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José María Vitier, de la música al cine (y viceversa)
Eminente pianista y músico, especializado también en la composición de bandas sonoras musicales para algunas de las películas más relevantes de los últimos 30 años, José María Vitier García-Marruz (1954) pudiera ser el ejemplo de que el talento también se hereda; es hermano del eximio guitarrista y compositor Sergio Vitier (también con un importante legado para el cine cubano) e hijo de los destacados poetas y ensayistas Cintio Vitier y Fina García Marruz.
Cuando se revisa la obra de José María Vitier lo primero que se percibe es su enorme capacidad para trabajar en diversos medios (televisión, teatro, cine y radio) y además incursionar en diferentes géneros, ya sea la composición de canciones populares o la musicalización de notables poetas cubanos. Muchas de sus composiciones están basadas en esta inspiración, como Bosque, Caballito, Canción de otoño, Cortesía Décima y El aire que te rodea. También compuso música sinfónica o para piano, un instrumento que comenzó a estudiar en 1962 como alumno del Conservatorio Amadeo Roldán.
En 1977 se demarcaron tempranamente sus intenciones de cultivar la llamada música de fusión cuando ingresó como pianista y compositor al grupo Síntesis, junto con Mike Porcel y Carlos Alfonso. En esta primera y gran etapa de Síntesis, Vitier tuvo el contacto más directo con la música popular a través del rock sinfónico, o de temas inspirados en asuntos religiosos, relacionados con la fe católica, cristiana. A la vez, fue profesor de la Escuela Nacional de Arte.
Muy pronto, se sucedieron sus trabajos para televisión. Aportó la música de las series En silencio ha tenido que ser (1978) (en colaboración con su hermano Sergio); Julito el pescador (1979) (también en colaboración con Sergio); Para empezar a vivir (1980), que incluía una hermosa canción cantada por Pablo Milanés, con quien ha colaborado en diversos proyectos; Martí y los niños (1980); El regreso de David (1981); Por el mismo camino (1982); y Relatos de Lenin (1983). Más tarde aparecieron los temas musicales de La frontera del deber (1986); Finlay (1988) y Día y noche (1989).
En 1983 Vitier fundó y dirigió su propio grupo y tres años después compuso el célebre tema Desde la aldea, que identifica al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. En 1988 recibió, compartido con otros músicos, el premio Ocella del Festival de Venecia a la mejor música por Un señor muy viejo con unas alas enormes, de Fernando Birri. También aportó música para las bandas sonoras de Polvo rojo y Techo de vidrio, de 1982; El corazón sobre la tierra, de 1983; y En tres y dos, de 1985.
Debe decirse que el vínculo de Vitier con el ICAIC tampoco comenzó con la banda sonora de todas estas películas, sino que se remonta a los años setenta, cuando colaboró como pianista en grabaciones con su hermano Sergio Vitier en la época del Grupo de Experimentación Sonora. En esa época tal vez se estimuló el deseo de acompañar las imágenes con música.
Después de acumular importante experiencia en la composición de bandas sonoras musicales o de canciones para cine y televisión, Vitier se dedicó a concebir una banda sonora de extraordinarias dimensiones y belleza para El siglo de las luces, de Humberto Solás, que se estrenó en paralelo con Mascaró, el cazador americano, por la cual recibió el premio Coral a la mejor música de filme. Ambas marcaron un punto de inflexión en su carrera como músico.
En paralelo continuó una carrera musical en ascenso que incluyó continuas presentaciones en Europa y América Latina, particularmente en España, Francia y México. Por ejemplo, en 1993 ofreció conciertos en el Glenn Gould Studio de Toronto de su música para piano, acompañado por la saxofonista canadiense Jane Bunnet y el contrabajista Carlos del Puerto. Posteriormente se trasladó a México para participar en el Festival Cervantino, con la cantante Miriam Ramos. En 1994 viajó a España con Pablo Milanés, y ese mismo año recibió el premio Pananbí del Festival de Asunción, por la música del filme Fresa y chocolate. Compuso, además, la música para los filmes El elefante y la bicicleta (1994); Salón México (1995); Cosas que dejé en La Habana (1997) y Un paraíso bajo las estrellas (1999). Con esta última se completa una trilogía de bandas sonoras dominadas por el más completo eclecticismo. Nos referimos a Un señor muy viejo con unas alas enormes, El elefante y la bicicleta y Un paraíso bajo las estrellas.
