's Neighborhood, una famosa serie infantil norteamericana que tuvo varias décadas en el aire y fue un referente para muchas generaciones de estadounidenses. La personalidad de Fred Rogers fue un ícono en la cultura norteamericana en la segunda mitad del siglo xx hasta su fallecimiento en 2003. El filme de Heller realiza un homenaje honesto.
De alguna forma, los límites difusos entre fantasía y realidad que manejaba el programa, con el uso de maquetas, marionetas y canciones escritas por el propio Rogers para el público infantil, aparecen trenzados en la película con la historia de vida de Lloyd Vogel. Desde esta perspectiva, y sin muchas complejidades, el programa de Rogers traía a discusión problemáticas peliagudas como la guerra, la muerte, el divorcio, las dinámicas familiares, la amistad, etc., con un lenguaje asequible para el entendimiento de un niño.
Excelente: las transiciones de Tom Hanks, irreprochables, que le merecieron una nominación al Óscar como mejor actor de reparto en 2020.
Te digo mi nota: Un 4, en la escala de 5. Lo peor de esta película es la diafanidad de su discurso, el aliento didáctico que le impide crecer en su exploración de la psicología humana. Pero no podía ser de otro modo. Seguramente, en su propósito de permanecer lo más fiel posible al espíritu del programa y a la impronta del desaparecido comunicador Fred Rogers, Marielle Heller estuvo consciente del riesgo que corría en su película, como ya hablamos al inicio, cercada por la pátina de una visualidad bastante ñoña.
Pero vale la pena asistirla, sobre todo cuando se comprende que muchas veces es posible ser protagonistas de contiendas épicas, sin el menor alarde de heroicidad.