NOTICIA
“La Revolución debe ser, a cada instante y ahora más que nunca, reinventada”
La cineasta Laura Cazador llegó a Cuba por vez primera cuando tenía 18 años, invitada por el maestro Fernando Pérez. Desde entonces, se enamoró a primera vista, y al triple, de esta Isla y de su pueblo, de su cinematografía y del que hoy día es su compañero de vida y padre de sus hijos.
Desde su experiencia como cineasta, ¿cuál ha sido su vínculo con el séptimo arte cubano?
En 2003, una vez terminé mi pre en Ginebra (Suiza), fui a vivir a La Habana, donde estudié cine. Primero, en la escuela “de la calle”, con jóvenes y más experimentados cineastas. Con el boom digital, se volvió más fácil y ligero hacer cine independiente, cine guerrillero, como lo llamábamos. Había dificultades, pero nuestro lema era: “En la Sierra Maestra se estaba peor”.
Estábamos muy conscientes del poder de las imágenes al inicio del siglo XXI y de la necesidad de cambiar el lenguaje, de revolucionar la Revolución desde abajo, de tomar parte de la batalla de ideas desde el arte y la creatividad. Hicimos varios proyectos, entre ellos, el primer largometraje independiente cubano (o uno de los primeros), H2O (2007), que cuenta la historia de Luis, quien quiere darle agua potable a toda Cuba y a todo el Sur del planeta pero enfrenta obstáculos como agentes infiltrados en La Habana.
Y aunque este filme se hizo fuera de la industria y no tenía todas las autorizaciones, pudimos realizarlo. Hoy ya tiene un estatuto legal el cine independiente en Cuba; hubo un diálogo posible y fértil entre las instituciones cubanas y los realizadores.
Después estudié en el ISA y participé en talleres en la EICTV. El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano también me aportó mucho sobre la realidad del continente americano. Compartí arte, debates y experiencias con varios cubanos, artistas, obreros, muchos de ellos amistades hoy en día, como Fernando Pérez, con quien años más tarde coescribiría y codirigiría Insumisas (2018).
Su desempeño profesional está relacionado con el ICAIC. Muestra de ello, su ópera prima junto al director de cine Fernando Pérez. Coménteme al respecto.
Antes de Insumisas, dirigí un mediometraje que tiene como nombre Lucía 21 y que retrata los conflictos de una muchacha de un barrio popular que estudia francés y se enfrenta a las consecuencias de la precariedad. Es una adaptación muy libre de la novela de Albert Camus El extranjero y cuenta con las actuaciones de Alicia Echevarría y Luis Alberto García.
No obstante, Insumisas fue el primer proyecto cinematográfico que desarrollé directamente con el ICAIC. La misma gira en torno a Enrique(ta) Faber, una suiza ―como yo― que llegó a Cuba en 1819 y trabajó como médico, vistiéndose de hombre y curando tanto a pobres como a ricos, y que se casó con una joven cubana.
La mayor parte del proceso de preproducción, filmación y posproducción se hizo en la Isla. Recibimos todo el apoyo del ICAIC, institución que prestó sus servicios y fungió como coproductora. Entonces, esta fue la primera realización audiovisual oficial de Cuba con Suiza para un largometraje, y espero que sigan muchas más. Nunca olvidaré el profesionalismo, el talento, el cariño y la ingeniosidad de los equipos artísticos y técnicos cubanos.
¿Qué opina sobre los últimos sucesos ocurridos en Cuba?
Voy a hablar como la cineasta, periodista e historiadora suiza que soy y que ha vivido más de una década en La Habana y aquí he dado a luz. Soy una madre de cubanos que ha visto la Isla desde las fosas y las azoteas, desde la playa de arena fina y el diente de perro. Teniendo familia en el extranjero nunca estuve entre los más precarios, pero la mayor parte de mi vida acá la he desarrollado viviendo en Buena Vista y Pogolotti, con la “gente de a pie”. Hemos construido nuestra casa encima de la de mi suegra, he presenciado nacimientos, ciclones, bodas, poesía a pulso y muchas cosas más.
Actualmente, por razones familiares, estoy viviendo de nuevo en Suiza y, por lo tanto, no he vivido desde adentro lo que ha ocurrido en estos últimos días. Hablaré entonces de lo que me ha llegado y según las fuentes que pude consultar, medios cubanos (estatales e independientes), y como extranjera.
