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“Me importaría escoger personajes intensos”
Fernando Hechavarría es un hombre virtuoso, no solo porque ha demostrado, y de sobra, sus dotes para la actuación, sino también porque ha sido privilegiado en muchos sentidos: voz increíble, rostro elegante, figura esbelta y cualidades artísticas que van más allá de sus interpretaciones en la televisión, el teatro o el cine, porque Fernando, además, tiene el don de la creación pictórica.
Se trata de uno de los actores más queridos por el público cubano durante generaciones. En lo personal, como muchas personas que conozco, crecí viéndolo en su papel de Nacho Capitán, en la telenovela Tierra brava, y después lo descubro en el teatro, junto a otras innumerables propuestas de la pantalla chica, siempre a la altura de lo que se espera de un artista como él.
A propósito de su cumpleaños 65 este 16 de septiembre, Cubacine conversó con Hechavarría sobre su trayectoria artística y demás pasiones.
Gracias a la sugerencia de su profesor de diseño, Paneca, comenzó a estudiar actuación. ¿No tuvo miedo de realizar ese cambio? ¿Sintió que dejaba algo atrás?
Los cambios son necesarios y la vida está llena de ellos. La cosa es superarlos para evitar el inmovilismo. Creo que es un orden de prioridades, hay que hacer dejaciones de algunas cosas para lograr otras. Algunas llegan para quedarse, pero otras son la base de un salto para el futuro.
Tuvo como maestros en la Escuela Nacional de Arte a Nicolás Dorr, Raúl Eguren y Nieves Laferté ¿Recuerda alguna de sus enseñanzas imprescindibles en la actuación?
Cuando hay un claustro como ese siempre hay enseñanzas que quedan para toda la vida. Recuerdo la pasión por el conocimiento, la autoexigencia, la lucha por la excelencia, la necesidad de la expansión de los horizontes culturales, la ética, la perseverancia, el disfrute por la belleza y el compromiso con la obra que se realiza.
Usted nació en el oriente del país, ¿cómo fue establecerse en La Habana y formar una familia? ¿Le resultó difícil?
Soy santiaguero, desde muy pequeñito mis padres me llevaron a Holguín, allí estudié artes plásticas. Después vine para La Habana a estudiar actuación, pasé 20 años en el Grupo Teatro Escambray y de ahí a Teatro El Público. Mi familia la formé en Villa Clara, me casé allí, mis hijas nacieron ahí.
Te das cuenta de que he sido casi un saltimbanqui toda mi vida, entonces creo que en cualquier lugar de Cuba me siento cómodo. Ahora, creo que los saltos son difíciles, porque de alguna manera implican desarraigo, y cuando no son personales, sino familiares, hay que pensarlo con calma, pero al final poniendo las cosas en una balanza fue sabia la decisión.
Estuvo muchos años en el Grupo Teatro Escambray, ¿qué riqueza le brindó esa vivencia comunitaria?
El Escambray es mucho más que una vivencia comunitaria. Partiendo de las particularidades llegó a problemas universales, lo cual hizo que se estudiara en importantes universidades del mundo, desde Suecia hasta Nueva York.
Tuvimos el placer de contactar y conversar con estudiantes de muchas de esas universidades y con catedráticos, y la admiración por el Escambray era grande. Aportó patrones estéticos nuevos, experimentó con técnicas muy disímiles porque la formación de sus actores era muy sólida. El sentido del compromiso con la sociedad y con el momento histórico son factores importantes que marcaron y pautaron la excelencia de su trabajo.
¿Cuán renovadora ha sido para usted la experiencia en Teatro El Público?
El Público es reto, placer, descubrimiento de resortes expresivos nuevos, crecimiento personal y profesional, es amor, un horizonte más amplio.
Recientemente pudimos verlo en el filme Inocencia, ¿le gustaría hacer más cine del que ha podido realizar?
La cosa no está en la cantidad, sino en la calidad de lo que se puede hacer. He colaborado aproximadamente en 30 películas, la mayoría, coproducciones. He tenido el placer de trabajar con directores como Philippe de Broca (las escenas que tenía en esa película eran todas con [Jean-Paul] Belmondo); también con el español Manuel Martín Cuenca, trabajo que me brindó la posibilidad de compartir con un actor que adoro, Javier Cámara, y también con Leonor Watling, una de las chicas Almodóvar.
Me hablas de Inocencia y justamente te digo esto porque lo importante es la calidad, como en esa película, no importa si es un protagónico o un papel de reparto. En Inocencia, Regreso a Ítaca o Leontina está el quid del fenómeno: la calidad y no la cantidad.
En varias ocasiones ha trabajado con el director de cine Arturo Sotto, ¿qué lecciones ha aprendido de él en el séptimo arte?
De Arturo tengo un recuerdo muy agradable de su trabajo, sobre todo por la armonía en el proceso creativo, la observación de la delicadeza en el tratamiento con el actor, cómo incidir en su mundo emocional para llegar a lo que él quería. Eso está marcado, evidentemente, por su condición de actor ―estudió actuación en el ISA―, y eso produce una sensación de seguridad que se transmite en el proceso creativo. Nos pasaba a todos, no solo a mí. Es una de sus grandes virtudes.
¿Cuánto ha cambiado su vida desde Nacho Capitán hasta ahora?
Nacho Capitán fue un salto, un punto de giro importante, la puerta que me abrió al gran público, aunque ya había hecho otros trabajos, como la telenovela Cuando el agua regresa a la tierra, que para mí tiene un valor particular, la recuerdo con mucho cariño.
A partir de Nacho Capitán hay un antes y un después, son esas cosas que nos pasan una sola vez en la vida a algunos actores y que hay que agradecerlo eternamente por los creadores y por el afecto del público.
En una entrevista reciente confesó que los personajes negativos ayudan a exorcizar demonios. ¿Cuáles demonios ha podido quitarse usted?
Demonios exorcizados ha habido muchos, dobles raseros, odios, infidelidad, manipulación, ira, mentira, ego, violencia. A veces juntos, a veces separados en cada espectáculo, pero sí, ha habido muchos.
¿Cuáles personajes desearía interpretar ya sea en el cine, el teatro o en la televisión y por qué?
Me importaría escoger personajes intensos, complejos, diferentes entre sí, no importa cuán pequeños o grandes puedan ser. A veces hacemos protagónicos que son insustanciales, anodinos, y a veces hacemos pequeños personajes que marcan para toda la vida el recuerdo del espectador y, además, para uno, en el plano personal, el afecto particular por la obra hecha. Entonces la historia va por ahí.
¿En algún momento piensa retomar la creación pictórica o es una deuda saldada?
En el fondo nunca dejé la pintura, yo me paso la vida en procesos de trabajos haciendo pequeños bocetos en los guiones, en las reuniones, en cualquier papel hago punticos, una nota, es mi manera de expresar y canalizar esa intencionalidad gráfica de lo que voy pensando, de plasmar conceptos. No sé si realmente alguna vez volveré a pensarlo, a retomarlo como algo expositivo. Nunca digo no, el futuro dirá.
¿Qué podemos esperar de Fernando Hechavarría en los próximos años?
El futuro se avizora para mí como un intenso período de trabajo. Me encantaría pensar que puedo hacer mucho y buen teatro con Carlos Díaz en El Público y, además, mantenerme mientras los jóvenes crean que tengo algo que ofrecerles, algo que compartir. Es mi manera de retribuir lo que tantas personas me han aportado.
(Foto: cortesía de Alicia Hechavarría, hija del actor)