NOTICIA
Manhattan, la productora, el depredador y su asistente
Pocas películas tienen la virtud de dividir al público exactamente a la mitad al ser apreciadas o rechazadas en la misma proporción. Esto ya nos indica que tocan un tema muy delicado que crispa la sensibilidad, o que narran de manera auténtica, burlando los patrones del cine más comercial.
La asistente (The Assistant, Estados Unidos, 2019) cumple con esas dos razones. Pero, además, nadie queda indiferente a las aptitudes histriónicas de Julia Garner, estelar en su personaje de poco hablar, sumergida en una historia donde es protagonista, víctima y espectadora. Encarna a Jane, una recién graduada universitaria, quien, tras cinco semanas en una productora de cine, donde enfrenta una situación de opresión y abuso crónico, asume que debe poner coto a la depredación sexual que manifiesta su jefe.
¿Presento una queja o seguimos como siempre?
La Julia Garner que brilló en el serial Ozark o que daba vida al estereotipo de niña bien en Dirty John se rebela ahora con un potencial extraordinario, y convierte a su Jane en un ser humano de mágica resistencia. Su inaudita sobriedad contrasta con la continuada agresión que sufre su espacio psicológico, invadido por reclamos y exigencias extralimitadas. La procesión que lleva por dentro junto a su capacidad de adaptación a un mundo fracturado por la violencia tácita puede
llegar a resultar algo inquietante.
Dirigida con absoluta sapiencia y dominio por Kitty Green —quien debuta en la ficción—, la película denuncia los abusos de un jefe, quien ha contaminado el espacio laboral con sus fechorías sexuales y caprichos de mandamás. Pero también llama la atención sobre quienes, confabulados con aquel, cierran los ojos y pasan la página para continuar haciéndole el juego al machismo endémico y estructural naturalizado en las sociedades modernas. Destaca el personaje encargado de recursos humanos, un mequetrefe interpretado con maestría total por Matthew Macfadyen, iluminado por su perfección gestual y tonal, en la escena más importante del filme.
Es solo un día en la vida de Jane, sometida al continuo ajetreo en el que la rutina se alterna con lo imprevisto. Como espectadora disfruté mucho su capacidad para controlar cada asunto, cada faena, cada tarea. Admiré su ecuanimidad, en medio de las tensiones con su jefe. “¿Seguimos como siempre?”. La respuesta llega en forma de metáfora visual, en ese plano contrapicado hacia la cúspide del edificio empresarial, donde el lente corrige la imagen hasta alcanzar foco, claridad, objetividad. Mientras la nevada cae sobre las hombreras de su grueso abrigo y la bufanda atenaza más que protege su garganta, Jane se fuma el cigarrillo del día. Junto con la colilla se apagará todo impulso delator.
La resistencia pasiva
Quizás, los más exaltados foros feministas pidan fuego, incendiar la oficina, iniciar una beligerante demanda que ponga en la palestra pública al señor y sus desmanes. Yo aplaudo el inteligente sosiego, porque creo firmemente que no hay maldad sin escarmiento. Y porque para mí, toda violencia, incluso aquella que emana de un reclamo, por justo que sea, solo genera violencia mayor. En el cine de los setenta y los ochenta, Jane habría sido diseñada como una chica inconforme y explosiva, una heroína dispuesta a sacrificar sus anhelos personales por encarnar un ideal social. Hubiera cambiado su privilegio de trabajar en una exitosa empresa (cosa que le reiteran constantemente) para lanzarse a la lucha por las reivindicaciones de su gremio. Gracias a Dios, no es ese el rumbo de La asistente. No era necesario.
Si algo debo agradecerle a Kitty Green, además de su excelente película, es permitirme soñar con el ascenso paulatino de Jane hasta convertirse en la natural sustituta de su jefe, y que, empoderada ya, haga valer también su textura moral. Ya se avizora ese futuro en las relaciones que ella misma establece con la nueva asistente, donde prima la comprensión y la empatía.
Un depredador sin rostro
En sintonía con sucesos similares de la vida real, La asistente describe un prototipo de acosador. Y si bien es obvio que el caso legal desatado a partir de las denuncias contra el productor de cine Harvey Weinstein (fundador de Miramax) fueron el detonante del movimiento Me Too, resulta, cuanto menos, errático identificar la historia que narra el filme con el affaire Weinstein. Lo que de este delincuente sexual hay en el filme es lo mismo que habría de cualquier otra figura de incandescente machismo, sea prefabricada por la mitología del cine o por la lógica cultural expresada a través de escándalos mediáticos reales. La propia directora parece no aceptar que su largometraje se lea como un texto anclado en el caso de marras. Quizás por eso nunca vemos la cara del acosador.
La asistente es una película grande hecha a base de sutilezas. Cada detalle cuenta: en primer lugar, los ruidos ambientales. Veo a la cofradía de sonidistas rabiar de envidia frente a esta joya. Con predominio absoluto del sonido diegético, la banda sonora entrega un relato que podemos seguir con los ojos cerrados. No obstante, cada elemento es un relato en sí: la mancha del sofá, el arete, la fotocopiadora, el gris metálico de los muebles y el tono marrón de la oficina; la tintorera, la
chica de Idaho, la del casting, el pantry, las gavetas, el ascensor, el dedo hincado, los chinos, el delivery, la aspiradora rota, la bufanda, la batidora, las pastillas, el chofer, los sándwiches del almuerzo, la rosquita, el taxi, el bote de basura. Si no saborean los detalles, jamás entenderán la calidad de este plato.
Después de disfrutar La asistente, fui corriendo a ver (una vez más) Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975), una película hermosa, intensa, con un final abrumador y sorprendente. No solo tienen en común haber sido dirigidas por mujeres, sino que convierten en inolvidable espectáculo audiovisual la rutina de vida de una secretaria, en un caso, y la de una ama de casa, en el otro. Lo que Jeanne Dielman hace con infinita parsimonia en el espacio doméstico se asemeja mucho a la pericia operativa con que Jane (y no creo que sea casual la similitud en el nombre) hace en el espacio de la oficina. Salvo un detalle: a diferencia de la opacidad trágica en que se va hundiendo la vida de Jeanne, Jane tiene un plan, un proyecto y un futuro.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 189)