El remarcado acento de cubanía que se respira en toda su música, ya sea de matriz clásica, jazzística o popular, es evidente sobre todo cuando uno escucha la banda sonora musical de Fresa y chocolate, pues el compositor comprendió a la perfección la idea de que el filme significaba una relectura jerarquizada de los iconos, también musicales, que conforman nuestra idiosincrasia, y por ello la música compuesta por Vitier se escucha junto con temas de Ernesto Lecuona, Benny Moré, Pablo Milanés y Adiós a Cuba, de Ignacio Cervantes.
En el 2000 fue nominado al Premio Grammy por el oratorio sinfónico coral Salmo de las Américas como mejor álbum de música clásica, y dos años después lo premió Cubadisco por Canciones del buen amor, en la categoría de compilación. Además, lo premiaron con la Medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela, en 2004. Ha sido nominado, además, al Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria en las ediciones de 2002, 2004 y 2006.
A lo largo de la pasada década, Vitier se dedicó mayormente a la composición, amplió su catálogo de música sinfónica y también creció el número de presentaciones como intérprete de su propia música. Entre las más importantes pueden mencionarse los festivales de Jazz de Montreal, Latino de Nueva York, Du Maurier Ltd. de Jazz de Toronto, el Cervantino de México, Afro-caribeño de Burdeos y MIDEM de Cannes.
En 2017 ofreció un concierto en el Instituto Cervantes de París bajo el título “Tarde en La Habana”, en el cual interpretó algunas de sus obras más emblemáticas como la Oración por Cuba, fragmentos de la música creada para Fresa y chocolate y el Preludio de Sofía, incluida en la monumental banda sonora de la película El siglo de las luces, basada en la novela homónima del gran escritor Alejo Carpentier. Porque el cine, o más bien la música compuesta para este medio, también alcanzó papel protagónico en sus presentaciones dentro y fuera de Cuba.
Si se tiene en cuenta que la primera música original para un filme cubano fue compuesta por José María Vitier en 1975, para el documental Bibliotecas infantiles, de Constante (Rapi) Diego, se arriba fácilmente a la conclusión, haciendo cuentas, de que el músico ha acompañado nuestro cine durante casi cinco décadas de cortos, medios y largometrajes, documentales, animación y ficción. Valga recordar que el más reciente estreno del ICAIC, El Mayor, también cuenta con su valioso aporte, de modo que tampoco estamos hablando de un compositor que haya puesto en pausa su colaboración con el séptimo arte.
Hace unos días el jurado presidido por la maestra y Premio Nacional de Música Digna Guerra, e integrado además por los también premios nacionales Joaquín Betancourt, Guido López-Gavilán y Edesio Alejando, y la musicóloga Laura Vilar le otorgaron a José María Vitier el Premio Nacional de Música 2021. En el acta se ratificaba que se trata de “un excelente pianista y compositor, músico muy completo e integral, cuya obra abarca desde lo popular hasta lo culto, desde el jazz y la canción hasta las formas clásicas de la música de cámara, orquestal y coral, y es también uno de nuestros pianistas más relevantes. Sus obras, entre ellas Fresa y chocolate y Misa Cubana, han impactado grandemente no solo entre los músicos de nuestro país sino en el pueblo, sobresaliendo por sus aportes a la música cubana”.
(Nota: Este texto fue publicado el pasado año en nuestras redes sociales y aprovechamos la celebración del cumpleaños de José María Vitier para colocarlo en nuestra web como homenaje al notable músico).