NOTICIA
Encontrarse en París
¿Puede el individuo moderno aspirar a una individualidad sin el otro, cuando decide, por ejemplo, aislarse en un paraje solitario? ¿No se lleva el ser humano la carga de recuerdos de sí mismo y de quienes lo han rodeado para bien y para mal? Acaso por ello la individualidad termina siendo una ilusión. El retraimiento nunca deja de estar influido, aunque sea silenciosamente, por determinadas presencias que siguen acompañando no ya la manera de estar en el mundo, sino de ser en él.
Y, no obstante el abismo a que empujan algunas retiradas, alejamientos o distancias, verdaderas secuelas de la contemporaneidad fragmentaria y alienante, la persona con añadiduras tecnológicas o a la expectativa del venidero invento de alguna manera necesita conectar con los demás. De hecho, saberse en la participación del mundo pareciera un implicarse más que el advertir correspondencias o reconocimientos por las redes sociales. A tal punto se ha llegado que uno cree existir de acuerdo con la aceptación o rechazo que deja ver, cual huella emocional, en Facebook, Instagram, WhatsApp y el copón “comunicacional” del que se depende cada vez más como si fuera algo congénito, lo más natural del día a día.
Falsos famosos (Nick Bilton, 2021) es un documental muy reciente en el que se revelan a través de algunos voluntarios rehechos —es un experimento social— la presunción de cómo influyen de una forma apabullante en otros, con lo que se descarta la idea de que el navegador en vidas y contenidos ajenos sea en verdad un solitario y egoísta. Se busca alimentar adrede el ego distante que, por las redes, pretende resultar familiar. Mas, ocurre que, por estar uno pendiente de ese sinnúmero de información, puede soslayar hasta olvidarse del roce que amerita cualquier relación de amistad o amorosa que se respete. Ha venido la pandemia a recordar cuánto extrañamos por necesidad ese roce que recuerda lo que somos.
La comedia francesa Tan cerca, tan lejos (Cédric Klapisch, 2019) —coproducida entre Francia y Bélgica y exhibida recientemente en la TV cubana— evidencia a lo que han llegado las relaciones interpersonales en la actualidad a consecuencia de las “ventajas” de las tecnologías, las cuales han masificado la habitualidad de conductas. Pero sigue la sumisión siendo sucedánea de la distracción. La indiferencia del desconcierto. El intercambio de misivas ha desaparecido. No está de moda el encuentro cara a cara. Al vecino de al lado se le desconoce.
Es interesante que los protagonistas de Tan cerca, tan lejos no sean representantes de la dependencia tecnológica y, sin embargo, padezcan sus consecuencias: soledad, estrés, ansiedad, insomnio… Vienen siendo víctimas de una pujanza exterior que los extravía. Ellos, acaso treintañeros, van a otro ritmo, casi a contracorriente de la constante vivencial. Pareciera que la sociedad les da la espalda.
Pero resuelven entrar en la travesura del flirteo movedizo de las redes sociales. Sucede que, según las estadísticas, los encuentros directos terminan contraponiéndose al repentino interés despertado en Facebook de una persona por otra. En pocas palabras: acaba temprano lo que apenas comienza. No obstante, Rémy (François Civil) y Mélanie (Ana Girardot) se van a encontrar.
Los giros en la historia, que tienen que ver —como suele ocurrir—con cambios de contextos y entrada de personajes, permiten una nueva mirada no tanto a los orígenes de la pareja en potencia como sí de lo que se alejaron, caso de la estancia de Rémy con sus hermanos en la casa de sus padres. La escena de todos reunidos disfrutando de la comida es una oportunidad para examinar lo que está pasando él en el plano psicológico: es el solitario que todavía no ha formado familia —tampoco hay que tenerla para ser en esencia feliz—. Pero Rémy, cabizbajo, deja ver sus carencias emocionales, por lo que comenta sobre su estado depresivo. Para colmo, uno de los niños le dice a otro que no le gusta se hable de su intimidad, pues ya tiene novia. Es un contraste muy gracioso entre los chicos y el escaso logro vivido por Rémy.
Intencional o no, en Tan cerca, tan lejos París vuelve a ser tan absorbente a un tiempo que violenta tanto para el paseante como para el individuo en su morada, que a ratos le roba la prioridad a Rémy y a Mélanie. Aunque, pensándolo bien, tal vez ellos nunca aspiraron a tanto. Tropezar con el ser complementario, no el alma gemela, es la apetencia humana más primaria luego de haberse uno aceptado tal cual es. Como dijera Mélanie en la presentación de su trabajo: “Cada relación viva supone un intercambio con cuerpos extraños. Esa noción de intercambio nos parece importante”. Entonces París, como muchas otras ciudades, tiene que ser (y lo es) un espacio para la alucinación virtual. Pero antes, para el encuentro de verdad.