NOTICIA
Bella por siempre
Si una poética fílmica no ha envejecido un ápice es la de don Luis Buñuel (1900-1983), aquel maldito cineasta español que tanto en su fructífera etapa mexicana como en los filmes que hizo, antes y después, en Europa, dotó al imaginario de una obra sólida, iconoclasta, emplazadora de la doble moral y las falencias de las clases más poderosas.
Por eso es muy justo que el espacio televisual Historia del Cine, que conduce el colega Carlos Galiano, incluya uno de sus títulos en el ciclo que dedica a homenajear a la Cinemateca de Cuba. Bella de día (Belle de jour, 1967, Francia-Italia-España) ha sido el elegido esta vez, como quiera que, a lo largo de sus cuatro décadas al servicio de lo más representativo del cine, el espacio ha programado una y otra vez al controvertido genio de Calanda.
Belle… responde a aquella ingeniosa y certera frase que el director de filmes tan emblemáticos como El perro andaluz, El ángel exterminador o Ese obscuro objeto del deseo dijera alguna vez: “Para mí, la verdadera inmoralidad es el sentimentalismo burgués”. Cual Balzac que en pleno siglo XX tomara una cámara de cine, el mítico amigo de Dalí y Lorca —con quien, dicho sea de paso, se enemistó por ciertos resabios homófobos— la emprendió sobre todo contra la hipocresía y el aparentar como sumo valor que caracterizaba a sus patéticos burgueses, lo cual no le hizo caer en extremos maniqueístas, en cuanto a idealizar a los desposeídos (como demuestran pasajes y relatos completos en Viridiana, Los olvidados o Nazarín).
En especial y sabiamente, la mujer dentro de la burguesía era para el artista, afiliado durante muchos años al surrealismo, una doble víctima, en tanto miembro de una clase disfuncional y sujeto oprimido por las convenciones y tabúes que el marido, representante del orden patriarcal, ejercía sobre ella.
En Belle…, con guion coescrito junto a Buñuel por su habitual colaborador en estas lides, Jean Claude Carriére (partiendo esta vez de la novela del francés de origen argentino Joseph Kessel), Severine, hermosa joven casada con un atractivo cirujano, descubre la existencia de la prostitución diurna, y, curiosa, ingresa en una casa de citas, pero va “cogiéndole el gusto” y se integra a las filas de la matriarca Anais. La aparición de un marginal que se enamora de ella complica la situación de la protagonista, hasta entonces cómoda y feliz en su doble vida.
Con una ironía rayana en el cinismo que caracterizó el corrosivo sentido del humor de Buñuel —ese que pobló su cine aun en los textos más graves y hasta trágicos—, la protagonista desea expulsar los demonios que rugen tras un matrimonio “perfecto”, los deseos insatisfechos bajo una relación de sesgo respetable y aparentemente equilibrada que, sin embargo, la ha tornado anorgásmica y le despierta raras fantasías, pues alimenta la curiosidad por el sexo duro, clandestino y prohibido, de ahí su abrazo a una prostitución voluntaria, pero que redobla sus atractivos cuando se sabe monetizada, recompensada económicamente, que la lleva a abrazar sin ambages, y venciendo los pruritos iniciales, la vulgaridad y hasta el sadomasoquismo.
La pasión que se desata, inesperada e indeseada, como tiende a ser, demuestra que aun en los ambientes más sórdidos y en las relaciones más desiguales puede surgir y llegar a generar sentimientos tan profundos como arrolladores.
La sacudida antimoralista y renovadora de Buñuel, envuelta en una puesta pletórica de sutilezas, de un dosificado y elegante suspenso, donde descuellan la fotografía del simpar Sacha Vierny y una música de fuerte correlación diegética, comenzó a cosechar tempranos frutos en importantes lizas: León de Oro en Venecia, premio a la actriz a Catherine Denueve en los BAFTA, mejor filme en los Globos de Oro.
Además de la sensual y perfectamente elegida Deneuve para la bella que oculta una imponente bestia, el resto del elenco sigue sus pasos: Jean Sorel, Michel Piccoli, Francisco Rabal, Pierre Clémenti, Macha Méril.
Un Buñuel en perenne estado de gracia y sin una cana es el que late tras este clásico que acerca de nuevo la televisión cubana. Habría que ver si el remake que dirigiera el portugués Manoel de Oliveira en 2006, Belle tojours, goza de la misma lozanía, comenzando por valorar su alcance. Un desafío interesante para Historia del Cine.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 187)