NOTICIA
Operación Monumento: George Clooney, decepcionante
Sobrevalorado, fundamentalmente a partir de algunos de los filmes comerciales más sonados que protagonizara en los años noventa del pasado siglo ―la trilogía de Soderbergh, por ejemplo—, George Clooney no ha hecho más que apelar a su carisma contagioso para despertar el interés del público y la crítica por su cine. El salto sobrevino en 2002 al asumir la dirección, escritura y producción de sus propias películas con el visto bueno de algunas productoras de Hollywood.
Aunque títulos como Goodnight, and good luck (Buenas noches, buena suerte, 2005), Leatherheads (Ella es el partido, 2008) y Theides of March (Los idus de marzo, 2011) comparten en común cierto atractivo, y las últimas, a mi juicio, pueden considerarse sus películas más estimables, en realidad no creo que el estilo Clooney tenga algún interés en apartarse más allá de la vorágine del mainstream comercial que nada tiene, a mi juicio, de novedoso, salvo un propósito bastante loable de traer a la palestra reflexiones en torno a la corrupción política en la sociedad norteamericana, los dobleces de la personalidad en medio de las truculencias del espionaje, las represalias y campañas mediáticas que desataron las cacerías de brujas contra los comunistas norteamericanos y las problemáticas seculares del racismo y la xenofobia, entre otros asuntos muy caros a sus filmes exhibidos hasta hoy.
Los lectores recordarán con seguridad su más reciente película, Suburbicon (2017), escrita en coautoría con los hermanos Coen, en la que se pretende un reciclaje, muy a su modo, del despampanante y siempre atractivo universo temático de la filmografía de estos últimos.
Suburbicon fracasaba con un discurso narrativo que hacía inviable la compenetración del espectador con sus personajes y la historia. En esa ocasión, algunos críticos adjudicaron el fiasco de Clooney a la apropiación de un estilo que superaba con creces las potencialidades de enunciación de su película, así como a la incapacidad de asumir con soltura los riesgos estéticos que bien pudieron representar un giro significativo en su carrera como director. En pocas palabras, de Clooney, metido en camisa de once varas, no podía esperarse más que la decepción total.
La película que recientemente exhibiera Espectador crítico, Operación Monumento (Monuments Men, 2014), marca el punto de inflexión del norteamericano hacia el declive. Si algo pudiéramos reprocharle a esta cinta es precisamente su planicie narrativa que imposibilita el proceso empático, aun cuando, no puede negarse, se salpica de momentos muy bien logrados que resuelven los giros del argumento. Eso sí, para nada se libra de la discreción en que discurre su tono épico.
Inspirada en el libro The Monuments Men: Allied Heroes, Nazi Thieves and the Greatest Treasure Hunt in History, de Robert M. Edsel, la película de Clooney intenta convencernos de un modo mediocre sobre el grado de heroicidad de un grupo de especialistas estadounidenses que rescataron el patrimonio artístico y cultural de Europa de las ambiciones y la destrucción de Hitler durante los años finales de la Segunda Guerra Mundial.
Con el fracaso de la invasión alemana y la ofensiva de las tropas aliadas, la Orden Nerón pendía como una espada de Damocles sobre casi tres millones de obras de arte y reservas de oro sustraídas a los países ocupados por la Alemania nazi entre 1939 y 1944. En ese contexto, la película nos muestra, a medio camino entre el drama y la comedia, cómo se efectuó esa operación en tanto nos convida a repensar, décadas después del holocausto, que sí, que valió la pena el sacrificio de vidas en aras de preservar ese legado.
Deficiente: el guion a cuatro manos, de George Clooney y Grant Heslov, su colaborador habitual. Al nivel de superficie textual, las peripecias de los personajes se ordenan en una cadena de sucesos más o menos en un sentido cronológico, pero pareciera que el guion las convoca para resolver las limitantes provenientes de la fragmentación del discurso y no por la consecutividad de sus relaciones causales. Nada favorece la ruptura del tono plano con que trascurre la acción, incluso las escenas donde se pretende elevar las dosis de adrenalina fracasan por la ausencia de la huella psicológica en los personajes.
Para enmascarar la linealidad de su estrategia discursiva, el guion cree resolverlo todo con las mudanzas temporo-espaciales motivadas por los cambios de la voz narradora (el personaje protagonista), y así favorecer con densidad el relato. En ese amago de pericia cómo no ver que Clooney, inocente, se pierde.
Medias: las actuaciones. Lástima que esta película se apoye en un elenco de primera. Matt Damon no hace más que retratarse a sí mismo, Cate Blanchett, en un notable esfuerzo, asume su personaje con dignidad pero no puede hacer más, aun cuando la película en sí no significó nada para ella si recordamos que en ese año tuvo con Blue Jasmine, de Woody Allen, la posibilidad de tocar las puertas del cielo. Bill Murray y Bob Balaban, mejores; Clooney, ya lo dije: solo carisma.
Lo mejor de la película: el diseño de producción que hace posible la credibilidad del registro estético; la cinematografía planifica de manera acertada el momento de explorar los detalles de la parafernalia. La disolvencia como recurso de la edición para la mudanza de planos y secuencias es efectiva cuando se emplea en determinadas escenas en las que el grado de comicidad intenta sustraernos de la monotonía discursiva. La dirección de arte no tiene reparos, hay en ella todo un empeño loable en reconstruir la ambientación epocal y, sobre todo, la utilería que nos ilusiona con que, en efecto, están ahí los originales de las piezas de arte.
Lo peor: el chovinismo que termina arrojando más agua al lodazal. No me queda claro si su pretensión de debatir en torno a la validez del gesto es genuino o si más bien persigue el interés de incorporar más motivos para agradecerle al tío Sam que a días de hoy todo el arte europeo haya sido librado no solo de la depredación hitleriana, sino también de la oscura amenaza del comunismo soviético. Es aquí donde la subjetividad del debate moral y los dilemas en torno a la ética terminan siendo un arma de doble filo que se vuelve contra él debido a su conocimiento, bastante limitado, de la historia política de la Segunda Guerra Mundial.
Te digo mi nota: un 3, de 5, para llevar suave a Clooney, pues a fin de cuentas el didactismo de su película y su manipulación ideológica consiguen el mismo efecto de la hojarasca.
Pero si al lector le interesa el tema que aborda esta película, pudiera recomendarle al menos dos que lo hacen con mejor soltura: la primera, un clásico, El tren (1964), del estadounidense John Frankenheimer; la segunda, más reciente, Francofonía. Una elegía por Europa (2016), del ruso Alexander Sokurov.
Después de eso, ya nos encontraremos para disentir o concordar.