NOTICIA
Las sorpresas de la vecindad
Ganarse la categoría “poeta de la imagen” en el cine significa rebasar la noción de visualidad asociada a lo técnico-formal. Esto último pareciera comprender un horizonte específico con muchos límites, cuando no expuesto al aura despectiva. Por el contrario: lo técnico-formal pudiera y debiera responder, con conocimiento de causa y sin obstáculos, a la expresividad de los significantes, en la que la convocación de referencias sea un logro del guion, la dramaturgia, la puesta en pantalla… Estilización que esquiva el relato narrado es puro artificio, virtuosismo innecesario. El cine de Wong Kar-wai es poesía de la imagen por saber nivelar cuanto dice con como lo dice.
Por confesiones de actores y las propias entrevistas del cineasta chino se sabe de sus rodajes demorados, lo que no supone que exhiban efectos tardíos. Correspondan sus historias a otros tiempos, las películas de Kar-wai aparecen en el momento justo, como si fueran obras sobre personajes de ayer y el hoy. No necesita un aval de galardones quien simboliza otra manera de ser clásico en vida. Acaso porque su visión de la vida suele ser franca en la vorágine de la creación propensa al desconcierto constante. Ello, en rigor, define sus tramas de personajes intensos por rebeldes ante las convenciones sociales y hasta las exigencias de la cultura originaria. A Kar-wai no le hizo falta filmar fuera de su tierra para hacer un cine transnacional. In the Mood for Love (Deseando amar, 2000) ―exhibida recientemente en la televisión cubana― es uno de esos ejemplos en que lo asiático se diluye en un afluente cosmopolita.
La segunda parte de la trilogía conformada, además, por Days of Being Wild (1991) y 2046 (2004) es el relato de una indisciplina al parecer justificada por una infidelidad expuesta. Mas la indisciplina se le empuja por la monotonía infeliz del día a día. El sentir cotidiano necesita del relevo emocional. Desobedecer para que la existencia adquiera cuotas de vitalidad exige cambios de actitudes y aptitudes. Que Chow Mo-wan (Tony Leung) y Su Li-zhen (Maggie Cheung) decidan favorecer las sorpresas de la vecindad en el Hong Kong de 1962 es un desafío que pronto resulta tentación. Lo prohibido y la culpa, el secreto que estimula y no obstante llega a ser notorio condicionan el recorrido de los protagonistas, quienes desean mucho más de lo que empiezan a concebir: repetir los encuentros, mirarse cara a cara, tocarse, colaborar en el trabajo creativo, pensarse en las distancias impuestas ya inconvenientes.
En Deseando amar hay un interés más que preocupación por cómo el paso del tiempo media en las relaciones interpersonales. Al estar al tanto de que el roce y la costumbre avivan el amor, pero buscando interesar más al espectador por reiteraciones de escenas y secuencias, se quiere insinuar que algo diferente es inapelable hacer por uno mismo y también para ese alguien que uno deja entrar en su vida. Ese dejar entrar, en efecto, es lo más vivificante de este admirable drama en el que casi todo ocurre de puertas hacia adentro.