NOTICIA
La Piscina: como ondas en el agua
Amén las suspicacias y reservas que despertó entre públicos conservadores o no avisados en cuestiones de cine autoral, La Piscina (2011), ópera prima de Carlos Machado Quintela (La obra del siglo, Buey, Los lobos del este), perfiló un significativo jalón cualitativo en cuestiones de poética y lenguaje audiovisuales en Cuba; sacudiéndose de las espaldas cualquier pose pseudo-alternativa y otras tantas maneras acuñadas por practicantes de una suerte de endogamia artística que propaga el temprano agotamiento, la estereotipación y el raquitismo formal/conceptual entre la mayoría de los realizadores noveles. Esta película pudo ser apreciada nuevamente como parte de la muestra Antología del cine cubano del ICAIC (V), propuesta por la Cinemateca de Cuba en la Sala Charlot del cine Chaplin.
Quintela, el director de arte Carlos Urdanivia y Raúl Rodríguez, a cargo de la fotografía, otean los diversos horizontes y jalones del audiovisual internacional, articulando verdaderos ejercicios de estilo como los mencionados, signados todos por la impecable factura, el máximo aprovechamiento de las capacidades expresivas de la fotografía y la cuidada dirección de arte en sentido general. Sientan clara distancia respecto a la desaliñada rusticidad más común, suscitada en mayor medida por impericias fílmicas que por la congénita carestía del cubano.
Con la delicadeza y el lirismo heredados de orfebres contemporáneos de la imagen, la composición y el silencio significativo como Antonioni, Tarkovski, Tarr, Malick, Kim Ki-duk y Reygadas, el realizador cubano otorga un protagonismo palmario al contexto, articulando con sus cuatro aristas el propicio bastidor para entretejer todo un sutil tapiz de relaciones, conflictualidades y sentimientos humanos, no menos sólidos y desarrollados por ser levemente sugeridos desde el lenguaje no verbal de los escuetos cinco actores protagónicos y la aparente levedad de sus acciones, desarrolladas todas en un día de terapéutico entrenamiento natatorio para estos adolescentes “especiales”, bajo cuyas calmas superficies bullen las hormonas, los anhelos, las frustraciones, los deseos de ser y vivir.
La Piscina concomita entonces en más de un aspecto y expande las pautas sentadas años antes por el cortometraje El patio de mi casa (Patricia Ramos, 2007) en tanto la pausada contemplación de las acciones apenas esbozadas; la casi estática progresión factual; la llaneza anecdótica; la distensión de los planos sin pecar de pedantería ni mera provocación; el énfasis en la atmósfera, el espacio y todos los elementos materiales contrastantes y complementarios respecto a la igualmente minuciosa cartografía facial que se hace de cada personaje.
Las aguas de la alberca están tan estancadas como las existencias de los personajes, quienes se protegen de sus miedos, impedimentos y reales sentimientos con la mudez renuente en el caso de Oscar (Carlos Javier Martínez), la agresividad dominante de Diana (Mónica Molinet), la burlesca frivolidad de Rodrigo (Felipe García), siempre secundando a la chica en sus monótonas chanzas contra un Oscar al que desea arrancarle palabras y más cosas, el más sincero espejismo amoroso de Dany (Marcos Acosta) con Diana y la indiferente resignación del profesor (Raúl Capote), postrado voluntariamente junto a sus pupilos, bajo la presión de un infausto e indefinido pasado que refleja a plenitud su rostro sin vida. Bajo su vacía mirada se desarrolla el cuadrilátero amoroso, amargo juego de ilusiones/alucinaciones que es uno de los dramas capitales de la adolescencia, etapa de sedimentación telúrica de saberes y perspectivas, en la que los caracteres están sumergidos a tope con indefinidos deseos de desbordar. Ante la falta de diálogos complejos y lo exiguo de los escasos parlamentos, prescindibles a la larga, la composición de los caracteres delata profundos ejercicios de aprehensión y organicidad por parte de los actores implicados para que las personalidades se desbordaran a cada mirada y cada gesto, correspondiendo a los acuciosos estudios de los rostros acometido por parte de la dirección de fotografía para dilucidar las luces y sombras de cada uno.
La Piscina propone al espectador un ejercicio empático y decodificador para dilucidar (y recrear) de conjunto, cinta y receptor, las conflictualidades confluyentes que encrespan la estancada placidez de las aguas atrapadas en el cemento. Como rocas se sumergen los personajes. Provocan iguales ondas concéntricas que se mezclan, colisionan y difuminan en nuevas figuras líquidas, nuevas historias que transcurrirán a plenitud en las mentes de Rodrigo, Diana, Oscar, Dany y se camuflarán en los antagonismos y agresividades con que los humanos protegen sus verdades íntimas.