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La última cena de Cristo y Judas Iscariote: un capítulo negro
Judas and the Black Messiah (Shaka King, 2021), filme exhibido recientemente en Solo la verdad, es un elocuente testimonio de la cruzada contra los movimientos radicales de izquierda protagonizados por afrodescendientes norteamericanos durante el período inicial del primer mandato de Richard Nixon.
Aun cuando el filme de Shaka King toma como referentes primarios para el desarrollo de su argumento los años de efervescencia del partido de las Panteras Negras, anterior a 1968, la historia se centra específicamente en el lapso en que Fred Hampton lidera el movimiento de proyección socialista en la convulsa Chicago, estremecida por los crímenes cometidos por las fuerzas de la policía y el FBI contra las comunidades negras, hasta su asesinato en 1969.
Es una etapa de profundas segregaciones raciales que impulsaron la creación de células de los Black Panthers en numerosas ciudades norteamericanas, con pretensiones de proyectar su famoso decálogo reivindicatorio en el escenario internacional, del cual Argelia fue un punto de apoyo importante. Las influencias de los movimientos guerrilleros en Latinoamérica, sobre todo las ideas de Che Guevara y la Cuba revolucionaria de Fidel Castro, así como la ideología maoísta de la revolución popular en China auparon la comprensión de la unidad afrodescendiente en Norteamérica contra la discriminación, la xenofobia, el antisemitismo, el racismo y el anticomunismo, gérmenes de los crímenes de lesa humanidad que desde el siglo xix caracterizaron las acciones supremacistas del Ku Kux Klan contra las comunidades negras.
El filme de Shaka King incorpora un excelente trabajo de reconstrucción epocal, al tiempo que indaga en las particularidades del proselitismo político de unos de los héroes más importantes de la lucha por la igualdad racial en los Estados Unidos, prácticamente olvidado, que secundó los ideales de Martin Luther King y Malcolm X. La proyección política de Frederick Allen Hampton, finalmente aplastada por el despliegue paramilitar de los agentes de Hoover, entonces director del FBI, durante el programa COINTELPRO, con el apoyo también de agentes infiltrados en las células del Partido Pantera Negra, constituye la médula argumental de esta película que cuenta con un brillante ejercicio de caracterización histriónica de Daniel Kaluuya.
Lo mejor de la película es, sin dudas, las ambivalencias psicológicas del antihéroe. Lakeith Stanfield, como el loco Bill O'Neal tiene momentos de brillantez en las dubitaciones de su personaje, en los estremecimientos que le llegan del verbo encendido de Kaluuya que lo hacen, por unos segundos, dudar de sus acciones. Stanfield interpreta a un negro estremecido por el miedo a la cárcel que cede a los chantajes del agente Mitchell, pero también a un marginal que toma cuenta, poco a poco, de la justeza de los reclamos reivindicatorios.
No tengo la certeza absoluta de las fuentes originales, pero probablemente Shaka King incorpore este detalle, presente de manera sutil en su película, de la entrevista que el traidor concediera en 1990 a un periodista y del acto suicida que acabara con su vida ese mismo día, al término del reportaje. Después de la muerte de Hampton, no queda dudas de que O'Neal viviera ensombrecido en su conciencia aun cuando, durante todo el metraje, el filme haga énfasis en la maleabilidad de un carácter que bandea como un Fouché negro. Pero queda el detalle de la escena onírica, el O'Neal que se entrega a una lucha interior que intenta escudarse entre la supervivencia o la traición a los de su propia raza.
Lo peor de esta película es la escasa iniciativa de direccionar el discurso narrativo mediante las transiciones a la entrevista original de la que emana el filme. Ante la pregunta del entrevistador no hay más que ladear la mirada, suspender el verbo para introducir la respuesta en la retrospectiva temporo-espacial a la que nos conduce el argumento.
De cualquier manera es esta una de las más interesantes películas norteamericanas del presente año. En su propósito de contribuir a la visibilidad de las comunidades marginadas por el discurso xenófobo y supremacista que aún prevalece en la sociedad estadounidense contemporánea, el cine vuelve a la historia para reactualizar las lecciones del pasado.