“Con Cuba no se puede ser corto”, me dice una amiga brasileña. Siempre ha sido así, pero ahora más, la situación luce muy compleja y contradictoria. Hasta donde vi hubo manifestantes pacíficos, pero también los hubo violentos; las fuerzas del orden policial, comparadas con las de Chile, Francia o Colombia, no fueron tan violentas. Sin embargo, aparentemente, hubo arbitrariedades y abusos de poder que han sido denunciados y deben ser esclarecidos; hubo mucha gente en las calles protestando y a la vez si miramos la cantidad de habitantes de Cuba, no fueron tantos; hubo espontaneidad, pero también cálculos políticos y anticipaciones; hubo ciudadanos que, por lo menos conscientemente, no respondían directamente a motivos contrarrevolucionarios, algunos otros que sí y otros que defendieron en voz alta la Revolución.
Existen distintos elementos fijos: desde hace varios meses una crisis económica provocada por el bloqueo y las nuevas sanciones que el año pasado lanzó EE. UU. y que han generado graves penurias por la falta de productos de primeros necesidad, como medicamentos y comida.
Asimismo, las nuevas medidas implementadas por el gobierno como respuesta a esa crisis (desaparición de gratuidades, aumento de precios, tiendas MLC) han ―y aunque no fuera su objetivo― precarizado sectores de la población ya golpeados, además de generar mucha incomprensión. A lo anterior se ha sumado una crisis sanitaria mundial provocada por las diferentes variantes de la COVID-19.
La crisis económica actual de Cuba ha empeorado con la baja del turismo y ello ha provocado una inquietud y un descontento popular, creciente, legítimo y entendible, el cual se manifestó el 11 de julio en las calles cubanas. Sin embargo, tales hechos no explican, por sí solos, las protestas.
Hubo una espectacular recrudescencia de la guerra cultural y virtual dirigida desde el exterior de la Mayor de las Antillas y que ha intentado instrumentalizar las crisis económicas y sanitarias con motivos políticos e ideológicos, sobre todo desde el campo de batalla de las redes sociales.
Sí, en los últimos meses el sector artístico e intelectual fue asaltado por esos tanques de opinión, recién hemos visto como el visor se dirigió hacia las capas más humildes de la sociedad, llamando al odio y a la violencia, traficando con las carencias y las emociones.
El periodista español Julián Macías Tovar se dedicó a retratar la “ruta” del #SOS Cuba; y sus conclusiones son elocuentes: “Algoritmos, ejércitos de trolls encargados desde afuera de desplegarse en el espacio cibernético, con publicaciones que muchas veces fueron asumidas como ciertas y compartidas”.
Todo se ha hecho para crear un estado de opinión desfavorable al gobierno cubano, apuntándolo como único responsable de la crisis económica y sanitaria, haciendo un acto de magia al desaparecer al mayor causante sin dudas, de las penurias: el embargo norteamericano, y armando una ecuación de índole político: gobierno=culpable, gobierno=socialismo revolucionario, entonces socialismo revolucionario=culpable=objetivo a eliminar.
También quieren pedir una intervención “humanitaria”, utilizando manipulaciones, fake news o exagerando las noticias, para crear un ambiente de caos, confusión e histeria colectiva. Eso con la meta declarada de que las personas se tiraran a la calle para criticar a su gobierno y, entonces, en medio de esos tumultos, provocar enfrentamientos entre esa parte del pueblo y las fuerzas del orden, pero también con otra parte del pueblo que, sin dejar de expresar lo insoportable que resulta esa crisis material y sanitaria, no tiene las mismas conclusiones sobre a quién imputar la responsabilidad ni sobre cómo resolverla.
En paralelo a las protestas, un arsenal de informaciones falsas fueron disparadas en las redes (el niño ensangrentado que después supimos que era de Venezuela, la supuesta huida de Raúl Castro o la toma de Camagüey…) o videos descontextualizados en los que uno no entendía lo que estaba sucediendo. Y así los pedidos de intervención humanitaria se convirtieron en pedidos de intervención militar.
Todo este ambiente ha creado mucha polarización, donde no hay apenas espacio para la reflexión y el análisis. He leído en la internet comentarios llenos de odio y amenazas que nada tienen que ver con la libre expresión, la tolerancia y la paz.
