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“Kramer vs. Kramer” resiste, cuatro décadas después
En las postrimerías de la mejor década en la historia del cine norteamericano, aquella misma que incluyó títulos tan despampanantes como El Padrino y Apocalipsis ahora, Alguien voló sobre el nido del cuco y Cabaret, Nashville y Una mujer bajo influencia, se estrenó, en 1979, un pequeño drama de alcoba, costumbrista y de perfil sicosociológico, titulado Kramer contra Kramer, un filme capaz de conquistar a miles de espectadores cada vez que se programa por la televisión cubana.
La renovada vigencia de la película obedece a factores como la capacidad de la historia para atrapar a los espectadores de cualquier época con el conflicto entre los dos miembros de una pareja, en pleno divorcio, por la custodia del único hijo de ambos. Ello provenía, sobre todo, de la novela homónima de Avery Corman, cuya adaptación al cine se suponía que implicaría a Jane Fonda y Al Pacino, pero ambos rechazaron los papeles por diferentes razones.
Los principales personajes, la esposa y el esposo, suscitan la identificación de hombres y mujeres de cualquier país en los años 70 y 40 años después, en tanto representan dos arquetipos de universal validez: la mujer que se arma de valor para romper con un matrimonio insatisfactorio, y el hombre que asume, a buena hora y tiempo completo, su paternidad más allá de su tradicional papel como proveedor del sustento material.
Además de la pareja y sus conflictos, y el divorcio, y el juicio por la custodia, Kramer contra Kramer es de los filmes cuya narratividad se dirige, sobre todo, a mostrar la cotidianidad del padre y su hijo, es decir, que la mayor parte de las escenas se concentran en el calor humano, el mundo afectivo y filial, las gentes comunes que se ven obligadas a crecerse por encima de sus costumbres, esquemas mentales y deseos ordinarios.
De los grandes aciertos mencionados casi todos se conectan con la habilidad para crear un guion, escrito por el también director Robert Benton, que se había familiarizado con la escritura a través de dos películas inmensamente populares en su momento: Bonnie and Clyde (1967) y What’s Up, Doc? (1972), cuyo éxito fue un argumento que lo impulsó a dedicarse también a la dirección, aunque nunca dejó de escribir los filmes que dirigió.
Por cierto, ninguno de los filmes posteriores de Robert Benton tuvo el éxito, los premios, las excelentes críticas, ni el aplauso eterno de los espectadores como sí lo consiguió Kramer contra Kramer que, además del perceptivo y emocional relato sobre una pareja en crisis y un niño en medio del conflicto, presenta la competencia histriónica, brillantemente exhibicionista, entre un Dustin Hoffman devenido uno de los más brillantes actores de su generación y una Meryl Streep casi debutante, pero dispuesta a robarle al genial “antidivo”, por lo menos, el último tercio de la película.
Ya son leyenda las difíciles relaciones de Hoffman y Meryl en varias escenas, en las que el primero improvisaba desde el método de Actor’s Studio, y la segunda recurría a sus mohines brechtianos, todo lo cual contribuyó a recrear la tirantez que suele reinar entre sus personajes. Pero lo que sí trascendió a todos los niveles fue la manera tan entregada y noble en que Hoffman se ocupó de apadrinar, en cuanto a método de actuación, al niño Justin Henry, que interpretaba a Kramer junior y se convertiría luego en uno de los más jóvenes candidatos al Óscar.
A todo ello, leyenda y realidad, se añade la bellísima fotografía de Néstor Almendros, que nos propone contemplar Manhattan de otro modo, en una Nueva York que pocas veces se vio en una pantalla como una ciudad tan cálida y humana, incluso en invierno. Y conste que Kramer… fue precedida por retratos neoyorquinos tan elocuentes y cabales como Annie Hall, de Woody Allen, o Taxi Driver, de Martin Scorsese.
La emocionante postal neoyorquina que consiguió Almendros se relaciona con el hecho de que en las escenas de interiores usó una precisa luz cenital, mientras que en los exteriores se valió de luz natural. Todo ello le proporcionó un notable verismo a la imagen, sobre todo en escenas como aquella en que el protagonista corre varias cuadras, y lleva al hijo cargado, que se lastimó en un accidente. Es un momento de gran cine, emotivo y hermosamente filmado.
Después de Kramer… y su buena suerte en el Óscar en tanto recibieron premios Dustin Hoffman, Meryl Streep y el director Benton, además de que la película fue elegida como la mejor cuando también competían All That Jazz y Apocalipsis ahora, se le dio continuidad a la tendencia dominante de los dramas filiales y, al año siguiente, 1980, Ordinary People, de Robert Redford consiguió destronar a Toro salvaje de Martin Scorsese; en 1981 llegó el turno a La laguna dorada (con Henry Fonda y su hija Jane prácticamente interpretándose a sí mismos); y en 1984 La fuerza del cariño le propició estatuillas a Shirley McLaine y Jack Nicholson.
Finalmente, hay que decirlo: con sus personajes comunes y su drama cotidiano, Kramer contra Kramer se colocaba en las antípodas de espectáculos grandilocuentes como Tiburón o La guerra de las galaxias y confirmaba cierta inclinación al realismo en el cine norteamericano predominante a lo largo de los años 70. Pero no hay que sobrevalorarla, si tenemos en cuenta la constelación de grandes películas que se estrenaron ese mismo año.
Los amantes de Kramer… nunca me perdonarán si no menciono, al menos, algunos de esos títulos que yo creo muy superiores y que, por desgracia, resultan mucho menos conocidos. Están, por ejemplo, las norteamericanas Manhattan y Desde el jardín, las alemanas El matrimonio de María Braun y El tambor de hojalata, las británicas Tess y La vida de Brian, las australianas Mi brillante carrera y Mad Max, las soviéticas Stalker y Siberiada, las polacas Las señoritas de Wilko y El aficionado al cine, la española Mamá cumple cien años y, ¿por qué no mencionarla?, también la cubana Retrato de Teresa, que sin chauvinismo barato puede decirse: Daisy Granados y Adolfo Llauradó tienen poco que envidiarle a los Dustin y las Meryl.
(Foto tomada de The Guardian)