Network o Poder que mata (Sidney Lumet, 1976)

La historia de Howard Beale

Mié, 12/16/2020

Network trata de la corrupción. Así que corrompimos la cámara. La película empezaba con un look casi naturalista (…) A medida que avanza, las exigencias de la cámara se hacen más rígidas, más formales.                                             

Sidney Lumet

De Network o Poder que mata (Sidney Lumet, 1976) hasta Late night o Ellas mandan (Nisha Ganatra, 2019) han pasado más de 40 años. La estructura y presentación de los noticieros y programas de entrevistas ya son otros, pero los fines son los mismos: mantener la audiencia a como dé lugar, sin sacrificar la autenticidad de las informaciones. Es lo que se espera cuando ética y estética van de la mano. 

No obstante, como cualquier hecho tiene más de una arista, lo objetivo pudiera manifestarse en sus variaciones. Cuando uno cree se han agotado estas últimas, la noticia queda en el camino o cede su espacio a algo nuevo. Los informativos no paran de elegir lo que quieren propagar de la realidad. Tampoco renuncian a su componente de teatralidad, como lo recordará la insaciable programadora de televisión Diana Christensen (Faye Dunaway).

Si bien varias películas han tratado la fabricación de las noticias periodísticas y el posterior influjo en los lectores (Un gran reportaje, Luna nueva, Citizen Kane, El gran carnaval, Primera plana, Todos los hombres del presidente…), Sidney Lumet previó con Network la importancia y manipulación de las industrias televisivas, las cuales certifican que el espectáculo puede garantizar el éxito mediático. Las consecuencias de la enajenación del individuo por el consumo excedido de la televisión fueron retratadas con mucha vivacidad por Darren Aronofsky en Réquiem por un sueño.

La toma de decisión del presentador Howard Beale (Peter Finch) desencadena el primer aprieto de esta historia. Pero lo inoportuno de su proceder será momentáneo, no contraproducente. El conflicto verdadero sobrevendrá en su justo momento. A grandes rasgos, estamos ante una trama sobre la pugna televisiva y sus estrategias de captación de audiencias. Sin embargo, a flor de piel, subyace en toda la película una crítica dura al carisma desbocado y al mundo de las redes sociales, mucho antes de que llegaran a tener el vigor actual. 

A propósito, son increíbles sus imágenes directas, continuas y trasversales; imágenes no solo captadas, sino sugeridas a través de cuanto algunos personajes expresan. En un momento Max Schumacher (William Holden) llega a decir: “Un programa perfecto para las noches de los domingos. Borraríamos a Disney del mapa”. Por su parte, Diana Christensen, en un aparente accionar colateral —aunque es relato paralelo— le afirma a Frank Hackett (Robert Duvall): “Deberíamos poner a Beale esta noche y todas las siguientes (…). Tenemos una cobertura de prensa que no se podría comprar. El programa subió cinco puntos en una noche. Esta noche subirá quince (…). No volveremos a tener nada como esto. No podemos tirarlo por la borda”. El entusiasmo de la programadora Christensen termina conquistando la voluntad del empresario mayor Hackett.

Más allá de la decisiva interpretación de la Dunaway, la presencia de la mujer en Network merecería un punto y aparte. Aquí son más que pivotes sobre los que se revalidan los hombres. El guion del agudo Paddy Chayefsky explota, a más no poder, la riqueza de damas sesudas a un tiempo que cautelosas. Pero ellas serán acaso también las más castigadas. Al trabajar con el célebre guionista, Lumet declaró: 

Chayefsky, que también era productor de Network, tenía un talento formidable. Debajo de su comicidad exterior yacía un tipo realmente divertido. Su cinismo era en parte pose, pero su carácter gozaba también de una saludable dosis de paranoia. Me dijo que Network se hizo sólo porque era parte del acuerdo de un juicio en que había estado involucrado. No sé si era verdad, pero le gustaba litigar. Su respuesta a los conflictos era muy a menudo “¿Le puedo demandar?”.1

Otro asunto a atender sería el de los vínculos entre la realidad y la ficción. Esta última es la que intenta imponerse para virtualmente agradar o suavizar a la primera. De hecho, ¿cuál es la realidad que la televisión pone en entredicho: la de su mismo mecanismo o la de quienes lo propician? Al respecto, son valederas esas insistencias u obsesiones del trabajo que terminan repercutiendo en la vida personal hasta el punto de introducir el lenguaje técnico o al uso del contexto televisivo al diálogo cotidiano. 

Las conversaciones entre Max Schumacher y Diana Christensen son harto ilustrativas de cómo el medio influye y determina en la vida diaria del individuo. La separación de ambos y más: el regreso de él a su familia representa la vuelta al escenario conocido y prudente. Schumacher no se ha corrompido del todo. Aún puede salvarse e integrarse a lo que la sociedad estadounidense espera de un hombre tradicional. Sin embargo, el show mediático hará de la suyas al quitarse del medio a Beale con el desapego más ideado que uno, tal vez, no se espere.

El descontrol de Beale, quien llega a creerse profeta, vocero del realismo más crudo e incluso trascendentalita a lo Whitman, entretiene y preocupa. Luego adquiere extremos delirantes para sus seguidores cuando, en quejumbrosa fase espiritual, greñudo y en piyama sale en televisión a reclamar una serie de pedidos. Hay sospechas que se ha vuelto loco. Pero en su representación de gobierno indecente y abusivo, la cadena aprovecha las circunstancias. Beale es un incitador de estados emocionales muy rentable. Mas la osadía, garante de esa “sensación hermosa y demoledora”, que él exterioriza para compartir, será legítima mientras siga ejerciendo el control aquellos que programen e inviertan. Incómodo pudiera ser el nombre y quien lo lleva: “Según el departamento de análisis, si nos deshacemos de Beale, mantendríamos una cuota del 20-30% (…). El informe muestra que Howard Beale es la fuerza destructiva”.

Cuando la energía es incapaz de manejar su medida, tiene que ser cortada de inmediato por quienes la consintieron. Permitiendo cierta crianza, Saturno vacila. Ello no le impide devorar más tarde a otro de sus hijos.
    
Notas:
1 Lumet. S. (2002): Así se hacen las películas, Ediciones RIALP, S.A: Madrid, p. 52.

(Foto tomada del blog Aula de cine)