NOTICIA
Enaltecer el cine documental
Hacia 1983 trabajé en el Noticiero como asistente de cámara, lo que me permitió trabajar con Iván Nápoles, Raúl Pérez Ureta, Dervis Pastor, entre otros, que eran los camarógrafos ranqueados en aquel momento. Años después regresé porque me llaman para trabajar como subdirector artístico, es decir, ayudar a Santiago Álvarez en el quehacer creativo.
Aunque pude hacer un Noticiero, del cual me siento muy honrado, eran los tiempos en que se avecinaba la crisis conocida como Período Especial, por lo que aquel ICAIC presidido por Julio García Espinosa ―en un intento por salvar el espacio ante la carencia de película virgen sobretodo― decide que, en vez de noticieros semanales, se hicieran revistas cinematográficas, temáticas o poli temáticas mensuales, pero sin tener que estar atadas a informar como lo venían haciendo los noticieros.
En aquellos años Santiago ya era un peso pesado en el cine cubano, por lo que este último trabajo me permitió estar muy cerca de él, de manera que el inicial respeto que me inspiraba cuando fui asistente de cámara fue mutando con tranquilidad hacia una relación de colaboración sin que yo sintiera el enorme peso de su prestigio. Pienso que esta fue la primera enseñanza y la mejor influencia, que no siempre entre los creadores tiene que ser únicamente artística, sino, también, ética.
Estéticamente la influencia de Santiago en mí puede ser la misma que en cualquier joven de ahora que no lo conoció personalmente, es decir, no fue asunto de darse durante este tiempo trabajando con él, sino antes, durante y después. Me inspira y respeto no pocos de sus documentales a los que sencillamente considero geniales.
En mi libro Romper la tensión del arco. Movimiento cubano de cine documental me explayo en el análisis de un grupo de excelentes documentales suyos, cuya huella contemporánea estriba en que la creación artística va a acompañar desde el arte, y no desde el panfleto, un proceso de profundas transformaciones como lo ha sido la Revolución cubana. Y Santiago observó ese, su tiempo, como quien transita por una cuerda floja al elegir filmar la realidad desde la más apasionada defensa. Otros, con menos luces, la hubieran devuelto subordinando machaconamente el arte a la propaganda.
Entre los cineasta cubanos, fue Santiago el que más se sumergió, y revolucionó, cierto hacer de cine político. Viendo su obra con la distancia que permite el tiempo transcurrido, su honesta y gran pasión inspiradora fue la Revolución cubana. Sin Santiago y sin su agudeza nos habríamos perdido, no solamente una buena parte de la evolución de esta, sino de la coherencia ética y estética ―coherencia difícil en el arte― entre el cineasta y su tiempo.
El centenario de Santiago nos puede servir también para remover las aguas mansas y preguntarnos por dónde va el género en Cuba, que ahora mismo puedo suponer que se hacen buenos y mediocres documentales. La diferencia de los tiempos del celuloide en el documental con esta era digital es que lo mejor que se está haciendo no se ve, por tanto, no existe.
Antes del Período Especial el ICAIC exhibía casi todo lo que producía documentalmente, de manera que se podía tener una idea de por dónde iban las diferentes tendencias. En este presente habría que organizar una Semana de Cine Documental Cubano ―una selección de los últimos veinte años― para darnos cuenta de que el género sigue estando a la vanguardia cinematográfica, pero no acabamos de desentronizar la vieja práctica de invisibilizar en las pantallas la producción independiente al ICAIC, que es donde percibo que se están haciendo extraordinarios filmes documentales. Para empezar, ni sabemos a cuánto asciende la producción anual en Cuba.
Agregaría que el centenario podría servir también para proponernos enaltecer la creación documental, la que debe estar en un lugar altísimo dentro de la cultura artística cubana, justamente porque hemos llegado hasta aquí gracias al resultado de la obra no solamente de Santiago, si no de Nicolasito Guillén Landrián, Sara Gómez, Óscar Valdés y tantos otros directores cubanos.
Fue una época muy intensa y los recuerdos son muchos. El ICAIC había lanzado una convocatoria para hacer documentales y yo presenté una escaleta sobre el poeta Julián del Casal. El jurado nombrado al efecto no la aprobó. Fui a ver a Santiago y entendió mi necesidad de filmarlo, dándome luz verde. Dónde está Casal se hizo como una revista cinematográfica y, en agradecimiento, en los créditos Santiago aparece como director y yo como realizador.
Si traigo a colación este recuerdo es porque en ocasión de que los directores visionábamos uno de los noticieros, alguien se quejó de que Santiago aparecía como director cuando este no se había desempeñado como tal. Yo, que me estrenaba como subdirector, y novato, sentía aquel debate como una transgresión tremenda a su persona, pero no. El propio Santiago, con calma, sin un asomo de ego ni de autoritarismo, les dio la razón y estuvimos de acuerdo en que se especificara que su crédito era el de director general, por ser el director del departamento donde se producían los noticieros, mientras que el de director, quedaba para los que dirigíamos.
(Tomado de revista Arte y compromiso: un siglo de Santiago Álvarez, 2019)