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¿Está muerto Jesse James?
Dos figuras contrastantes del Oeste estadounidense llaman la atención de José Martí. Otras vienen a colación, pero tal vez no con el entusiasmo con que describe y particulariza a Jesse James y Buffalo Bill. Del primero habla de su caída física; del segundo, de su muerte simulada en los espectáculos. Bill es un héroe. James, un bandido. Bill muere en 1917 en compañía de su familia. James, mientras colocaba un cuadro en su casa, es traicionado por Robert Ford, quien le disparó en la nuca. Era el año 1882. El acontecimiento permanecería en la memoria de muchas personas, pues Ford viviría luego, y no mucho, de posar para fotografías y hacer representaciones de cómo mató a su legendario jefe. Diez años después del asesinato, un admirador del forajido lo mataría de un balazo.
Martí llamó a Jesse James “magno tigre” en un texto tan cinematográfico como el que escribió sobre Buffalo Bill. ¿Fue al entierro del bandolero que describe detalladamente? Lo más seguro es que no. Mas allí parece haber estado. Los pormenores son impresionantes. Volvió a conseguir un retrato fidelísimo como lo había hecho ya con Oscar Wilde. Y así le llega al lector contemporáneo visiones de distintas figuras, casos asimismo del poeta Whitman o el general Grant, Jesse James se moderniza por una relectura que el cine no ha podido desmentir.
Gilbert M. Broncho, Fred Thompson, Tyrone Power, Roy Rogers, Alan Baxter, Dale Robertson, Keith Richards, Robert Wagner, John Lupton, Robert Duvall… hasta Colin Farrell y Brad Pitt, los Jesse James se han relevado en la pantalla grande y la televisión. Según los especialistas, desde 1911 el personaje logra el crédito para seguir entrando y saliendo del cine. Resulta muy llamativo que aún hoy la mirada sobre James mantenga un hálito inspirador como si hubiera sido en verdad un héroe norteamericano. Tanto los tratamientos idealistas y los más verídicos comparten un mismo efecto: no pueden desprenderse del carisma que emana de tan controvertida personalidad. Acaso ningún héroe cinematográfico se ha beneficiado tanto con el contrapicado.
Se dice que en su tumba se puede leer: “Yace aquí Jesse James, muerto el 3 de abril de 1882, a los 34 años, 6 meses y 28 días de su existencia, asesinado por un traidor cobarde, cuyo nombre no es digno de ser recordado”. No obstante, como suele pasar, un homicida menor pasa a la historia de acuerdo a la importancia de la víctima. Es lo primero que se advierte con un título extenso como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007), exhibido recientemente en la televisión cubana.
El título presagia un tanto la duración del largometraje (160 minutos). En una película épica bien realizada, no se echa a ver. De hecho el espectador, entretenido y entusiasta, quiere más minutos en pantalla. Ello sucede cuando el protagonista e incluso el antihéroe se le hacen familiares y se tolera casi todo lo que pasa: las escenas de tiroteos y persecuciones, incluso, las aparentes calmas, en las que la interioridad del “héroe” se expone.
En un drama aventurero en el que el western pretende ganar en reflexión, es importante cierto balance que se busque entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se explicita y cuanto queda sugerido. Para algunos, El asesinato de Jesse James… es de una atmósfera muy calmosa, que busca sin necesidad una reflexión existencialista de un hombre contrario por razones éticas y políticas a su sociedad. James comprendió que la Unión había ganado contra el sur, pero no pudo conformarse. Misuri, su ciudad de nacimiento, quedó arruinada hacia el final de la Guerra de Secesión. La película de Dominik ilustra lo que representó para los James y otros hermanos que constituyeron la Banda James-Younger que la ciudad fronteriza se viniera prácticamente abajo.
La visión panorámica del Oeste norteamericano se logra, si bien a veces la cámara peca de ser demasiado contemplativa. Es como si se quisiera documentar detalle por detalle el modo de vida de los sujetos fuera de la ley. Claro que al contar con un director de fotografía de la talla de Roger Deakins se aprovecha la alianza del cowboy con el paisaje rural. El preciosismo de los retratos grupales como individuales salta a la vista. Deakins, sin embargo, se aleja de un efluvio romántico y patriotero de unos personajes que no lo llevan. En todo caso, tenía que conseguir en planos determinados, más que en escenas o secuencias de enfrentamientos, un ensayo visual en el que la seguridad o el estado de gloria del protagonista principal se enturbian por la presencia de su oponente. Fue algo que tuvo que enriquecerse en la sala de edición.
Brad Pitt como James James se veía venir. El ambivalente proscrito, bello y pícaro al mismo tiempo, era un papel digno para el estimado actor. Por su parte, el Robert Ford de Casey Affleck fue en su momento la mejor decisión. Si bien Affleck tiende a repetirse con ligeras variaciones en lo que ha hecho después, aquí hizo zafra. Él tiene incorporado de nacimiento esa timidez socarrona, acentuada por su modulación lastimera de cuanto dice que no ha habido hasta la fecha mejor interpretación de un Robert Ford.
Con Michael Parks, Ted Levine, Mary-Louise Parker, Alison Elliott, Sam Shepard y Sam Rockwell, entre otros, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford es de esos filmes del Oeste modernos que hay que ver. Pero la pregunta se impone: ¿quién será el próximo Jesse James?