Las campañas de invierno

El discurso de la antimateria

Mar, 10/13/2020

Las campañas de invierno es el primer largometraje terminado de Rafael Ramírez —pues Year of Meteors permanece en una etapa de posproducción que quizás no supere nunca—, una de las voces más complejas y sólidas del audiovisual cubano contemporáneo, con obras tan cerebrales como Diario de la niebla (2015) y Los perros de Amundsen (2017).

Es una cinta que queda definida por la frase que enuncia uno de los tantos seres bizarros habitantes de esta dimensión mental que Ramírez nos deja otear a distancia segura: “La realidad es lógica, la lógica es irreal”. Tal paradoja define quizás todo el cine de este creador de mundos, de este fundador de sistemas de pensamiento, de este mezclador de ideas, demonios y obsesiones, cuyos resultados se revelan poliédricos, ignotos y misteriosos. Pues Ramírez no comunica, sino revela pliegues de su conciencia. No articula relatos, sino que propone perennes ejercicios de permutación, analogía, conjugación y simbolización. Todo lo cual se cimenta sobre el axioma férreo que plantea que, como toda creatura humana, la lógica es arbitrio, es la adaptación del mundo (de los mundos) a nuestra imagen y semejanza. Es el credo de la gran religión antropocéntrica en la cual todos comulgan y militan; unos inconcientemente, otros concientemente; otros lúcidamente, como Ramírez.

Pues la creación es un acto tetradimensional donde se consigue que el hecho de mirarse hacia adentro resulte a la vez una ojeada a las expansiones infinitas del cosmos, convirtiéndonos en agujeros blancos que interconectan realidades. El “adentro” se convierte en el “afuera”, y el “afuera” en el “adentro”. No solo el “arriba” es el “abajo”. Por eso, el cazador Gracus del primer acto de la película está ni muerto ni vivo, sino suspendido en un tercer estado de la existencia.

La obra de Ramírez no entiende de dualidades aisladas, sino de hermafroditismos, de lo proteico, de lo mutable. Es también un ejercicio de descondicionamiento perceptivo, de autodesconocimiento, de autodeconstrucción, de autoextrañamiento. Y Las campañas… es hasta ahora el epítome del juego de exterminación-creación que lleva jugando consigo mismo hace años. Juego de libertades y miedos que se concreta en un discurso de la extrañeza, revelador a su vez de cuán frágil es la idea del mundo que tenemos, del imago mundi que se abraza cómodamente para no avizorar el vacío cognitivo, que en realidad está repleto de la materia oscura de la libertad.

Pudiera decirse preciosamente que Las campañas de invierno es una película sobre la antimateria, una oda a la masa crítica. Un “arte del campo unificado”, que se logra mucho más rápidamente que la teoría que se le escapó a Einstein y a sus seguidores. Como dije, es un agujero blanco, no más que un sencillo atajo entre planos de la existencia.

El director empalma un manojo de escenas a partir de unas leyes de engarce creadas por él mismo a partir de una muy personal lógica. Posible como todas las lógicas, que al final son irreales. Y lo irreal pertenece al mundo de lo infinito, al mundo de la libertad, de la materia oscura, de la antimateria.

La mayoría de los personajes expresan sus parlamentos en un estado de éxtasis renuente que rehúye la serenidad alienada de los actores hipnotizados con que Werner Herzog filmó su película quizás más inquietante: Corazón de cristal (1976). Todos parecen existir en el estado intermedio y tangencial del ni muerto-ni vivo cazador Gracus; que no es precisamente la dimensión vampírica.

Se sugieren encrucijadas y convergencias dimensionales en bellas secuencias tributarias de los claustrofóbicos y ajados espacios cubiculares de Jan Švankmajer, donde acontecen sucesos que dejan en desuso los propios conceptos de lo “imposible” y lo “innominable”. La película toda sugiere un viaje del héroe lleno de respuestas que exigen acertijos que las clarifiquen, sin esfinges retadoras que los emitan. Pues en la verdad yace el propio enigma. Como la lógica toda, la verdad toda es irreal: no es más que un avatar de una totalidad tan real que es inaprensible si no se dosifica en episodios como estos.

El protagonista parece jugar un juego de guerra donde la vida y la muerte no son importantes, sino su condición de obstáculo, de portal y salida, de llave y de puerta. El juego se sugiere como un parásito lógico de la realidad irreal. Otro agujero blanco que se nutre del cosmos y lo interconecta con otros cosmos. Otra parada en el viaje multidireccional del protagonista, que remonta varios senderos a la vez.

Rafael Ramírez nos ofrenda su película, a la vez que nos sacrifica a esta. Somos dioses y víctimas propiciatorias hasta tanto no entendamos lo absurdo de lo binario, de lo dual, de lo real. Hasta que no nos lancemos a jugar su juego cerebral, poético, donde lo posible no tiene contraparte ni negación.

(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 178)