Nieves Riovalles

“La profesión es hacer el personaje y ser capaz de quitártelo” (Parte I)

Jue, 09/10/2020

Nieves Riovalles es una de las actrices más prestigiosas de Cuba, una mujer que ha conquistado el éxito en cada proyecto del que ha sido parte. En su trayectoria ha tenido la misma seriedad para hacer teatro, cine, televisión, danza o presentaciones de cabarets. Hasta allí han llegado sus pasos gracias a su talento.

De mirada retadora y dispuesta a abrirse camino en la creación, Riovalles es una artista que siempre ha lucido muy bien en pantalla. En entrevista con Cubacine confesó sentir predilección por el arte desde la temprana edad: “Tenía dos tíos bailarines, ella era de baile español y él, de rumba. Mi madre desde pequeña me prohibió bailar, nada más en fiestecitas. Yo quería dar clases de ballet y no me dejaba porque decía que no iba a estudiar”.

A los 16 años esta actriz comenzó en un grupo de aficionados de la Central de Trabajadores de Cuba, ubicado en la calle Infanta del municipio de Centro Habana. Después integró otra agrupación de bailarines escogidos para participar en obras de teatro llamada Danza Contemporánea, bajo la dirección del Guido González del Valle.

“No es el grupo Danza Contemporánea de ahora, que en aquel momento se llamaba Danza Moderna Nacional. En Danza Contemporánea no empecé como aficionada, sino como profesional, iba tomando clases de ballet, acrobacia, música, actuación, literatura e historia del arte, nos dieron de todo”, recuerda la también licenciada en Lengua y Literatura Hispánica.

Imagino que esas primeras lecciones inculcaron en usted rigor y disciplina, ¿fue así?

Siempre fui muy despierta, interesada por todo. En Danza Contemporánea empecé a tener las primeras ideas de lo que era el arte, leía literatura más guiada y no lo que me encontraba. Esa etapa fue muy formativa, porque me abrió el universo artístico de un golpe y rápido. Después entré al Teatro Musical de La Habana en 1965, no porque haya abandonado Danza Contemporánea, sino porque lo cerraron con una de las primeras parametraciones.

Escogí el grupo de Alberto Alonso que se llamaba Danza Experimental. En ese momento a Alberto le habían dado el Teatro Musical de La Habana. Digamos que entré en un momento crucial, cuando se fundían ambos grupos y ahí empezó la segunda etapa de mi carrera.

¿Qué riqueza tuvo esa unión de la que formó parte?

Imagínate, entré en otro mundo, muchas personas que trabajaban en los cabarets que cerraron pasaron al Teatro Musical de La Habana. Tuve contacto con Bobby Jiménez, ya había trabajado antes con Bobby Carcassés, conocí a gente del ICRT, con el que no tenía relaciones. Tuve de profesores de ballet a Mirta Plá, Adolfo Roval y Joaquín Banegas, y de danza, a Elena Noriega, Manuel Irán y Guido González del Valle, además del rigor de la acrobacia. Yo era de las “regularcitas”, pero había otras muy buenas.

Mis intereses artísticos se abrieron mucho más, tuve el primer viaje al extranjero, porque casualmente llegó un contrato para Francia. Fui en el grupo de danza que iba a bailar en los espectáculos. Me hicieron una prueba, aunque venía de danza moderna, a ver si era capaz de hacer bailes populares, y la aprobé.

En ese primer viaje estuvimos en Francia, Alemania, Polonia y en la Unión Soviética. Fueron cuatro meses junto a Elena Burke, José Antonio Méndez, Los Papines, la Orquesta Aragón, Los Zafiros, Celeste Mendoza, Georgia Galvez, Pello El Afrokán, siempre con una disciplina increíble.

Incluso, Alberto Alonso empezó a probar movimientos, solo eso, que después usó en el ballet Carmen, porque ahí ya se hicieron los primeros contactos con Maya Plisétskaya.

La compleja industria del cine

La primera experiencia de Riovalles en el séptimo arte sucedió con el director Manuel Octavio Gómez en la película La salación (1965). El cineasta la puso a prueba para el rol protagónico y no fue aceptada. Aun así, explica la actriz, “él me dio un papel, una amiga del personaje principal. Tuve como dos o tres escenas pequeñas, fue lo que hice”.

“También me probó para hacer doblajes del personaje principal, pero tampoco aprobé. Yo no era actriz, estoy hablando de un momento en que era bailarina, prácticamente no había actuado nada en el Teatro Musical de La Habana, solo había tomado algunas clases”, reconoce.

Con respecto a sus incursiones en la cinematografía cubana, Riovalles considera que nunca ha sido “descubierta por el cine, a veces lo digo. La gente de mi generación, sobre todo las mujeres, hemos hecho muy poco cine, porque era una época en que Daisy Granados, Eslinda Nuñez, e Idalia Anreus protagonizaban casi todo. Son grandes actrices, formadas, de una belleza increíble, por lo tanto, las que teníamos menos experiencia no teníamos facilidades para hacer cine”.

Otra gran oportunidad para integrar el elenco de una película de factura nacional llegó de la mano de Humberto Solás con el largometraje Un hombre de éxito (1986) y así lo recuerda Riovalles: “Por supuesto, me probó para el papel que hizo Daisy Granados, pero tampoco lo aprobé”.

En su interés de incluir a la actriz en el filme, Solás inventó un personaje exclusivo para ella, quien encarnó a la novia del actor Jorge Trinchet. Lo retador de la interpretación estuvo en que el director no concibió ningún guion para esas escenas, “todo lo que hice fue improvisado sobre la idea que él traía escrita”, aclara.

Los artistas guardan un poco de cada actuación. ¿Cuánto conserva usted de esos momentos?

Los personajes van quedando dentro de ti, en la medida que has sido capaz de sentirlos, sean positivos o negativos, tienes que ponerte en el lugar de lo que vas hacer. Siempre queda la inteligencia con la que hiciste el trabajo, pero no puedes dejar dentro de ti las problemáticas, porque te conviertes en un ser desquiciado mentalmente.

La profesión es hacer el personaje, estudiar sus características, meterse dentro de él, sentirlo y ser capaz de quitártelo. Hice de Medea en teatro, ella mata a sus dos hijos, imagina si me hubiera dejado algo. Lo que sí dejo es la comprensión de por qué una persona llega a eso, ¿entiendes la diferencia? Eso me da una capacidad de comprender no solo a los personajes, sino también a los seres humanos.

(Pie: Nieves con su hijo Alejandro Santos. Foto: Cortesía de la entrevistada)