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Los enigmas de un cineasta singular
Pocas veces la historia del cine ha contado con personajes tan poderosamente enigmáticos como Terrence Malick. Este director, productor y guionista norteamericano —quien rehúye cámaras y entrevistas—, no solo ha acaparado la atención de medios y cinéfilos a través de su peculiar filmografía, sino también de su propia vida, que resulta toda una incógnita. Tras el estreno de su segundo largometraje—justo cuando comenzaba a despuntar como figura prometedora dentro del cine de autor—, Malick desestimó inesperadamente el proyecto de El hombre elefante (que se convertiría en un éxito bajo la dirección de David Lynch), se mudó a Francia y desapareció de la palestra pública durante 20 años. Mucho se especuló al respecto; lo que nadie imaginó fue que, tras dos décadas de absoluto y misterioso silencio, Terrence Malick reaparecería para ofrecernos una de las mejores películas bélicas de la historia del cine: La delgada línea roja (1998).
Desde entonces, este multipremiado director ha marcado el paso por su generación a partir de un cine autoral, aclamado por unos y vituperado por otros. Sus filmes abordan las complejas relaciones entre los seres humanos desde una óptica existencial, probable obsesión que le acompaña desde su etapa de juventud como estudiante de Filosofía en las universidades de Harvard y Oxford.
Sus historias nos han acercado a múltiples temas: asesinos en serie que huyen en medio de un país a la deriva (Malas tierras, 1973); amantes que se hacen pasar por hermanos para esquivar la pobreza y mala suerte (Días de gloria, 1978); las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial (La delgada línea roja); la destrucción de la cultura nativa norteamericana (El nuevo mundo, 2005); el ser humano enfrentado a pérdidas y situaciones extremas (El árbol de la vida, 2011).
La televisión cubana nos permitirá disfrutar de su más reciente título estrenado: Vida oculta (2019). Basado en hechos reales, aborda la vida del objetor de conciencia austríaco Franz Jägerstätter, ejecutado por los nazis en 1943 y declarado en 2007 como beato y mártir por el papa Benedicto XVI. El filme nos acerca a la historia de Franz y Franziska, una pareja de campesinos austriacos que se enamoran y forman una familia antes de que el horror de la Segunda Guerra Mundial llegue a sus vidas. Pero una vez anexionada Austria a la Alemania nazi, este hombre se negará a jurar fidelidad a Hitler y a combatir a favor del Tercer Reich. Acusado por sus vecinos y amigos de antipatriota, incomprendido, perseguido y apresado, Jägerstätter luchará por mantener su dignidad y su fe inquebrantables.
Según la crítica especializada, nuevamente Malick hace gala de su estilo, narrándonos este drama biográfico y antibélico a partir estética peculiar. Desde la macrolectura existencial que habitualmente teje alrededor de sus historias, nos habla de las complejas cuestiones sobre la fe personal en un mundo al borde del colapso, de las miserias humanas que los tiempos de crisis desatan incluso al interior de las instituciones religiosas, y de la integridad como único modo posible de existir. Y lo hace desde esa visualidad exuberante que caracteriza su filmografía, tanto formal como conceptualmente. Aunque algunos le critican la reiteración en su estilo de narración (cámara en mano, monólogos existenciales, trasfondo bucólico y fatal), lo cierto es que se trata de marcas autorales que difícilmente este director abandonará. Su obra toda ha elegido la exaltación de la belleza de la naturaleza, en clara oposición a la ambición y la crueldad del hombre.
Lo interesante es que, al parecer, en esta ocasión Malick adopta de manera consciente y crítica los elementos característicos de aquellos filmes evasionistas, muy populares en Europa luego de la derrota fascista, en los que existía una sublimación de la fusión hombre-naturaleza, en medio de un universo idílico, ajeno a la guerra y los azares de la vida real. Mantiene aquella visualidad bucólica y tono romántico; sin embargo, desplaza sus banales historias de amor, amistad y familia hacia terrenos movedizos, donde todos estos escenarios humanos proponen un elevado nivel de conflicto. Igualmente, desestima la moralidad simplista de aquellos filmes (el bien triunfando sobre el mal), como alegato ético que nos habla de las muchas vidas que han permanecido en el anonimato tras actos de dignidad que tuvieron un trágico final. Malick, irónicamente, ha tomado los códigos visuales de aquellos heimatfilmes (“filmes del terruño o de la patria”), para contar la historia de un disidente del nazismo.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 174)