NOTICIA
Mujeres invisibles
En Talentos ocultos (Hidden figures, 2017), película de Theodore Melfi, se ha intentado perpetuar con bastante éxito la impronta de tres mujeres negras que dieron un destacadísimo aporte a la aeronáutica espacial norteamericana durante los años iniciales de la Guerra Fría. Dorothy Vaughan, Katherine G. Johnson y Mary Jackson fueron científicas afronorteamericanas que colaboraron en los años sesenta y setenta con los programas de la NASA y sus varios proyectos de colocar por primera vez a un astronauta estadounidense en órbita.
La salida en 1957 del Sputnik, primer satélite artificial soviético, y luego el viaje orbital del legendario Yuri Gagarin habían disparado las alarmas en el país norteño y exacerbado al límite la fobia anticomunista respecto a un posible dominio soviético del espacio sideral. Latente una amenaza nuclear que pudiera sobrevenir del cosmos, la Casa Blanca, el Pentágono y la NASA se empeñaron a fondo en una carrera contrarreloj para demostrarle a Nikita Kruschov y al mundo que los Estados Unidos de América no iban a permitir el control soviético sobre el universo. Se daba inicio a una carrera espacial que matizaba, más allá de las fronteras terrestres, la pugna entre las dos superpotencias hegemónicas del siglo XX.
Las genialidades científicas de Vaughan, Johnson y Jackson contribuyeron al desarrollo exitoso del proyecto Mercury, que demoraría tres años —entre 1958 y 1961— en llevar a los primeros astronautas “useños” en vuelos suborbitales, entre ellos Alan Shephard, Virgil Grissom, John Glenn y más tarde a Neil Armstrong en su famoso viaje a Luna. El entonces presidente John F. Kennedy anunciaba con orgullo ante las cámaras el nuevo triunfo norteamericano, mientras entre líneas dejaba caer, como quien no quiere la cosa, una arrogante demostración de músculo.
Al más estricto estilo del cine mainstream norteamericano, la película de Melfi coloca en contexto la labor de esas tres mujeres y sus contribuciones a la hazaña espacial norteamericana, aun cuando debieron sufrir la segregación racial y los prejuicios culturales sedimentados contra la comunidad afrodescendiente en ese país, desde la Guerra de Secesión hasta bien entrada la centuria sigloventista. Los entresijos del movimiento contracultural, las batallas ideológicas de Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial, las protestas de comunidades negras en los estados con leyes marginalizadoras, los reclamos por la igualdad de género y el derecho a la educación en todos los niveles para las mujeres negras, y un discreto etcétera, son algunos de los detalles que aportan información cultural respecto a la sociedad norteamericana de los años sesenta.
Melfi y Allison Schroeder crearon un guion que desborda emoción al resaltar las cuotas de resiliencia de mujeres negras marginadas en los espacios domésticos y públicos, quienes, sin embargo, no escatimaron esfuerzos en demostrar cuánto se empeña la utilidad de la virtud en favor del bien común. El filme se escuda en un excelente trabajo de interpretación actoral: Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe se acoplan con efectividad en los roles protagónicos, y otros no menos consagrados como Kevin Costner, Kirten Dunst y Mahershala Ali ingresan al elenco con igual atracción en papeles secundarios.
Lo mejor de la película es la eficiente dirección de arte, con un notorio trabajo de caracterización epocal que cuida el detalle en la recreación de la sociedad norteamericana de inicios de los sesenta, y el uso necesario de imágenes de archivo para complementar la impronta verídica que debe trasmitir al espectador el empeño de abordar aspectos históricos del pasado más reciente. Y claro, la escena entre Taraji P. Henson y Kevin Costner que logra sacudir el piso del espectador a golpe de emociones. La Henson es una actriz visceral, no deja cabida a la vacuidad en el gesto, y así cincela un personaje que sale airoso y brilla como lo mejor que ha podido hacer hasta ahora en su carrera.
Te digo mi nota: un 4, redondo.
Lo peor de la película: el subrayado melodramático de la banda sonora que direcciona hasta la saciedad la emoción del espectador. Melfi parece decirnos que miremos a las pobres mujeres con ojos de piedad, justo cuando los niveles de resiliencia que ellas demuestran nos exigen otra cosa: no hay más que reclamos para enorgullecernos, porque hay mucha dignidad y coraje para vencer en la vida.
(Texto y foto tomados del periódico Cartelera Cine y Video no. 184)