¿Cómo reponerse de esas imágenes de cubanos enfrentándose entre sí, gente atacando una sala de pediatría, viejitas golpeadas por reconocerse socialistas? ¿Esa es la Cuba que están reclamando los que se oponen al proceso revolucionario? Asusta. Duele.
Terminaré con un análisis del artículo del blog La Tizza que apunta: “El sector más marginal del pueblo, en La Habana, fue activado por la agenda política de la contrarrevolución. Esta supo canalizar su malestar. Fueron agentes de un programa que no es suyo”. Y en ese programa, aunque se diga lo contrario, no hay espacio para el intercambio, porque la meta es simplemente tumbar al sistema revolucionario, y aunque por demagogia dicen preocuparse por los humildes, la justicia social tampoco es parte de su agenda.
¿Cómo valora la actuación de Estados Unidos en todo este entramado político, mediático y cultural?
Suscribo las palabras de un colega periodista de aquí de Ginebra. Actúan como un bombero pirómano. Como dijo Eduardo Galeano, creo que “lo que les molesta de Cuba no son los errores de la Revolución, que los hubo y los hay. Lo que realmente no pueden soportar es que un país pobre y chiquito no se doblega ante el imperio”.
No hay incoherencia o hipocresía mayor que la de asfixiar al pueblo cubano con un bloqueo y después aparecerse como defensor del mismo pueblo. No podemos olvidar que ese es el objetivo claro del bloqueo: crear caos, penurias, tensiones, divisiones internas, atarles los brazos a los gobernantes para después reprocharles que no los mueven.
Hay quienes dicen que basta ya de hablar del peso del embargo y de la contrarrevolución, que es un discurso viejo y gastado. “Que más me gustaría a mí que no fuera parte de lo actual”, me comentaba un joven familiar mío.
Pero no por viejos han dejado de existir ni se deben dejar de mencionar como determinantes esenciales de las crisis actuales. Por supuesto que el proceso revolucionario es imperfecto y hay retos y malas gestiones, pero es deshonesto no ver la mano de esa guerra virtual por una parte y del embargo, por otra, sobre la existencia misma de esas protestas.
Ante el hecho de que se está armando toda una narrativa repetida en varios medios de prensa internacionales, que opone el pueblo a sus dirigentes y, por lo tanto, al proceso revolucionario, sin matices muchas veces, quiero destacar que muchos de los que conozco que están defendiendo la revolución cubana, jóvenes como menos, lo hacen para defender al pueblo, más que al gobierno. Defienden la convicción de que ese pueblo donde mejor puede y podrá hacer valer sus derechos es con el proceso revolucionario. Porque piensan que si se acaba el mismo, si vuelven el imperialismo y al capitalismo para quedarse, el primer perjudicado sería el propio pueblo. Miren los casos de Haití, Guatemala, Honduras, entre otras muchas naciones: con cuánta pobreza, inseguridad, desnutrición e insalubridad viven.
No se puede ser ingenuo y creer que Cuba, un país en vía de desarrollo que fue colonizado, saqueado y después sometido a la injerencia estadounidense y a su bloqueo se convertirá en Suiza si se derroca a la Revolución.
El capitalismo es antihumano e insostenible, destruye el medioambiente, la vida y las relaciones humanas. Cuba, aún asediada por el imperio más potente del mundo, ha logrado construir durante 60 años una paz social digna de admirar por el panorama tercermundista, e incluso comparándolo con su Vecino del Norte y muchas naciones del llamado primer mundo.
Si somos consecuentes, defendemos la soberanía de Cuba, su pueblo y sus logros. Defendemos la Cuba donde todos podrán seguir caminando sin temor. No defenderla en estos momentos es ponerse del lado del opresor. ¿Ahora, cómo mejor defenderla? Con respeto, humildad y responsabilidad histórica, creo que hay que cerrar filas, pero no bocas. Hay que dialogar con quienes sinceramente lo deseen.
La Revolución debe ser, a cada instante y ahora más que nunca, reinventada, reactualizada, reapropiada por los jóvenes y por el pueblo. Eso sí, sin bloqueo, sin restauración capitalista, sin violencia y sin intervención extranjera.
(Foto tomada del sitio 24heures.ch)